AMBIENTE             

(11 de julio de 2003)

De cómo una empresa dejó de
agredir al ecosistema

ORTELIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ

El Combinado Cítricos de Ceballos, como se le conocía hace unos años, era famoso por sus producciones, pero estaba marcado por ser el máximo responsable de la contaminación de una extensa franja de tierra en esa zona del centro de la provincia de Ciego de Ávila.

Los residuales campearon durante mucho tiempo por la fértil llanura, se escabulleron por agujeros, y hasta llegaron a agredir el manto freático, según testigos y pruebas de laboratorio realizadas en aquellos tiempos.

Naíl asegura que ahora optan por el Premio al Reconocimiento Ambiental.

El mal parecía no tener solución. Así pensaron quienes vieron la llegada de los años difíciles y, con ellos, la paralización de la planta de tratamiento de los residuales por la falta de piezas y, también, por la "paralización" de la mente de algunos que, como sucede en otros lugares, pensaron más en producir que en el cuidado del medio ambiente.

Es difícil precisar con exactitud qué cantidad de residuales vertió la planta. La verdad es que muchos aseguran que estos se asomaron a la Laguna de la Leche y zonas cercanas al municipio de Primero de Enero, a varios kilómetros de distancia del lugar de origen. Una vez y otra hubo llamadas de atención y... oídos sordos a los reclamos.

Por aquellos días de incomprensiones, Betsy Pérez Marrero, subdelegada de inspección estatal en la dirección de Recursos Hidráulicos en la provincia, llegó por primera ocasión con un manojo de decretos debajo del brazo y la ilusión de que se emprenderían acciones útiles y rápidas.

Volvió en más de 10 oportunidades y hasta analizó la posibilidad con los directivos de proponer la paralización de la fábrica, cuyas producciones el pasado año le representaron en ingresos al país más de 13 millones de dólares.

Naíl Pérez Guizán, director de la hoy llamada Empresa Industrial del Cítrico de Ceballos, respira con la satisfacción de no sentirse emplazado. No existen dudas de que haber ganado el Premio Nacional del Medio Ambiente (fue una de las tres entidades de todo el país que lo logró el pasado año), indica que allí se desarrolló una verdadera metamorfosis.

Cada muestra es analizada en el laboratorio.

Explicó Naíl que fue necesario construir un canal de nueve kilómetros de longitud para evacuar los residuales, unido a la restauración de la planta, tarea difícil por la gran cantidad de recursos que se pusieron a su disposición.

"El mantenimiento de los sistemas cuesta caro. Solo para reanimarlos invertimos más de 40 000 dólares y 80 000 pesos. Todos los años disponemos de unos 15 000 dólares con destino a la adquisición de medios de protección para los trabajadores. A ello se agrega que desde que funciona la planta de tratamiento gastamos un megaWatt de corriente cada día, cifra nada despreciable en estos tiempos, pero necesaria cuando se trata de cuidar la casa de todos."

El ingeniero químico Idael Echeverría Rivero, especialista de Calidad, explica que el sistema tiene cierta complejidad, pues no debe presentar fallas para que el proceso tenga la eficiencia requerida, que en el caso de esta planta de tratamiento sobrepasa el 95%.

Para ello, argumenta Idael, tienen que funcionar correctamente las conductoras, la arqueta de bombeo (donde quedan las partículas más gruesas), la criba (separa los llamados sólidos groseros) y las bombas que envían los residuales hacia la segunda etapa de filtrado, entre otros procesos, incluidos los cuatro aireadores mecánicos que mantienen la homogenización del medio.

Según comprobó este reportero, el afluente tratado va hacia un canal a cielo abierto, sin peligro de contaminación, y parte de los sólidos (lodos) se emplean como abono en el área de autoabastecimiento.

Es tal la preocupación de directivos y trabajadores por el cuidado del medio que casi diariamente los residuales que entran a la planta son analizados en el laboratorio para determinar la Demanda Química de Oxígeno y así evitan que los aceites esenciales pasen al reactor biológico, porque pueden provocar la muerte de los microorganismos que degradan los residuales y, con ello, que los desechos dejen de ser limpios.

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