Santiago de Cuba está en carnaval. Rompe este viernes 19 con la
festividad de los niños hasta el 21; y del 22 al 28 se desatará el
jolgorio en los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Alguien dirá:
como cada año, pero no es así. Este es el carnaval del Aniversario
60 de la gesta moncadista. Y allí, al pie del Caribe y delante de
las montañas, se saben portadores de una tradición y un símbolo: de
una parte, la fiesta constituye un hito de la cultura popular del
país; de otra, fue el carnaval el telón de fondo del estallido de la
rebelión que nos ha llevado a ser lo que hoy somos, y plantar cara a
lo que pretendemos ser.
La tradición de mayor arraigo en la urbe oriental es la conga.
Cuando se utiliza ese término la referencia se amplía desde el
conjunto instrumental hasta su expresión músico-danzaria
característica.
En el primero se agrupan tambores de dos y unas membranas o
parches que sostienen el ritmo, con particular protagonismo para el
requinto, de timbre más agudo, que permite el virtuosismo del
ejecutante. Al tambor de una sola membrana, de forma cónica y
alargada, se le llama bocú.
El elemento percutido se completa con las campanas, casi siempre
tres de diferentes timbres, que producen un sonido metálico, a veces
sustituido por el golpeo de clavos de línea sobre llantas de autos.
Tal vez el elemento instrumental más curioso sea la corneta
china, que marca la diana, la anunciación de la conga. Poco tiene
que ver este instrumento con el cornetín occidental. Todo parece
indicar que provino del suo na o el sha un de los
inmigrantes chinos que llegaron a Cuba a partir de la segunda mitad
del siglo XIX. Pero indudablemente es un instrumento cubano, si
reconsidera que aquí se acriolló a tal punto que afinó su estructura
y dejó atrás la escala pentatónica de la música china.
En cuanto a la danza, detrás de la conga no se baila, se arrolla;
se arrastran los pies al ritmo de la percusión, y se integra la
marea humana que estremece las calles con un zumbido compacto.
Ocho congas tradicionales se mantienen en Santiago, desde la
legendaria de Los Hoyos, bastión cultural de la ciudad, hasta las de
Paso Franco, o la de San Agustín.
Sin embargo la preservación de las tradiciones va más allá de la
institución conga. Según refirió a Granma Marcos Campins,
presidente del Comité Organizador de las fiestas, los valores
patrimoniales del carnaval pasan, además, por la recuperación de las
verbenas barriales, varias de ellas sazonadas con la música del
órgano de manivela u oriental.
Esta es también otra de las curiosidades patrimoniales de la
región. Mediante manivelas, mecanismos neumáticos y rollos de cartón
perforados, contentivos estos últimos de los códigos para la
reproducción de notas musicales, ese tipo de prodigio mecánico se
puso de moda en la Francia posnapoleónica; de donde llegó a Cuba,
según muchos afirman, hacia la mitad del siglo XIX, presumiblemente
por Cienfuegos, ciudad de la región central fundada por colonos
franceses y de la Louisiana.
Sin embargo fue en el Oriente, sobre todo en Manzanillo, donde se
aclimató y perduró como instrumento ideal para animar fiestas y
bailes, y donde también se desarrolló el arte de la composición de
obras y la perforación de rollos. El caso es que en la actualidad en
Santiago, ciudad a la que se extendió su uso, no hay verbena sin
órgano oriental.
El patrimonio —comentó Campins— incluye los mamarrachos. Tan
emblemática fue la presencia de estos personajes que en un inicio al
carnaval santiaguero se le llamó Fiesta de Mamarrachos.
De acuerdo al historiador santiaguero Rafael Duharte, los
primeros mamarrachos de los que se tienen noticias se corresponden
con los tiempos del hato y el corral. La fiesta tenía un fuerte
acento rural y predominaba la música de guitarra. "A mediados del
siglo XIX —precisa— el pintor inglés Waiter Goodman nos describe una
fiesta de mamarracho muy diferente; se corresponde con el auge de la
economía de plantaciones y se ha africanizado: son los tiempos del
tambor".
Entre los personajes consagrados por la tradición se hallan La
muerte en cueros, El diablito y La muñeca.
Hacia la década de los sesenta del pasado siglo, un elemento
ornamental se sumó a la trama visual del carnaval al punto que hoy
día no se puede prescindir de su construcción: el tótem, que esta
vez en número de diez definirá en diversas áreas de la ciudad su
condición festiva.
También se han hecho visibles en el preámbulo del jolgorio los
carritos de la salá, vehículos automotores debidamente decorados que
recorren lentamente los barrios para anunciar las novedades
festivas.
Lo singular en esta oportunidad radica en que se está difundiendo
una banda sonora contentiva de los sesenta, temas que marcaron la
pauta de los carnavales desde 1953 hasta hoy.
Así nos enteramos que por los días del Moncada el tema de moda
fue Máquina landera, una bomba compuesta por la
puertorriqueña Margot Rivera, popularizada aquel año en Cuba por la
Sonora Matancera.
El 26 y el carnaval en la
memoria de Marta Rojas
En
1953 yo estaba recién graduada de periodista y viajé de La
Habana a Santiago, mi ciudad natal donde vivía mi familia.
Allí el corresponsal de Bohemia, Panchito Cano, un excelente
fotógrafo, me pidió que le hiciera una crónica del carnaval
y los pies de fotos, que el director de la revista los había
pedido.
Pasada la
medianoche del 25, ya en la madrugada del 26, el ambiente no
declinaba. Muchos esperaban el encuentro de la conga de Los
Hoyos y la de El Tivolí, en la Trocha, donde se cruzaban los
bocús de una y otra. Antes del amanecer sentimos varios
estruendos y pensé que se trataba de fuegos artificiales que
anunciaban la salida de las congas. Pero Panchito, que tenía
más experiencia, me dijo: "Marta, esos no son cohetes, son
disparos y vienen del lado del Moncada. Yo creo que se
fastidió el reportaje, porque lo que está pasando es otra
cosa". Y allá fuimos. Lo demás es historia. El caso es que
por estar cubriendo el carnaval tuvimos la oportunidad de
ser testigos, después, de una página imborrable. |