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Publicadas el
30 de mayo de 2008
¿Quién será el culpable?
Recientemente con fecha 9 de mayo del 2008 se
publicó en el periódico Granma un trabajo titulado
"La Conchita
vuelve al surco" el que he leído una infinidad de veces por la
importancia que en particular tiene para mí, no me pronunciaré
volviendo a repetir lo que dice el material porque ustedes lo tienen
a mano pero quiero expresarle que soy un campesino que tiene
sembradas 2400 matas de guayaba y que en el año 2006- 2007 perdí
prácticamente la mayor parte de las cosechas. Entre los 2 años tengo
perdidos 600 quintales de guayaba lo que representa 27 toneladas de
una guayaba de excelente calidad lo mismo para pulpa que para cascos
en almíbar, esto está dado a que acopio en el municipio de Lajas
provincia Cienfuegos, según me han planteado no necesitan esa
cantidad, otras veces la falta de cajas y problemas con el
transporte en algunas ocasiones.
Cuando se han logrado resolver todas estas
adversidades y se recogían varias cajas se demoraban para venir a
buscarlas y cuando se las llevaban ya no servían ni para la
industria. Debido a esta situación opté por decirle a los vecinos
que recogieran las tiradas del piso del campo para que alimentaran
aunque sea a sus puercos porque estaba perdiendo el trabajo de
recogerlas para después verlas podrirse ahí amontonadas sabiendo que
les hacían falta a muchas personas, por lo que decidí y comencé a
demoler el guayabal; en estos momentos tengo demolido una tercera
parte y al publicarse este material que no solo yo, sino muchas
personas que conocen mi situación me han llamado, se me han acercado
y me han traído hasta la hoja del periódico para que la leyera y me
han quitado la idea de continuar demoliendo, por lo que decidí dejar
la parte que aún se encuentra sembrada.
Pero hasta este momento en que estoy haciendo este
escrito no tengo nada de cierto en mis manos, próximamente comienzan
los meses de mayor producción, en el periodo de julio a octubre
tengo para recoger un aproximado de 300 quintales de nuevo y aún no
se me ha dado ni copia del contrato de lo que pueden comprar por lo
que no sé si esta guayaba y mi sacrificio y trabajo volverán a
correr la misma suerte.
A veces uno ve estas cosas y no nos explicamos cómo
pueden suceder y se pregunta ¿Quién será el culpable? porque vivimos
en un país pequeño, instruido, con una información constante tanto
del ámbito nacional como internacional con una situación con
relación a la alimentación bastante difícil y que nos sucedan estas
cosas, que tengamos que ir a Brasil a comprar un producto que jamás
podrá tener la calidad del nuestro como bien se expresa, que
tengamos que pagar un alto precio, invertir un dinero que
necesitamos para resolver otras miles de necesidades que enfrentamos
a cada momento de nuestra vida por desconocimiento, falta de
información o de gestión de las autoridades encargadas de este
problema. Pienso que cuando se dice que en estos momentos la
tonelada de guayaba se comercializa a 1 350 dólares no se incluya en
estos los otros gastos que también se incurren para su
transportación desde el exterior, como combustible, dietas y otros
gastos propios de la transportación que si sumamos todo encarecería
aún más el costo de esa guayaba y todo esto el país puede ahorrarlo
o al menos parte porque solo yo perdí 600 quintales de guayaba que
representan 27 toneladas que tienen un alto costo en divisa y, no sé
qué sucederá con la producción del año 2008.
J.R. García Trujillo.
El único camino
Una buena parte de la sociedad cubana cambió en su
forma de pensar y actuar durante la etapa crítica del periodo
especial. El país tuvo que adoptar medidas para enfrentar la difícil
situación generada por el derrumbe del socialismo europeo y de la
URSS y el recrudecimiento del bloqueo del imperialismo yanki, hubo
muchos que bajo la influencia del incremento de la entrada de
capital extranjero, el trabajo por cuenta propia o la
despenalización del dólar, dejaron de decir la verdad, aprendieron a
vivir no solo de su trabajo, decayeron en su ánimo de ayudar al
vecino, abandonaron su empleo, o no le prestaron el debido interés a
la realización con calidad de su trabajo o al cumplimiento de la
guardia obrera o cederista.
Hoy el mundo es mucho más inestable y peligroso que
en la última década del siglo XX; la degradación creciente del medio
ambiente, la escalada de los precios de los alimentos y de los
combustibles abren una encrucijada ante los seres humanos: o
instauramos el Socialismo en el mundo y nos salvamos todos o se
permite al capitalismo (único responsable de todos esos males)
destruir a la humanidad.
Cuando Fidel planteó que un mundo mejor es posible,
dejó claro que el optimismo y el mejoramiento humano solo dependen
del hombre. Después muchas veces nos ha llamado a sembrar
conciencia. Hay que hacerlo para rescatar esos valores que el
periodo especial reacomodó. Hay que hacerlo por nosotros y por
nuestros hijos, por nosotros y por la humanidad. Hay que trabajar
duro como nos pidió Raúl, porque se ama más aquello en lo que se
participa, y hay que trabajar con disciplina. El MINFAR es un
ejemplo de lo que se puede lograr cuando se trabaja con disciplina.
Hay que reafirmar la honestidad, la honradez, la solidaridad, la
laboriosidad, porque solo así reafirmaremos el patriotismo y el
antimperialismo. Ese es el único camino para seguir existiendo.
N.B.Pérez
¿Por qué no se practica la exigencia?
Cuando leo semanalmente su sección compruebo con
cierta tristeza que, a pesar de los múltiples problemas de los más
diversos aspectos que plantean sus lectores, ninguno es nuevo y
todos los conocemos desde hace no pocos años.
Todo el mundo conoce también, y así lo reflejan las
cartas, que obedecen de una manera o de otra a la falta de exigencia
como factor principal y también al mal uso de la estimulación
material y frecuentemente a los dos. No nos olvidamos de factores
como el bloqueo, el clima, el derrumbamiento del campo socialista,
el precio actual del petróleo etc. y cómo inciden negativamente en
nuestra economía; eso lo entendemos, lo que no se entiende es la
persistencia de los problemas que reflejan las cartas y que, en su
inmensa mayoría, no tienen nada que ver con los factores objetivos
señalados. El pueblo es sabio y sabemos diferenciar una cosa de la
otra.
No voy a referirme a los estímulos materiales
incluido el salario porque la mayoría entendemos que para tener hay
que primero producir y en nuestras condiciones actuales, y aunque se
está haciendo algo en este sentido y hay que seguir haciéndolo, es
imposible que se convierta en un factor impulsor significativo en el
aumento de la producción y mejoría de los servicios.
Y nos queda solo la exigencia como factor esencial
en estos momentos para empezar a cambiar las cosas. Se ha hablado
tanto de la exigencia y durante tanto tiempo que yo me pregunto ¿Por
qué no se practica?
Hubo un tiempo y me impresiona que afortunadamente
ha disminuido, en que el que exigía o sancionaba tenía que tener
mucho cuidado porque paradójicamente él podía salir peor parado que
el infractor por no haber sabido ser suficientemente amable,
persuasivo y educativo con el que había cometido la falta; y no se
trata de ofender al trabajador, para eso son jefes para saber exigir
y sancionar sin ofender. Yo creo que entre jefes y subalternos tiene
que haber una relación respetuosa por ambas partes pero no de
camaradería como si fueran iguales porque no son iguales al menos en
las relaciones de trabajo, uno es el jefe y el otro es el
subalterno. Tampoco creo que el jefe tenga que ser cariñoso en el
cumplimiento de sus funciones; respetuoso sí, cariñoso no
necesariamente. Recuerdo cuando el Che habló de esto; él dijo que
había tres clases de jefes: los que exigían y todos hablaban bien de
él, los que no exigían y todos decían que eran buena gente y los que
exigían y todos decían que era un pesado.
Añadía que los primeros eran los ideales pero se
lamentaba de qué escasos eran, los segundos no servían para nada y
que los terceros, aunque no los ideales, eran preferibles a los
segundos. Qué ganas tengo de estar digamos en una tienda donde hay
dos o tres trabajadores hablando o en el mejor de los casos
arqueando la caja o contando mercancías y para los cuales soy
invisible y que haya un jefe que se les acerque y les diga sin
gritar pero audible para los que están cerca "Compañeras/os a
ustedes no se les paga por estar conversando o en otras actividades
mientras haya un cliente no atendido y al cual no se han dignado tan
siquiera saludar. Por esta vez solo los voy a reportar y ante
cualquier otra indisciplina se les aplicarán las sanciones que
correspondan". Les aseguro que jamás he visto algo así aunque sea en
una mínima parte y sin embargo creo que así se estaría aplicando "el
apelar a la vergüenza de la gente" de la que ha hablado Fidel porque
indudablemente a nadie, ni siquiera los más pervertidos, les gusta
que le llamen la atención en público.
Ante un jefe que no exige tengo todo el derecho a
pensar que o bien es un cobarde que no quiere correr el riesgo de
meterse en problemas, o es "una buena gente" en el sentido del Che o
lamentablemente el más grave y en estos momentos a mi entender más
frecuente, que no exige porque él y sus subalternos están
comprometidos en actividades ilícitas.
Los grandes, o mejor inmensos, problemas que traen
consigo la falta de exigencia me recuerdan lo que pasa con el
marabú, que crece, se extiende, acaba con todo y cuando usted lo
considera controlado, si se descuida, reaparece. Y me recuerda
también las palabras de Fidel cuando dijo que "los imperialistas
jamás podrán vencer a la Revolución pero que nosotros los
revolucionarios desde dentro sí podemos".
¿Qué hacer para que los jefes sean exigentes? Yo
sugeriría que le preguntaran al Ejército y que aplicaran con las
imprescindibles adaptaciones lo que ellos hacen, ya que creo y me
atrevería a decir que la mayoría de los cubanos, que el MINFAR es el
único Ministerio donde la exigencia, aplicación de la jerarquía y
relaciones entre jefes y subalternos se manejan adecuadamente.
Y nunca he trabajado para el MINFAR aunque participé
en muchas movilizaciones como médico de un hospital en tiempo de
guerra donde pude apreciar las cualidades que me indujeron ahora a
plantear la sugerencia que hice.
C. Flórez
Y del metro contador hacia adentro, ¿cómo
hacemos?
La Revolución Energética ha representado
incuestionablemente un importante desarrollo para la nación y en
particular, para la familia cubana a un costo que solo sería posible
en las condiciones de un país como el nuestro.
El incremento de las capacidades de generación, el
mejoramiento de las redes eléctricas, la disminución de las zonas de
bajo voltaje, junto a la sustitución de los breaker, los
instrumentos de medición y el cambio de los principales portadores
energéticos por otros más eficientes, han sido importantes y
decisivas tareas en las que han estado empeñados los trabajadores de
este sector, que han merecido el reconocimiento de la sociedad.
Sin embargo, un problema que no es nuevo, adquiere
ahora una mayor connotación con la adquisición de los nuevos medios,
dígase, cocinas eléctricas, ollas, calentadores, entre otros, debido
a la deficiente electrificación interna que presentan no pocas
viviendas, que como regla general no estaban preparadas para
asimilar estos cambios.
De ahí que no basta con resolver, solo los problemas
de generación y distribución eléctrica, también hay que garantizar
la eficiencia en el interior de los inmuebles tanto en el sector
estatal como en el residencial, que es el que nos ocupa en este
caso.
La empresa eléctrica llega con su servicio, hasta el
metro contador, pero ¿a quién se puede acudir para solucionar los
problemas que se originan dentro de la casa?, ¿qué organismo es el
encargado de enfrentar este asunto?, ¿dónde se puede adquirir el
cable adecuado y los tomacorrientes e interruptores?, ¿cómo se
resuelve la mano de obra especializada para estos fines?
Considero que el problema en realidad no es sencillo
de resolver, pero hay que enfrentarlo, como se ha hecho por las
empresas de servicios del Poder Popular con los demás artículos
adquiridos por la población, que han tenido asegurado la atención de
postventa en talleres del Estado.
Duele escuchar cómo algunas personas están
resolviendo estos problemas y sobre todo sabiendo que esa solución
transita en muchos casos por el canal de las ilegalidades, la
corrupción y la comisión de delitos. ¿De dónde salen los recursos
que invierte el particular que ejecuta este trabajo, por el que
cobra lo que un trabajador con su salario, no puede pagar?
No pueden salir de otra parte que no sea del lugar
donde existen estos materiales, ya sea de un almacén o de una obra
en construcción, de alguien que se los roba o los desvía, pero que
finalmente van a parar a las manos de revendedores y traficantes que
los venden a las personas necesitadas, que hasta ahora no tienen un
servicio estatal garantizado que dé respuesta a nuestra
interrogante: ¿Quién resuelve el problema del contador hacia
adentro?
J. Carrazana Valdés
Juegos en plena calle
Estimulado por esta sección que leo ávidamente cada
viernes, y preocupado además con la llegada de la próxima olimpiada,
he decidido escribirles sobre uno de los males que afectan mi ciudad
(Cienfuegos) y que ya imagino extendido al país. Me refiero a los
juegos en plena calle. Fútbol, voli, béisbol¼
Cualquiera reconoce la escena: unos veintiañeros en shorts,
descalzos, corriendo enloquecidos detrás de una pelota, mientras
dicen groserías, discuten, y se van a las manos a cada momento.
La gente parece haberse acostumbrado, o no sabe qué
hacer. Los esquivan, hablan entre dientes, y en ocasiones se
molestan para al final quedar en nada. Si los eliminan luego
resurgen, indetenibles. Es como si formaran parte de nuestra
idiosincrasia. Algunos, incluso, lo relacionan con nuestro éxito en
el deporte y encuentran sano invadir así la vía pública, desbordando
futuro. Pero entonces qué somos.
He presenciado casos tan difíciles como el de un
juego con pelota de casco, casi a la dura, junto a un parquecito de
diversiones atestado de niños. O el carro patrullero aminorando la
velocidad para dar tiempo a que levanten las porterías que
obstaculizan el tránsito. Esto empeora cuando se desarrolla el
campeonato de turno, pues entonces los muchachos se concentran en la
especialidad y juegan todavía con más ímpetu.
Seguro hay leyes que prohíben semejante desparpajo,
pero quién tiene que aplicarlas. ¿El consejo de vecinos? ¿El jefe de
sector? ¿O el afectado, según la gravedad del asunto? Para que se
tenga una idea aproximada de lo que puede lograrse en un entorno
citadino como resultado de la indolencia, agreguemos los perros de
pelea, las piqueras de coches (caballos), la música alta y el
sempiterno dominó. El cuadro es notable.
Vivir en sociedad requiere disciplina, sobre todo si
pretendemos que sea del siglo XXI.
A. S. García Somodevilla
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