La primera Victoria del Moncada
En 1972, como reportero de Juventud Rebelde,
entrevisté al doctor Baudilio Castellanos (Bilito), joven abogado
oriental, recién graduado, que ejercía en Santiago de Cuba aquel 26
de julio de 1953. Amigo de Fidel desde la infancia, compañero de
lucha en la universidad, tuvo el mérito de asumir la defensa de la
inmensa mayoría de los moncadistas. El joven periodista de hace 41
años tenía interés por conocer los pormenores sobre el proceso
judicial al que se vio enfrentado Fidel, el ambiente del juicio, los
comentarios sobre el tribunal y, sobre todo, cómo se trazó la
estrategia del juicio, el papel relevante y desconocido que en ello
desempeñó Raúl, y muchas otras cosas más que inmortalizan a la Causa
37, porque fue…
LáZARO
BARREDO MEDINA
EL día del asalto yo estaba en mi casa. Vivía por entonces en el
Segundo Crucero de Cuabitas, al norte de la ciudad de Santiago de
Cuba. Como a las nueve de la mañana de aquel domingo la radio
comenzó a dar la noticia de que habían atacado al Moncada. En la
calle el comentario era que Pedraza1 había desembarcado por
Siboney y había ido a tomar el cuartel, pues se había disgustado con
Fulgencio Batista y que tropas del ejército iban con él.
Baudilio,
ya fallecido, ocupó diversas responsabilidades en la Revolución,
entre ellas presidente del Instituto Nacional de la Industria
Turística y embajador de Cuba.
Escuchaba la radio para saber qué pasaba, pues ya estaban
interrumpidas las comunicaciones (habían cortado a la ciudad por la
Loma de Quinteros y el reparto nuestro quedaba en las afueras de
esta zona, así que no se podía entrar a Santiago) y oímos una
noticia en la voz del coronel Río Chaviano,2 de que tropas
mercenarias internacionales al mando de Fidel Castro habían invadido
a Santiago y atacado al cuartel.
Aquello nos alarmó terriblemente por la vinculación que teníamos
con Fidel, pero no teníamos noticias exactas de lo ocurrido ni
podíamos entrar a Santiago en esos momentos. Hasta que, como a los
dos días, salió el periódico Prensa Universal con una fotografía en
primera plana, en la cual aparecían varios detenidos.
Eso fue el martes o el miércoles; y cuando empezamos a buscar
caras conocidas, reconocimos a Raúl, a Medilla, estudiante de
Ingeniería, a Jesús Blanco, estudiante de Medicina que luego
traicionó a la Revolución; y no sé si ya estaba Montané u otros
compañeros, pero lo que sí estaba claro era que reconocí a Raúl.
Cuando leí la noticia de que estaban presos en el Vivac, entonces
sí cogí la máquina y me dije que entraba de todos modos en la
ciudad, lo cual ya era factible, pues se permitía un poco más de
movimiento en la entrada y la salida. Así, con el periódico en la
mano, me dirigí al Vivac para ver a los detenidos.
EN EL VIVAC: DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE RAÚL
Ya en el Vivac, en la calle Aguilera, cerca del parque Céspedes,
pedí entrevistarme con el jefe, un tal Sánchez, que era sargento
político de Anselmo Allegro.3 Este hombre tenía muchas
relaciones con los abogados, porque cuando había un caso que
defender, lo entregaba y pedía un porcentaje de los honorarios; en
fin, esa cadena mercantilista y corruptiva que existió durante
muchos años en el capitalismo.
Él me recibió muy sereno; yo no creo que fuera un hombre
sanguinario, pero sí era un hombre corrupto, un hombre de dinero. Al
recibirme, preguntó: ¿Usted qué quiere, doctor?, y le contesté que
quería ver a los prisioneros. Me objetó que por qué no había ido a
verlos al SIM (Servicio de Inteligencia Militar) e iba a crearle ese
problema a él; pero cuando le respondí que no sabía que estaban en
el SIM, accedió y ordenó que me llevaran a ver a los detenidos. Esto
lo hizo sin consultar con nadie; se veía que era un hombre templado,
muy callado, de pocas palabras, pero muy razonable.
Me mandó con un guardia a la cárcel que estaba en el segundo
piso. Allí había un grupo de 21 presos, entre ellos Raúl, Loynaz
Hechevarría, comunista de mi pueblo que fuera asesinado durante las
"pascuas sangrientas", estaban Montané y otros compañeros.
Raúl, cuando lo detuvieron, hizo declaraciones a los periódicos,
en las que formulaba una serie de principios revolucionarios: que
iban a repartir las utilidades a los obreros, las tierras a los
campesinos, etcétera. Y le pregunté, en cuanto lo vi, que a qué se
debían esas declaraciones. Me dijo que creía que Fidel había muerto
y que cuando lo detuvieron consideró que había que hacer una
declaración de principios, para que se supiera quiénes habían
realizado la acción y por qué.
Entonces les tomé recados a todos los que querían mandar mensajes
a la familia, y me dijeron que allí estaban las compañeras que
también habían participado en las acciones. Efectivamente, al otro
lado, entre las locas y las prostitutas, estaban allí en condiciones
desagradables; y no se podía hacer nada, porque aquello no era la
cárcel, era una prisión provisional.
Este grupo se había salvado porque el tribunal actuante había
pasado una inspección al cuartel Moncada, donde los recibió Chaviano
y, en algún momento de la conversación, el tribunal le preguntó si
había detenidos. Este bajó la guardia, dijo que sí, y ante la
solicitud de que querían verlos, no le quedó más remedio que
aceptar.
Así el tribunal recorrió los calabozos del SIM en el Moncada, y
cuando los magistrados vieron a los detenidos, comenzaron a
preguntarles con mucha inocencia cómo estaban, si los trataban bien.
El presidente del tribunal ordenó entonces al secretario de actas
que hiciera una relación de los detenidos, y todo el que se metió en
la lista salvó la vida.
Este fue el primer grupo que salió. Hasta entonces el SIM no daba
datos de nadie, pero al elaborar el tribunal la lista, se hizo
público un documento de quiénes estaban allí. Por eso salvaron sus
vidas, salieron a la publicidad y yo me pude presentar. Después no.
Después fueron cayendo más y más compañeros, pero ya había un
movimiento grande de familiares con abogados y se fue sistematizando
el procedimiento.
Teníamos buenas relaciones con el tribunal, pues éramos abogados
de oficio; y al personarme ante los magistrados se me permitió
procesalmente la representación.
De acuerdo con la ley vigente entonces, aquello era un
procedimiento de urgencia donde no hay personalidad, no se presenta
nadie como en los procedimientos ordinarios. Era un procedimiento de
excepción, en el cual se realizaría una investigación rápida y se
celebraría un juicio, que es como un correccional. Sin embargo,
presenté mi papel personándome en representación de todo el que me
dio su nombre, y el tribunal me lo aceptó.
LA ESTRATEGIA del
juicio
A partir de ahí, lo más importante era preparar previamente lo
que íbamos a hacer durante el juicio. Ya los muchachos estaban en la
cárcel de Boniato, y fui allá. Por esta época la cárcel estaba
intervenida. Ya habían quitado de jefe a Taboada, otro político de
Anselmo Allegro que tenía la prisión como una gran fuente de
negocios, ya que, por ejemplo, si los reclusos debían consumir
veinte reses al año, ellos nada más que entregaban diez y hacían
negocio con el resto.
Al llegar a Boniato hablé con el interventor y le dije que quería
conversar con los detenidos. Él le ordenó a un sargento del ejército
que me llevara al edificio donde estaban encarcelados los
asaltantes. Pedí que me llamaran a Raúl, porque a Fidel lo tenían
aislado, y era importante conversar con Raúl, quien asumía la
dirección de todo el que estaba detenido allí.
Nos sentamos en una mesita ante el sargento, y Raúl empezó a
hacer declaraciones de que habían hecho aquello y que si había que
hacerlo otra vez, lo volverían a hacer. Era un diálogo un poco
embarazoso al lado del sargento; y este parece que comprendió la
situación y se alejó un poquito para dejarnos conversar, cosa que
hizo violando las instrucciones que tendría de estar siempre
presente y oír todo lo que hablábamos.
Conversando ya con Raúl discutimos el procedimiento que se iba a
seguir en el juicio con los defendidos, quiénes iban a confesar,
quiénes no lo iban a hacer, quiénes iban a dirigir la confesión
principal, a hacer las declaraciones de principios; quiénes siendo
culpables, por cuestión de conveniencia al movimiento, iban a decir
que eran inocentes para que por falta de pruebas pudieran liberarse.
Y así se hizo un plan basado en la organización que existía desde
antes. Los miembros sobrevivientes del Estado Mayor y luego la masa
de combatientes, tal y como efectivamente fue en el juicio: Fidel,
el jefe; los miembros del Estado Mayor y los combatientes.
UN GLOBO: LA ACUSACIÓN
Es bueno señalar que la detención de fuerzas "oposicionistas"’ a
las cuales se trató de involucrar con los asaltantes, fue un asunto
de conveniencia, porque demostraba los métodos absurdos y estúpidos
de las fuerzas represivas al detener a personas que nada tenían que
ver con la acción. Y aquello nos facilitaba una vía de escape para
buscar la absolución de varios combatientes.
Había ya una presión sobre los magistrados porque también el SIM
en La Habana había detenido a mucha gente, y la mandó para Santiago
sin pruebas ni nadie que la acusara, convirtiendo aquello en un
relajo. Toda esta gente comenzó a negar, y como era un juicio tan
grande, nadie recordaba si era Pérez o Lucas, y todos salieron
absueltos, sin hacerles caso a las actas del SIM.
Ellos empezaron a inflar tanto aquel globo acusatorio, a querer
relacionar a los comunistas con los auténticos e involucrar a gentes
internacionales, que nadie les hacía caso. Chaviano llegó a decir
que habían hasta indios putumayos. Esos eran unos indiecitos que
habían venido aquí a La Habana unos años antes, y tocaban en
Tropicana y a la gente les parecía muy simpáticos; eran casi del
tamaño de la guitarra. Indios putumayos: era la primera vez que eso
se veía. Por otra parte, es digno de recordar que en aquel periodo
antes del juicio, un gran número de personas se movilizó en
Santiago. De ahí nacieron las huestes populares del 26, para ayudar
a los muchachos. Muchos santiagueros, espontáneamente, comenzaron a
organizar ayudas, empezaron a organizarse para apoyar a este
Movimiento, y se movilizaron para asistir al juicio, haciendo de él
todo un espectáculo emocionante.
Los muchachos estaban, además, muy bien vestidos, bien parecidos
con los trajes negros, azules, de saco y corbata, con gran dignidad,
no en estado deprimido, buena ropa, todo el mundo muy limpio, y
además, muchos jóvenes; yo no sé quién no era joven allí.
Esto causó popularidad también entre las muchachas de Santiago,
que iban a darles aliento a los muchachos. También se iban nucleando
grupos con compañeros que luego formaron la base del Movimiento 26
de Julio.
El día del juicio llevaron a Fidel. Era una gran sala de actos
del recinto del Palacio de Justicia; estaban muchos abogados. Había
de todo tipo de detenidos; los acusados llenaban varios bancos y
alrededor estaban el público y los soldados con armas largas, era un
ambiente de tensión.
Realmente allí los que se sentían mal eran los soldados, porque
el resto de la gente se sentía bien. De ahí en adelante la atmósfera
en el juicio cambió totalmente; las muchachitas trayéndoles tabacos
y cigarros a los muchachos, y los soldados diciendo: "no se puede,
no conversen con los detenidos", y no sabían cómo aislar a los
moncadistas.
LA SERENIDAD DE FIDEL
Aquello era toda una atmósfera de triunfo, una moral muy alta.
Entonces trajeron a Fidel a la primera sesión, la única a la que
pudo asistir, y se sentó a mi lado en el estrado de los abogados.
Una de las cosas que siempre se ha quedado grabada en mi mente ha
sido la serenidad de Fidel en aquel juicio. Y lo digo porque hay que
imaginarse aquella sesión con todos sus momentos de tensión, con sus
cargas dramáticas, donde uno está intranquilo por la tremenda
atmósfera de rencillas y odios por parte de muchos militares; y que
llegue él, muy sereno, fuerte moralmente, con ese optimismo de
victoria que lo caracteriza, se siente a tu lado y te diga: "Lo
peor ha pasado, Bilito".
Y ¿Qué quería decir Fidel con esa frase enigmática? Con el tiempo
yo he tratado de interpretar esa frase, que en ese momento era
enigmática. Era el primer día de la sesión, había ciento y tantos
acusados, había cerca de veinte abogados, guardias con toda la
tensión. Y hubo presión de Batista a través del magistrado y abogado
santiaguero Andrés Domingo y Morales del Castillo,4 un hombre
que manejaba los títeres, un hombre de mucha influencia, una
eminencia gris. Era quien decidía muchos puestos, entre ellos los
cargos al Tribunal Supremo, determinaba quién era magistrado, quién
no. Él les dijo a los jueces que Fidel no podía ir más a juicio;
porque en realidad tenía miedo de que con los argumentos de Fidel,
la defensa de la Revolución, hubiera influencia de Fidel en la masa
de soldados y oficiales. Batista dijo: Ni una más. Pero lo más
importante de todo, al margen de cualquier anécdota, es que la
dictadura no sabía lo que había pasado ni podía entenderlo.
El Moncada es la ejecución de una conspiración para derrocar al
gobierno, chocar con la autoridad en la historia prerrepublicana y
republicana; de las mejores organizadas de Cuba. No hubo una
incidencia, no hubo un error, no hubo una delación en un hecho donde
se movilizaron cientos de hombres que sostenían encuentros en la
universidad y participaron en el desfile de las antorchas. Estaba
bien compartimentado el movimiento. Fidel fue muy celoso escogiendo
uno a uno, salvo los pequeños grupos que se encargaban en los puntos
de reunión para entrenarse. Cuando iban a Palos, a la finca Santa
Elena o si iban a lo que es hoy el Parque Lenin, la gente en general
no se conocía porque eran de cédulas muy diferentes.
Todo fue muy bien organizado y no hubo error. Después se
movilizaron hacia Santiago de Cuba alrededor de ciento sesenta
gentes. Y fueron en tren, en ómnibus y en carros, como pudieran; y
llevaron las armas con ellos.
Ya había una avanzada, ya estaban Ernesto Tisol con la granja de
pollos y Renato Guitar, el único residente en Santiago, porque ahí
no había más santiagueros, salvo Pedrito Miret y Lester Rodríguez, y
si tú quieres, Alventosa; pero nadie estaba todavía en el secreto, y
muchos pues no sabían que se iba a atacar el Moncada.
Los antecedentes, de modo general, de esos jóvenes no les decían
nada, Muñoz era médico y residente en el municipio de Colón. Después
eran algunos muchachos de la juventud ortodoxa que Fidel captó en
Prado 109, y luego los de Pinar del Río; pero que no tenían
antecedentes penales, no habían participado en acciones políticas de
renombre; y por lo tanto cuando los batistianos empezaron a examinar
los expedientes de los muchachos se dan cuenta de que nadie sabía
quién era Juan Almeida ni Jesús Montané ni Ramiro Valdés, eran gente
muy modesta, modestísima; hasta el médico era de Colón, para
desorientar más.
Entonces se actúa de forma perfecta; y a las seis de la mañana
del 26 de Julio empiezan a tirarle tiros allí en la posta tres, y
matan 22 guardias, murieron como seis muchachos; el resto los fueron
cogiendo; de los que estaban con Abel enfrente, en el hospital y
otros por aquí, etc., y los fueron asesinando y después regando.
Hubo una ola de asesinatos durante dos o tres días hasta que la
protesta santiaguera de todo el mundo los paralizó, llamaron a
Batista, a un magistrado: Óiganme, aquí van a reeditar los
tiempos de Machado.5 Batista le dio la Orden de Maceo al
regimiento por haber defendido al cuartel; pero en realidad estaba
muy disgustado con el Servicio de Inteligencia Militar, y estaba muy
disgustado también con Chaviano, porque fueron tomados totalmente
desprevenidos. Nunca supieron nada de lo que iba a ocurrir.
La acción fue muy bien escogida. Era la fiesta en la ciudad;
desarticulados los guardias... Pero bueno, era una fortaleza muy
grande, habían muchos guardias.
Por eso la primera reacción fue la soberbia. Batista era el
hombre fuerte, esa era su imagen, el que tenía la bala en el directo
y había usado ya el golpe de estado, y resulta que una serie de
desconocidos le atacan la segunda fortaleza militar y le matan
veintidós guardias.
Ya esa soberbia los embrutece, y lo que hicieron fue acusar a
todo el mundo, a toda la oposición. Entonces, la ortodoxia pues
cayó, bueno, Millo Ochoa,6 Millo Ochoa acusado. Del Partido
Socialista los acusaron a todos, a todos los dirigentes desde
Marinello, Lazaro Peña, a todos, todos. Partido que sumergió en la
clandestinidad a algunos de ellos, y los hicieron aparecer cuando la
situación estuvo más calmada. De los auténticos, bueno pues,
acusaron a Prío (7) que no estaba, desde luego, y algunas
otras personalidades allí. Estaban todos, absolutamente todos los
partidos, todos los partidos.
¿Qué es lo que pasó con esto? Batista, sin pretenderlo, movilizó
a la opinión pública, porque como acusó a todo el mundo, Cuba entera
estaba allí; porque detrás de cada adepto, de cada acusado, casi
todos los dirigentes políticos, estaban los periodistas; aquello era
una actividad muy fuerte de los periodistas.
Cuando Fidel y este grupo de sus compañeros salvan la vida y se
sienten acusados, ya le habían salvado la vida, aunque la vanguardia
había pagado caro porque le había costado sesenta y tantos
compañeros, muy caro ...
Habían muerto muchachos muy talentosos como Abel, como Boris, como
Renato y muchos otros, pero quedaba el resto.
En ese momento ya Fidel era intocable, y la vanguardia de la
Revolución se había salvado. Entonces hay unos momentos en la
historia donde uno no sabe cuando el reloj hace un giro de 180
grados o no, y Fidel declarando allí sin poderlo matar , la
vanguardia allí sin poderla matar; había empezado otro momento de la
historia política de Cuba.
Es decir, cuando Fidel me dice que lo peor ha pasado, en ese
momento ya él tiene la comprensión, con esa gran intuición política
suya, que evidentemente ha demostrado tantas pero tantas veces, de
que la corriente política, la vida política había dado un cambio, y
que no solo eso, si no que en términos marxistas, como decimos
nosotros, la iniciativa del proceso político en Cuba la tenían sus
compañeros, esa vanguardia que había salvado la vida. No todo el
mundo se percató, porque para mucha gente ...
.; bueno, esa acción de ir a atacar al Moncada era sencillamente una
locura, y era una locura meterse en la Sierra.
En aquel instante más bien hablamos brevemente de las tendencias,
de los "paquetes" que quería montar la dictadura, de cómo querían
imputar influencias internacionales, porque en las actas, como dije,
hasta hablaban de indios putumayos. Yo no sé por qué le dio a
Chaviano por decir estas cosas que además no las creía nadie, ni él
mismo.
Allí Fidel me orientó en el sentido de que siguiera el contacto
con Raúl, porque él sabía que lo iban a aislar. Su declaración fue
muy dramática, de mucho respeto por parte del fiscal Paquito
Mendieta. Es que en esta primera sesión ya la autoridad moral de
Fidel es preponderante entre los magistrados y, bueno, el fiscal
tenía que preguntarle algo.
Lo que más pudo incriminarle el fiscal Mendieta era algo así
como: "¿Usted no sabía que esta acción iba a costar la vida de mucha
gente?" Esa fue la incriminación más fuerte del fiscal, es decir, el
fiscal no se atrevió en ningún momento a faltarle el respeto;
porque, además, Fidel tenía una sólida palabra de acusación, muy
moral, muy fuerte, tremendamente fuerte.
Ahí fue donde respondió a aquella pregunta sobre quién era el
autor intelectual de la acción y dijo sencillamente: "Fue José
Martí". Y se responsabilizó con todo lo del Moncada.
POSICIóN DE TRIUNFO
Después de esta sesión, Fidel no asistió más por los hechos que
ya se conocen. Cuando Melba leyó en el juicio la denuncia de él,
había una presión tremenda sobre el presidente del tribunal, y se
suscitó el choque con Chaviano, pues al demandar la presencia de
Fidel, el gobierno se negó por temor a que aquello se convirtiera en
un mitin político.
Los otros momentos dramáticos del juicio fueron cuando los
compañeros comenzaron a acusar a los esbirros por los asesinatos
perpetrados. Eso hacía las sesiones interminables, porque cada vez
que iba un compañero a hablar, denunciaba un crimen.
Ciro Redondo, por ejemplo, contó cómo, ya prisioneros, mataron a
un compañero de él por la espalda. Nosotros veíamos momentos de vida
de los muertos en los ojos de los muchachos cada vez que tomaban la
palabra para decir estas cosas.
Pedrito Miret se enfrentó al capitán Porro para denunciar cómo se
torturaba a los combatientes heridos y se les inyectaba alcanfor en
las venas. Pedrito, muy bien vestido, parecía un "lord", sereno, muy
elegante, diciéndole las verdades aquel hombre de siete pies de
estatura, grueso y tosco, que era muy amigo de Chaviano y muy
odiado. Todas estas cosas frente a frente, con una fuerza moral tan
grande en Pedrito, que se notaba visiblemente que Porro estaba a la
defensiva. Y esta posición de triunfo de los muchachos, que acusaban
cada vez más a los esbirros por sus asesinatos, ayudaba mucho.
Recuerdo que ya en ese ambiente mandaron a un cabo del ejército.
Lo mandó Agustín Lavastida,8 jefe del SIM, para que dijera
que había granadas en el asalto. Ya anteriormente hubo que luchar,
entre otras cosas, contra una acusación de Chaviano de que los
compañeros que penetraron en el Hospital Civil habían apuñaleado a
los militares enfermos, con lo cual se trataba de crear odio entre
el ejército y los muchachos.
EL CASO
DEL ANóN
Entonces toda la labor nuestra estuvo dirigida a desmontar esa
acusación y demostrar que esto era completamente falso: "¿Usted vio
heridos de arma blanca, vio cuchillos?" preguntábamos a los
soldados. Y con sus negativas logramos eliminar esta acusación.
Ahora se aparecían con lo de las granadas. Pero, sinceramente, la
atmósfera estaba a nuestro favor, y le preguntamos al cabo: "¿Usted
vio a algunos de los asaltantes con algo así en la mano?", y le
enseñé el puño. Dijo que sí, que era una cosa así como yo le
señalaba. Le inquirí: "¿Esto era más o menos redondo?", y respondió
que sí, que era algo más o menos redondo.
Decidí preguntarle: "Cabo, ¿y tenía punticas de colores, como
negro, así de piececitas?", y me dijo que sí también. Dentro de
aquel silencio del diálogo no me quedó otra alternativa que
preguntarle: "Cabo, ¿y en vez de una granada, no sería un anón?"
Aquello se cayó abajo de la risa, el cabo se turbó y en vez de
replicarme se quedó en silencio muy ridiculizado, de tal forma que
me llamaron la atención.
Había un viejo abogado, muy simpático, llamado Pepón Badel,
muerto ya, que tenía una agilidad literaria tremenda e improvisó una
coplita y la circuló por toda la mesa de los abogados y hasta por el
público.
Sobre el anón
se formó la confusión,
cuestión de fruta cambiada,
donde Baudilio vio anón,
el cabo vio una granada.
Y se la pasaron a los
magistrados también y aquello ayudó a desprestigiar las acusaciones
hechas por el ejército, que quedó ridiculizado por completo.
EL TRIBUNAL
Antes de seguir la narración del juicio, creo que debiéramos
hablar del tribunal para comprender algunas de sus posiciones.
El tribunal lo presidía Nieto. Este señor era un hombre que
quería hacer carrera judicial. Era un viejo santiaguero que se
apresuró mucho y aceptó el cargo de magistrado del tribunal supremo
de la dictadura; él sabía que habría un cambio político en este
país, pero se apresuró mucho. Estaba también Díaz Oliveras, que era
un hombre conservador, civilista burgués más bien, al cual metieron
en aquella sala y solo hizo una pregunta para favorecer a Jesús
Blanco, estudiante de Medicina; pues la madre lo había vuelto loco
en la casa pidiéndole que le cuidara a su hijo, y el hombre, por
compadecerse de la infeliz mujer, hizo una pregunta para favorecer a
Blanco. Y estaba el tercero, cuyo nombre no recuerdo, que era un
hombre muy decente.
Este tribunal no tenía ningún interés político, salvo Nieto, que
era un gran líder social en Santiago, Vista Alegre y todo eso. Todos
eran burgueses que tenían encima una presión social tremenda de
condena moral por los crímenes de la tiranía. En verdad la población
estaba repugnada con los crímenes, de los procesamientos hechos
contra los políticos "opositores", y dondequiera que ellos asistían,
recibían esta presión, aun en las sociedades donde se reunía la
burguesía local, tanto en Vista Alegre como en el Tenis Club.
Por eso es necesario ver estas cosas para comprender la
adecuación de la sentencia, porque ellos la fueron modificando un
poco: a Fidel, desde luego, el dirigente, lo castigaron más;
empiezan a mostrarse un poco menos severos con los miembros del
Estado Mayor y más flexibles todavía con la masa de combatientes, y
así les imponen condenas de quince, trece y diez años.
Quedaban el caso de Haydée y el de Melba. Empecé a plantear una
tesis de que ellas estaban en el grupo por solidaridad humana,
porque estaban el hermano, el novio; y comenzamos a plantear que por
estos motivos fueron de enfermeras, pero que en modo alguno habían
participado ni en la ideación conspirativa, ni tomado parte en actos
materiales, y que su conducta, por tanto, no configuraba un delito,
y que por lo demás era histórico en las guerras, en las
revoluciones, que hubiera enfermeras, etc, etc.
Un día le dije al presidente del tribunal que iba a plantear esa
tesis y me respondió que él creía que daría una sorpresa. Yo lo que
creía era que las iban a absolver, y fui a decírselo a Haydée. Aquí
radica una de las virtudes de nuestras compañeras. Nunca esperé esta
fuerza humana de solidaridad, porque Haydée —secundada por Melba—,
se ofendió cuando dije que las iban a absolver, y me dijo que no,
que ellas tenían que estar en la cárcel con sus compañeros, y que de
ningún modo aceptarían esa libertad.
EL JUICIO DE FIDEL
El juicio de Fidel se celebró en el hospital por la excusa de que
estaba enfermo, y asistí porque defendía a Abelardo Crespo en el
mismo proceso. Defendí a Abelardo Crespo y traté de sacarlo absuelto
por autorizarlo Raúl, pues él estaba muy grave, tenía muchas
infecciones, pero lo condenaron.
La salita del Saturnino Lora estaba copada por los militares; era
un cuartico, una salita del hospital, donde la impresión era que se
iba a dictar una gran conferencia. Y así fue.
En su alegato, Fidel parecía un profesor de cátedra que estaba
dictando una conferencia ante los discípulos que lo atendían con
mucho interés. Y todo el mundo, las enfermeras y los médicos con sus
batas blancas, asomándose; los guardias, en silencio, con un respeto
tremendo, y los magistrados también; era como si el que estuviese
hablando dijera cosas nunca dichas que había que oír con mucha
atención.
Al llevar a Fidel a aquella salita lograron resolver el problema
que estaban encarando; la cosa era impedir que se celebrara el
juicio público, porque hacerlo era atentar contra el gobierno. La
tiranía era una gran contradicción y el poder judicial era un poder
corrupto, pero por ahí habían personas decentes que se iban a dejar
influenciar por la presión popular. Por eso el gobierno reaccionó en
cuanto vio que aquello se iba a convertir en un mitin público, y no
dejaron que Fidel fuera más.
Esa fue la mayor inconsecuencia del tribunal: aceptar la presión
de los militares para que Fidel no siguiera en el juicio, por temor
también a que el proceso tomara vías más complejas, con lo cual, o
no hubiera habido juicio o hubiera existido un enfrentamiento del
tribunal con la dictadura, cosa que nunca iban a hacer bajo ningún
modo y menos lo iba a aceptar Nieto.
Aquello fue, finalmente, una gran negociación del tribunal; ellos
sabían lo que tenían que ceder; sabían las presiones que estaban
recibiendo; buscaron una política de equilibrio, y dijeron: ‘Bueno,
yo sí admito que Fidel no venga". Y sabían que estaban incumpliendo
la legalidad jurídica.
Pero también dijeron después: "Todo el que pueda ayudar, ayuda; y
a todo el que confesó en el SIM, pero que no venga el SIM a acusarlo
aquí, lo absuelvo; y a todo el que niegue y no lo acusen con plena
prueba, lo absuelvo; y a Haydée y a Melba les pongo siete meses nada
más". Esa fue la posición visible del tribunal.
El gobierno decía que el Moncada había sido una derrota militar,
y desde el punto de vista táctico fue así; pero no supo valorar
otros factores, no quiso o no tuvo la visión de comprender que
estratégicamente aquella Causa 37 significaba diez victorias de más
peso que el hecho en sí de atacar la fortaleza.
En el mismo juicio, en la conducta viril de los asaltantes,
reconociendo su participación en el combate; en las denuncias de los
asesinatos que desmoronaban a las fuerzas represivas; en las
simpatías que creó en el pueblo esta actitud y en el programa
político en que se convirtió el alegato de Fidel La historia me
absolverá, se gestaba el nacimiento de una victoria, la Primera
Victoria del Moncada.
1 José Eleuterio Pedraza Cabrera. El 4 de diciembre de 1939 fue
nombrado Jefe del ejército. El 10 de marzo lo encontró sin uniforme,
disfrutando de los millones robados al tesoro público. En las
postrimerías del régimen se cobró a diez por uno la muerte de un
hijo suyo y asesinó a todo el que encontró a su paso. Abandonó el
país el 31 de diciembre de 1958. De inmediato se vincula al dictador
Trujillo en sus actividades contra Cuba. Fue jefe de la Conspiración
Trujillista. Posteriormente planeó volar un barco petrolero en la
bahía de La Habana, enviar avionetas para quemar campos de caña y
planificó bombardear la refinería Ñico López en Guanabacoa, entre
otras muchas fechorías.
2 Alberto del Río Chaviano. Fue un militar golpista en la época
de la tiranía de Fulgencio Batista, conocido también como el Chacal
de Oriente, tristemente recordado por ser el principal asesino de
los asaltantes al Cuartel Moncada.
3 Anselmo Alliegro Milá. Apoyó la dictadura de Gerardo Machado y
luego de la caída de este, salió del país. Regresó y se alió con
Fulgencio Batista, a quien sirvió como ministro de Hacienda y luego
de Educación durante su gobierno. En este último cargo amasó una
inmensa fortuna a costa del tesoro de la nación. Durante el último
gobierno de Batista fue presidente del Senado de la República.
4 Andrés Domingo Morales del Castillo. Al producirse el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952, Batista lo nombró secretario de la
presidencia y del Consejo de Ministros. Ante las amañadas elecciones
de 1954, el dictador le cedió entonces la presidencia, en una
maniobra puramente de forma. Entre los años 1955 y 1958, fue
designado de nuevo, secretario de la presidencia y del Consejo de
Ministros. Desempeñó este cargo hasta la madrugada del 1 de enero de
1959.
5 Gerardo Machado Morales. Quinto presidente de la República de
Cuba, que fue proclamado "doctor honoris causa" de la Escuela de
Derecho siendo casi analfabeto. Fue bautizado como el "asno con
garras". Apenas a un año de haber tomado posesión del poder, ya se
estaba proyectando el levantamiento de su estatua. Su ascenso a la
presidencia en 1925 representó la alternativa de la oligarquía
frente a la crisis latente. Intentó conciliar en su programa
económico los intereses de los distintos sectores de la burguesía y
el capital norteamericano. Huyó precipitadamente del país tras la
huelga general en agosto de 1933.
6 Emilio Ochoa Ochoa. Junto a Eduardo Chibás participó en la
fundación del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y se convirtió en
uno de sus principales líderes. Tras el triunfo de la Revolución
abandonó Cuba y se radicó en Miami.
7 Carlos Prío Socarrás. Presidente de la República entre 1948 y
1952. Su mandato se caraterizó por la agudización de todos los males
del país, en especial la corrupción, el gansterismo, la represión
anticomunista y el sometimiento al imperialismo norteamericano.
Derrocado por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, se asiló
en la embajada de México y luego marchó al extranjero.
8 Agustín Lavastida Álvarez. Fue uno de los más sanguinario
torturadores de la dictadura bastistiana. Antes de ser militar y uno
de los jefes del Servicio de Inteligencia Militar, fue un joven que
se dedicaba al juego, las drogas y el proxenetismo. Tras el triunfo
revolucionario de 1959 huyó del país hacia los Estados Unidos.
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