Anatomía de los ciclones
Orfilio
Peláez
pelaez@granma.cip.cu
Tras
el reciente paso del Gustav y el Ike, la presente década acaba de
convertirse en la más activa para Cuba en lo referido al azote de
huracanes de gran intensidad, al sumar seis los organismos
tropicales de esa fuerza que han afectado al territorio nacional
entre el 2001 y el 2008. Antes lo hicieron el Michelle (noviembre
del 2001), Charley e Iván (agosto y septiembre del 2004), y Dennis
en julio del 2005.
Para tener una idea más clara de lo que representa
esa cifra baste señalar que en el período comprendido de 1909 a
1952, el más activo del siglo XX con respecto a ese indicador,
fueron doce los huracanes intensos reportados sobre la mayor de las
Antillas en el transcurso de esos 44 años, mientras ocho lo hicieron
en la etapa 1844-1888, catalogada como otra de las de mayor
actividad.
Según afirman los especialistas, históricamente el
número y la fortaleza de los ciclones tropicales alterna ciclos de
alta y baja frecuencia que pueden prolongarse durante varias
décadas, en dependencia del predominio de determinadas condiciones
en el proceso de interacción océano-atmósfera.
Por ejemplo a comienzos de los años 60 del pasado
siglo la actividad ciclónica disminuyó de manera significativa en la
Cuenca del Atlántico, hasta ocurrir un nuevo repunte en 1995, el
cual mantiene su vitalidad hasta el presente.
Aunque la cantidad de organismos formados en nuestra
área geográfica muestra desde esa fecha una clara tendencia al
incremento, esto no ocurre así en otras zonas ciclogenéticas del
planeta.
Mucho se habla del posible vínculo entre el
incremento y la frecuencia de estos sistemas con el calentamiento
global. Es cierto que el aumento de la temperatura superficial del
mar es un factor importante para el surgimiento de tales fenómenos,
pero no es el único.
Si las condiciones existentes en la atmósfera
superior son desfavorables y predomina el efecto de cizalladura del
viento en la altura, las posibilidades de desarrollo son mínimas.
Por tanto hay incertidumbre en la comunidad científica acerca de
cuál será el efecto real del cambio climático global en los
ciclones, porque todavía se desconocen las repercusiones que este
podría ocasionar en los patrones de la circulación atmosférica.
CARTAS
CREDENCIALES
Definidos como un enorme sistema de vientos, que
junto a nubes de tormenta y lluvia, giran alrededor de un centro de
bajas presiones en sentido contrario a las manecillas del reloj en
el hemisferio norte, los ciclones tropicales se clasifican de
acuerdo con la velocidad de sus vientos máximos sostenidos
promediados en un minuto, en depresión tropical (inferiores a 63
kilómetros por hora); tormenta tropical, de 63 a 117 km/h, y
huracán, cuando superan los 118 km/h. Reciben nombre una vez
alcanzada la fase de tormenta tropical.
Pueden tener una extensa área de influencia capaz de
alcanzar un diámetro de hasta 800 kilómetros o más, de ahí que no se
pueden ceñir al punto señalado por el centro en el mapa. Para el
caso específico de los huracanes existe la llamada escala Saffir-Simpson
que los divide en cinco categorías.
Así son de categoría 1 aquellos cuyos vientos
máximos sostenidos oscilan entre 118 y 153 km/h; categoría 2 de 154
a 177; categoría 3, entre 178 y 209; categoría 4 de 210 a 250; y
categoría 5, si sobrepasan los 250 km/h.
En términos de efectos, los rangos no son absolutos,
pues a veces huracanes categoría 1 y 2 pueden ocasionar daños
severos en dependencia de las características del lugar por donde
pasen, velocidad de traslación, área de influencia y los totales de
lluvia que produzcan.
Además de la cuenca del Atlántico tropical,
conformada también por el Golfo de México y el mar Caribe, en el
resto del mundo también se forman fenómenos de este tipo en la zona
del océano Pacífico frente a las costas de México y Centroamérica,
en el noroeste de ese propio océano (la más activa del planeta), así
como en la región norte y suroeste del océano Índico.
Es interesante destacar que en el Atlántico sur
apenas se han formado ciclones debido, entre otros factores, a la
presencia de aguas frías y la fuerte cizalladura del viento.
El promedio de vida de un ciclón tropical varía de 7
a 10 días, aunque hay algunos casos con notable longevidad, como fue
el Ginger de 1971 que alcanzó las cuatro semanas.
Cuando entran a tierra suelen perder fuerza con
cierta rapidez al privarse de la energía que les brinda el mar, y
por el efecto de la fricción del viento sobre la superficie
terrestre, el cual se incrementa si transitan por zonas montañosas,
debilitándolos aún más.
Al igual que sucede en otras esferas de la
cotidianidad, aquí también toda regla tiene su excepción. Pese a los
kilómetros recorridos dentro de Cuba, el Ike tuvo suficiente
vitalidad para no disiparse y salir al mar por el sur de Camaguey,
como huracán categoría 1.