Graduado de Licenciatura en Física en la Universidad de La Habana
en 1970, el hoy Máster en Ciencias Guillermo García Montero nunca
pensó que el centro de su trayectoria profesional estaría
estrechamente ligado al mundo marino por más de tres décadas.
"Cuando terminé la carrera comencé a trabajar en el entonces
Instituto de Investigaciones Nucleares (ININ) de la Academia de
Ciencias de Cuba (ACC), como especialista en Técnicas Nucleares de
Análisis y su aplicación en los estudios geológicos terrestres y
marinos. Allí dirigí la construcción y puesta en marcha del
laboratorio por activación neutrónica de aquella entidad, y del
primer generador de neutrones rápidos de Cuba".
Volcado por completo a esa rama de la ciencia, Guillermo realiza
la determinación de los diferentes compuestos contenidos en muestras
de sedimentos marinos, contribuyendo así al conocimiento del
arrastre de los ríos hacia zonas de la plataforma, estudio sin
antecedentes en el país, y que luego fuera reconocido por sus
aportes.
Después de estar al frente de ese laboratorio de investigación
durante cuatro años, ocupó el cargo de Vicedirector de Superación,
Cuadros y Relaciones Internacionales del ININ, hasta que en mayo de
1980 el doctor Wilfredo Torres, presidente de la ACC, le propuso
dirigir el Instituto de Oceanología.
"Aquella solicitud me quitó el sueño. Yo odiaba el mar debido a
que una hija mía casi se ahoga en la playa de Santa María del Mar,
al este de La Habana, cuando tenía nueve años. Traté de rescatarla,
pero en la maniobra empecé a tragar mucha agua, casi pierdo la vida
y nos tuvieron que salvar a los dos. Si aceptaba estaría obligado a
lidiar con ese medio y superar el trauma. A regañadientes accedí y
me nombraron en junio de ese propio año".
Refiere que tan pronto asumió la responsabilidad, empezó a
estudiar y prepararse, para lo cual leyó cuanto libro o artículo
especializado cayó en sus manos, mientras se metió de lleno en los
problemas principales del centro.
"En una primera etapa tuve el apoyo y la colaboración de valiosos
compañeros como Rodolfo Claro, Jorge Follo, Otmara Abello, y Luisa
López Baluja, a los que se unirían luego José Luis Juanes y Pedro
Alcolado. A ellos les agradezco sus enseñanzas, y particularmente la
comprensión del vasto campo de aplicaciones de las investigaciones
oceanográficas y su utilidad para el desarrollo del país".
Más allá de proporcionarle un sólido conocimiento del entorno
marino, los diez años al frente del Instituto de Oceanología le
dieron la oportunidad de participar de manera directa en distintos
proyectos y expediciones científicas nacionales e internacionales.
Figuran entre ellas la realizada en junio de 1981 por
especialistas de la entidad al Laboratorio Subacuático Hydrolab, de
Saint Croix, Islas Vírgenes norteamericanas, y las contenidas en el
Programa de Investigaciones Subacuáticas de la Plataforma Cubana,
desarrollado entre 1982 y 1983, mediante el empleo del minisubmarino
Argus y el barco de investigaciones RIFT, de la entonces Academia de
Ciencias de la Unión Soviética.
Asimismo, interviene en la implementación y desarrollo del
programa de trabajo del barco de investigaciones oceanográficas de
Cuba Ulises, de 1987 a 1990, y atiende de manera directa la
ejecución de acciones relacionadas con el manejo de la zona costera
en general y de las playas en particular, contribuyendo a la toma de
decisiones de gobierno, fundamentalmente en Varadero, el golfo de
Batabanó y el ecosistema Sabana-Camagüey.
Según reconoce Guillermo, esta institución le dejó impregnado el
espíritu de trabajo colectivo y emprendedor que debe caracterizar a
una entidad científica, y la convicción de que es posible superar
los obstáculos más difíciles con el concurso de todos. También y de
forma definitiva le quitó el miedo al mar.
Por sugerencia de la desaparecida doctora Rosa Elena Simeón y con
la aprobación de la máxima dirección del país, el 18 de diciembre de
1990 pasa a dirigir el Acuario Nacional de Cuba.
"Me tocó vivir momentos muy complejos en la historia de este
emblemático centro, como fueron las dos notables inundaciones
costeras por penetración del mar que sufrió la instalación en
febrero de 1992 y marzo de 1993 (la Tormenta del Siglo)".
"Ya el país estaba inmerso en pleno periodo especial, faltaban
los recursos y aquellos eventos naturales hicieron grandes estragos
en la infraestructura. Recuerdo que vino el Comandante en Jefe a
visitarnos y se quedó sumamente impresionado. Pero con su habitual
visión, nos dijo que nadie se desanimara, que continuáramos
trabajando y cuando los recursos estuvieran disponibles, le
avisáramos para ampliar el centro con nuevas obras y remodelar la
parte más vieja, en diferentes etapas".
De su estancia de 23 años al frente del Acuario, García Montero
expresa que junto con la elevada calidad profesional y humana del
colectivo de trabajadores, una de sus mayores satisfacciones es
haber colocado a la educación ambiental y a la ciencia dentro de las
prioridades de la instalación.
"Ya vamos por dieciocho jornadas científicas infantiles que se
han convertido en un fuerte movimiento a favor del medio ambiente,
en tanto acogemos y promovemos diferentes programas dirigidos a
colocar el conocimiento del mundo marino al alcance de las personas
que nos visiten, y de manera especial en las escuelas pertenecientes
a los diferentes niveles de enseñanza y en las comunidades
costeras".
"Respecto a los resultados de las investigaciones, vale mencionar
el registro de 37 nuevas especies para aguas cubanas y la ciencia,
la reproducción en cautiverio de especies amenazadas, la
introducción de nuevas técnicas de manejo y preparación de mamíferos
marinos, y la ejecución del primer programa para el estudio de
delfines en el medio natural y en condiciones controladas".
Merecedor hace unos días del Premio Nacional de Medio Ambiente
2013, Guillermo sueña con ver terminadas las actuales inversiones en
ejecución del Acuario y que desaparezca de la sociedad cubana esa
inercia acentuada en los últimos años, que tanto daño causa al
desarrollo del país.
En su opinión, las ciencias del mar gozan hoy de buena salud en
cuanto al capital humano, pero presentan una situación sumamente
desfavorable en lo referido a la disponibilidad de embarcaciones,
equipos y otros instrumentos de trabajo.
También plantea que hace falta mayor presencia de científicos
jóvenes a fin de suplir gradualmente al creciente número de
investigadores cercanos a la edad de retiro o envueltos en ese
proceso.
Comprende la importancia de la planificación para el control de
los recursos, pero manifiesta que esta tampoco se puede llevar a los
extremos, pues en el caso de las instituciones científicas resulta
descabellado pedirles que pongan con antelación en el plan anual los
gramos exactos de cada reactivo a emplear, o prever que pieza se va
a romper, para tenerla incluida en el presupuesto de los gastos y
poderla reponer en un plazo de tiempo razonable.
Académico de Honor de la Academia de Ciencias de Cuba y
Presidente del Comité Oceanográfico Nacional, García Montero no se
arrepiente de haber dejado atrás la Física Nuclear. La impronta de
estos últimos seis lustros así lo atestiguan.