La hora de la partida (primera parte)
Los días 24 y 25, por diversas vías, y la gran mayoría sin
conocer hacia dónde se dirígían, partieron los futuros combatientes
que asaltaron el Cuartel Moncada el 26. El periodista e historiador
Mario Mencía en su libro El Grito del Moncada ofrece los detalles de
cómo fue ese momento
Ahora ya era llegada la hora de transformar en acción
trascendente la voluntad del pueblo.
Desde una semana antes fueron cursadas las instrucciones a los
jefes de células. Determinar nuevamente quiénes eran los más
decididos. Entre ellos, seleccionar preferiblemente, a los que no
tuvieran hijos. Se calculó la cantidad de hombres necesarios: 135
para Santiago de Cuba, 30 para Bayamo. Ni siquiera todos los más
decididos podrían ir; ni de todas las células. El límite lo
determinaba la escasa cantidad de armas disponibles. Se reajustó el
plan en su aspecto de las fuerzas a participar. Mientras menos
grupos a mover, más seguridad para la acción.
La
caravana de automoviles donde se traladaron los asaltantes visto por
canet
El nuevo aviso fue únicamente a los jefes de las células
necesarias para la cantidad de hombres a movilizar. Se les fijó la
cifra que cada uno debía aportar. Al igual que en toda práctica,
pues se trataba de una práctica más, solo que en un lugar más
alejado, la discreción más absoluta debía regir esta movilización.
Los de Artemisa, Guanajay, Madruga, Palos, Nueva Paz, Vegas —igual
que en los primeros tiempos de los ejercicios en la universidad—
debían venir hacia La Habana. Traer ropa de paseo para una ausencia
de más de un día. La única instrucción diferente fue cursada a
Aguilera, de Palma Soriano. En este caso no se trataba de una
selección de sus mejores hombres. El jefe de la célula de Palma era
el contacto con los mineros de Charco Redondo; los mineros de Charco
Redondo serían un factor decisivo en el plan de apoyo de Bayamo para
una segunda fase del proyecto insurreccional que se iniciaría en
Santiago.
Renato llevó la orden a Palma Soriano. Aguilera la cumplió al pie
de la letra. Viajó con su esposa a Varadero. Allí se alojó en casa
de unos familiares que estaban vacacionando. El día y la hora
establecidos Fidel fue a verlo. Allí, en Varadero, recibió las otras
instrucciones: volver a Palma Soriano, dejar a su esposa, y retornar
de inmediato a La Habana. Nada más. Aguilera solo vendría a conocer
la acción de Bayamo en el último momento. Incluso, cuando viajó allá
el 25 de julio, al entrar en la ciudad, con un hombre en contraseña
que lo esperaba en un punto determinado, fue que supo que debía
encaminarse al hotelucho Gran Casino, que era el lugar de
acuartelamiento. La entrevista de Aguilera con Fidel ocurrió el
final de semana anterior al asalto. Dos días después estaba Aguilera
alojado en un hotel habanero con su compañero Nito Ortega y
restableció el contacto con Fidel.
Las restantes medidas de seguridad fueron precisas. En esta
ocasión nadie podía portar dinero. Durante el trayecto no se debía
hablar con ninguna persona extraña, ni con otros compañeros fuera
del grupo. Nadie podría quedar solo en ninguna parada de descanso o
para comer o para ir al baño. Prohibido ingerir bebidas alcohólicas.
Prohibido hacer llamadas por teléfono. Las conversaciones en público
debían girar en torno a temas festivos, las regatas en Varadero, la
conmemoración en Gibara por el día del gibarense ausente, los
carnavales en Bayamo y en Santiago. Extrema disciplina sumada a la
calidad de los hombres.
Huérfano de madre, muy niño, José Antonio Labrador debe sufrir
además la separación de sus dos hermanos y de su padre, quienes
parten por fincas y poblados a deambular en busca de trabajo. José
Antonio permanece en Pijirigua, solo. ¿Puede estudiar un niño que
desde la madrugada tiene que ordeñar vacas, salir a caballo a
repartir botijas de leche y, al regreso, arar, sembrar, guataquear,
machetear hasta que el sol oscurece los campos que no son suyos y
que con su sudor absorben sus ilusiones de niño —que trabaja por la
comida— y sus esperanzas juveniles? Ha debido "existir" así durante
26 años para solo ser uno de tantos centenares de miles que nunca
tuvieron en sus bolsillos más de 40 pesos al mes.
—Eran duros los tiempos aquellos —diría su padre varios años
después. Cansado de vegetar decidí marchar a la costa para trabajar
como carbonero. Al cabo de algún tiempo regreso a Pinar del Río
donde pongo una humilde bodeguita con la idea de que José Antonio
viniera a trabajar conmigo. Pero, cuando voy a verlo en los primeros
días de julio de 1953 y se lo planteo, me dice: "Viejo, tengo un
negocio de responsabilidad y mi deber es terminarlo." No me quiso
dar más detalles.
¿¡Cuánto esfuerzo para mantenerse firme en sus propósitos
revolucionarios no debió hacer José Antonio Labrador para negar
ayuda a su padre envejecido, que llegó para reunirse con él y
mejorar sus mutuas miserias después de padecer esa doble amargura
del hambre física y el hambre de cariño!?
¡De esa fibra heroica estaban conformados los verdaderos hombres
del Moncada!
Pocos días después, José Antonio Labrador se alejaba por primera
vez de la tierra ajena donde se hizo hombre siendo aún niño. El tren
lo iba acercando a las montañas de Oriente y al corazón de su
pueblo.
El tren central partió de La Habana el viernes 24 de julio a las
5:30 de la tarde, rumbo a Santiago de Cuba.
Rosendo Menéndez, de Artemisa, fue el único que no tuvo que hacer
ningún esfuerzo en cuanto a las medidas de aislamiento que se habían
orientado para la seguridad, ya que solamente conocía a José Luis
Tasende, que estaba a cargo del contingente de 18 hombres que
utilizó esa vía para marchar a Oriente.
Sentado junto a Tasende, Raúl Castro observa el boletín que acaba
de recibir y sabe entonces a dónde se dirigen. "¿Santiago?", dice
volviéndose hacia Pepe Luis, y agrega en voz baja sin esperar la
respuesta: "¿El Moncada?" Tasende le responde como sin darle
importancia: "Sí".
Raúl pudo verse impedido de realizar aquel viaje. Todo dependió
del aplazamiento de las vistas por la causa 412 de 1953, que tenía
pendiente en el Tribunal de Urgencia de La Habana desde el 9 de
junio. En caso de resultar condenado, si se hubiera celebrado el
juicio, no habría podido ir. Inmerso en las luchas estudiantiles
desde los primeros momentos de su ingreso en la universidad, en
1950, se había unido al reducido grupo de jóvenes ideológicamente
más progresistas. Con otros, edita el periódico mimeografiado Saeta
y, muy vinculado con los estudiantes comunistas dirigido por Lionel
Soto, en febrero de ese año viaja a Viena y participa con la
delegación cubana en el IV Festival Mundial de la Juventud y los
Estudiantes. De Viena fue a Bucarest. En Rumania permaneció un mes.
"En el congreso tuve una discusión con el delegado rumano, lo que
hizo que el jefe de esa delegación me invitara a visitar su país.
También visité Budapest en aquella gira" —le diría Raúl a Jules
Dubois en julio de 1958, 5 años más tarde, durante la guerra. De
Budapest va a Praga y después a París, donde permanece 19 días. Los
marinos del trasatlántico Ile-de-France, en que pensaba retornar,
están en huelga. Esta se prolonga demasiado y Raúl pasa a Italia.
Allí embarca desde Liorna en el Andrea Gritti, donde establece
relaciones con un joven soviético y dos guatemaltecos. El Andrea
Gritti hace escalas en Nápoles, Cádiz, Maderas, Caracas y,
finalmente, arriba Raúl a La Habana el 6 de junio a las 10:00 de la
noche, cuatro meses después de su partida. Cuatro horas y media
lleva en Cuba cuando, a las 2:30 de la madrugada del día 7, era
detenido en la aduana marítima junto con los jóvenes guatemaltecos
Ricardo Ramírez y Bernardo Lemus Mendoza. Los agentes del buró de
investigaciones le ocuparon "dos maletas con propaganda comunista",
según el acta levantada por Antolín Falcón, y lo enviaron detenido
para el vivac en el Castillo del Príncipe.
"Yo lo fui a ver al vivac", nos ha relatado Melba. "Le ocuparon
un diario. Entonces él me hizo la historia de todas las experiencias
que traía de su viaje. Venía muy entusiasmado. Cuando fui a
interesarme por su caso, Antolín Falcón, el jefe del buró, al
referirse a lo escrito por Raúl en su diario me decía: iPero mire
este diario lo que dice, que el mundo socialista es el paraíso. Y
hasta ahora yo no he visto ningún paraíso en la tierra!"
La causa se radicó por "desorden público", pero Fidel se personó
el día 8 como abogado defensor y obtuvo del juez una orden de
libertad provisional. En estos días, Raúl solicitó la militancia en
el Partido Socialista Popular. Fue aceptado, y Flavio Bravo,
secretario general de la juventud comunista, le entregó
personalmente el carné como miembro de esa organización. Faltaba
apenas un mes para el asalto al Moncada. Solo pudo participar en uno
de los últimos adiestramientos que se hicieron en fincas.
Su incorporación al contingente de los asaltantes sería relatada
por el propio Raúl, un año después, cuando el sábado 24 de julio de
1954 anotó en su diario: "En compañía de Pedro Miret y Abelardo
Crespo fui anoche a una fiesta familiar y por motivo de unos
jaiboles que tomé, ahora me dolía mucho la cabeza y me quedé
acostado hasta la media mañana, era un viernes. Miret, que entonces
era mi compañero de cuarto en la esquina de Neptuno y Aramburu y
ahora también con Crespo somos compañeros de galera, había salido
muy temprano y cuando regresó al mediodía y encontrarme con dolor de
cabeza y aún en el cuarto, bajó a la calle y regresó con un jugo de
manzanas insistiéndome en que lo tomara pues tenía que curarme
enseguida, él se volvió a ir para la calle y a los pocos minutos yo
vomité el jugo. No obstante, sus palabras, así como la seriedad de
su rostro me hicieron pensar que algo raro pasaba. Al poco rato
recibí una llamada telefónica de José Luis Tasende, diciéndome que
me mantuviera en la casa y esperara otra llamada de él o que tal vez
pasaría a verme. Ya no me quedaba lugar a dudas: la ‘hora cero’,
como solíamos decir, se acerca rápidamente. A media tarde recibo la
anunciada visita del compañero Tasende, quien se presentó con una
visita relámpago idéntica a la de Miret, abandonando mi cuarto un
instante después de darme algunas instrucciones y también a entender
que muy pronto tendríamos que actuar sin más datos de ninguna clase.
De acuerdo con esta conversación salí a la calle y en una
peletería perteneciente a unos polacos en Belascoaín, compré un par
de zapatos amarillos. Vuelvo a la casa y me acuesto para esperar, ya
que seguía sintiéndome mal. A las ocho de la noche recibo la última
llamada telefónica de Tasende, señalándome que me reuniera con él en
el punto ‘L’ (casa de Léster Rodríguez, cerca de la Universidad),
dirigiéndome inmediatamente al punto indicado, donde con Tasende
recogí el último cargamento de armas, dirigiéndome a la estación de
ferrocarril, tomando el tren central rumbo a Oriente. Miret, Crespo
y Léster se habían ido por otra vía. En la estación de ferrocarril
nos reunimos con dieciséis compañeros más, todos subordinados al
compañero Tasende."
Las memorias escritas por Raúl en el presidio de Isla de Pinos
permiten conocer su reacción cuando supo en el tren que el objetivo
sería atacar el cuartel Moncada, y sus demás impresiones acerca del
viaje hasta llegar a Santiago de Cuba. Escribió Raúl: "...Se me
paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud
y fortaleza de ese objetivo por haber estudiado en Santiago de Cuba
durante varios años. Tasende riéndose me decía: ‘come Raulillo, que
mañana no vas a tener tiempo’, yo seguía tomando solamente pequeños
sorbos de cerveza. Ya el tren avanzaba por la provincia de Oriente y
después de pasar por Cacocún y un tramo antes de llegar al entronque
de Alto Cedro, mirando hacia la izquierda divisé el central Marcané,
un poco más a la derecha de este punto, se veían las faldas de las
montañas donde empieza la Sierra de Nipe, allí estaban mis padres,
en el mismo lugar donde habían nacido todos sus hijos. Con la vista
fija y el pensamiento recordando los años de la niñez por esos
puntos, estuve con la cabeza fuera de la ventanilla hasta que
ondulaciones del terreno los hicieron desaparecer de mi vista. En
Alto Cedro, durante la breve parada del tren, tuve que cubrirme bien
la cara con un pañuelo y fingir que dormía para evitar ser visto por
algunas de las personas que por allí conozco. Durante el viaje todo
lo miraba con esa avidez que despierta el sentimiento de la última
vez. Me agradaba infinitamente volver a ver esos lugares conocidos
por mí, y sobre todo, saber que el teatro de los acontecimientos
sería Oriente, mi tierra natal. A media tarde llegó el tren a
Santiago de Cuba."
Cuatro miembros de la célula de Cayo Hueso, en los alrededores
del parque Trillo, también iban en el tren. Raúl de Aguiar, que era
su jefe; José de J. Madera Fernández Andrés Valdés Fuentes y Armando
Valle López iban por parejas en distintos vagones, de acuerdo con
las normas de seguridad establecidas para el viaje por ferrocarril.
José de Jesús era estudiante y fue uno de los más jóvenes asaltantes
del Moncada; había nacido el 15 de octubre de 1935; tenía 17 años;
después del asalto resultó apresado y fue asesinado. Raúl de Aguiar,
Andrés Valdés y Armando Valle lograrían escapar de Santiago después
de la acción; llegarían a la finca de los Castro Ruz, en Birán;
Ramón Castro, el hermano mayor les ofrecería refugio y, ante la
insistencia de ellos para regresar a La Habana, les dio dinero para
la travesía; pero, capturados en Alto Cedro, resultarían asesinados
y sus cuerpos, desaparecidos.
La de " los campesinos" de Palos, Vegas y Nueva Paz viajó
completa en el tren aunque lo abordaron en distintos lugares. En
realidad no todos trabajaban en labores agrícolas. Rolando Guerrero
trabajaba en un central azucarero y Guillermo Elizalde era
carpintero. Todos los demás sí eran obreros agrícolas; ninguno
poseía tierras propias. El único que era condueño de una pequeña
finca con sus hermanos no hacía el viaje: Mario Hidalgo Gato. En su
finca, en Palos, se habían hecho muchas de las prácticas masivas del
movimiento. Días antes de la partida, Mario acompañó a Fidel a una
práctica de tiro en Artemisa. Demoró en retornar. Sus hermanos,
asustados, se pusieron a indagar públicamente su paradero, lo que
llamó la atención de personas ajenas al movimiento. Como precaución
ante la posibilidad de que el hecho pudiera repetirse al partir
efectivamente para la acción, Mario Hidalgo Gato fue
compartimentado. Al momento de salir los demás para Santiago no se
le avisó.
Entre los obreros agrícolas de esta célula estaba el que sería el
combatiente de mayor edad entre los asaltantes del Moncada, Manuel
Rojo Pérez, aquel hombre de campo .que al enterarse del golpe dado
por Batista la misma mañana del 10 de marzo había contestado a su
esposa: "Como mismo subió lo quitaremos". El grupo lo completaban
Tomás David Rodríguez, su jefe; Manuel Isla Pérez, el más joven de
la célula, que tenía 20 años; Genaro Hernández y Rubén Gallardo.
Aunque viajó completa, no todos los miembros de esta célula
montaron desde la misma estación. Gallardo, Rodríguez y Manuel Isla
vinieron en tren desde Palos a La Habana, la mañana del viernes 24.
En el apartamento de Abel en 25 y O, donde nunca habían estado,
recibieron de Tasende los boletos y las instrucciones para una
misión especial: su célula sería responsable de la seguridad de las
maletas con armas y uniformes a llevar en ese viaje.
Elizalde, Guerrero, Genaro Hernández y Manuel Rojo tomaron una
máquina de alquiler que los condujo desde Vegas hasta San Nicolás.
En San Nicolás subieron al tren y se acomodaron en diferentes
vagones.
Hombres hechos desde niños a los trabajos más rudos, con un alto
sentido de la responsabilidad y el cumplimiento de la palabra
comprometida, el grupo "de los campesinos" sintió herida su dignidad
por un hecho ocurrido durante la parada del tren en Unión de Reyes,
provincia de Matanzas. Rubén Gallardo decidió no continuar el viaje
y bajó hacia el andén. Varios años después, al recordar aquel
incidente, Genaro Hernández diría: "Se acobardó. Nos dijo, para
disculparse, que pensaba en su familia y que le preocupaba lo que
sería de ella si lo mataban. En cierto sentido lo comprendo. Pero si
todos los compañeros hubieran pensado en su familia, Batista estaría
aún ahí."
Francisco González y Mario Chanes iban juntos en uno de los
coches de pasajeros. Entre los dos eran responsables de la
conducción de otra de las maletas repleta de parque y uniformes.
Pertenecían a la célula de la Ceiba y Puentes Grandes que dirigía
Chenard, la misma de la que eran miembros Gildo Fleitas y Pedro
Marrero.
Varias horas después de partir el tren de la estación terminal de
ferrocarriles de La Habana, Chenard, Gildo y Marrero conducían a
otros combatientes en tres automóviles que salieron de distintos
lugares de la capital. A diferencia de la célula de "los
campesinos", esta fue la que marchó más dispersa a Santiago de Cuba.
En el auto guiado por Chenard viajaban cinco miembros de su
célula, el joven boxeador aficionado Giraldo Córdova Cardín, los
hermanos cocineros del colegio Belén —donde Fidel había estudiado
bachillerato— Manuel y Virginio Gómez Reyes; el fotógrafo ayudante
de Chenard, Miguel Ángel Oramas y el barbero Eduardo Montano. A
excepción de Montano, todos resultarían asesinados después del
combate. Miguel Ángel Oramas había cumplido 17 años cinco semanas
antes del asalto, el 16 de junio de 1953; sería el más joven de los
combatientes; tenía 9 meses menos que José de Jesús Madera, que
había llegado a esa misma edad el 15 de octubre de 1952. Dieciocho
años tenía Pablo Agüero; 19, Marcos Martí, de Artemisa, Manuel Saíz,
de Lawton, y Lázaro Hernández Arroyo. Veinte años, Emilio Hernández
Cruz y Antonio Betancourt Flores, de Artemisa, y Manuel Isla. Con
esas edades, o no habían podido estudiar casi nada, en unos casos, o
habían tenido que abandonarlo para comenzar a trabajar. Ninguno cayó
en combate; apresados después de disparar sus últimas balas, fueron
asesinados.
Ramón Pez Ferro, entonces estudiante en Artemisa, tenía 18 años
de edad. Combatió en el grupo dirigido por Abel desde el hospital
"Saturnino Lora". Es el único hombre sobreviviente de los 21 que
allí se encontraban.
Pez Ferro hizo el viaje, desde 23 y 18 en el Vedado, en el auto
que condujo el estudiante de ingeniería Héctor de Armas, quien
recogió a sus compañeros de célula en sus casas: los hermanos Ferrás
(Armelio, Alejandro y Antonio), Isidro Peñalver y Humberto Valdés
Casañas. No viajó el jefe de la célula, Ángel Pla. Cuando fueron a
buscarlo y vieron que estaba padeciendo un fuerte ataque de asma,
siguieron sin decirle nada. Los siete tripulantes de esta máquina
sobrevivieron." (1)
De las incidencias en la travesía del auto Chevrolet chapa
250-053 que parte desde el parque de la Fraternidad en La Habana, y
en el que Juan Manuel Ameijeiras condujo a sus compañeros Gerardo
Álvarez, Pablo Cartas, Roberto Mederos, Félix Rivero y Osvaldo
Socarras, no se conoce nada. Todos sus tripulantes pelearon junto a
Abel en el hospital civil y todos fueron asesinados. Ese auto era el
mismo que Juan Manuel trabajaba como chofer de alquiler, y por el
que le pagaba una renta diaria a su dueño.
Igual ocurre con el que era propiedad del médico Mario Muñoz, y
en el que este viajó acompañado desde Colón, en Matanzas, por Julio
Reyes Cairo. Las referencias son testimoniales: una parada en
Placetas, Las Villas, donde dejan las dos pistolas que llevaban en
casa de unos parientes, toda vez que estaban haciendo registros en
la carretera; y la orden de Fidel a Abel, ya en la medianoche de
sábado 25 a domingo 26, para que venga a buscarlo al Cobre y le
indique el camino hasta la granjita.
El primero de los autos en salir de La Habana fue el Pontiac 1949
que Montané había adquirido a principio de ese año. Había solicitado
15 días de vacaciones en la fábrica de curitas Bauer and Black,
empresa a la que pasó como contador después de su renuncia en la
Frigidaire. Según su relato, Fidel le había dicho: "Nadie puede
pasar de 60 km por hora." La regla fue especial para Montané, que no
manejaba muy bien. Después de un día de agotador ajetreo partió de
la casa de Abel, luego de recoger allí cuatro integrantes de la
célula de Lawton: el jovencito Manuel Saíz, los hermanos José
Wilfredo y Horacio Matheu y su jefe, Gabriel Gil. No pudieron
cambiar el cheque que se les había entregado para el viaje y Montané
pasó por su casa, en Santos Suárez, donde recogió algún dinero. De
esa manera pudieron comer, ya tarde en la noche, en Colón. El
cansancio era demasiado y Montané detuvo el carro al llegar a un
crucero. Durmió un rato. Al despertar, quiso poner en marcha el
auto. Pisó el acelerador. En vano. No funcionaba. Pasó como una
hora. Ya temía no poder continuar el viaje. ¿Faltaría a aquella cita
de honor? Revisaron la batería, los platinos, el carburador. Gabriel
hizo señas ante dos largos haces de luz que se aproximaban. El
chofer del camión, sin inmutarse, indagó por la gasolina. Tenía
suficiente. Entonces les dijo: "Si han llegado aquí, no hay razón
para que no ande. Monten. Voy a empujarlos." Después de algunos
centenares de metros el Pontiac ronroneó y su motor echó a andar.
Durante el trayecto, escasas paradas, para tomar algún café, para
ir al baño. Siempre sin reconocer a ningún otro compañero de viaje
de otras máquinas. Sin hablar por teléfono. Sin bebidas alcohólicas.
Al igual que los demás automóviles, el de Montané no llevaba armas,
uniformes ni nada que pudiera ocasionar problemas a sus ocupantes en
caso de un registro. Pocos kilómetros antes de entrar a la ciudad de
Camagüey, a Montané se le cerraron los ojos. El Pontiac cabeceó, se
salió a la cuneta, volvió hacia la carretera. "Vamos a matarnos",
gritó Gil. "Bueno", reaccionó Montané, "vamos a parar". Detuvo el
carro hacia un lado, reclinó la cabeza sobre el timón, y enseguida
se durmió. Más de 15 horas después de su salida de La Habana
llegaban a Santiago estos seis hombres. El sexto que había viajado
con ellos era Ernesto González, de la célula de Calabazar.
De la célula de Calabazar saldrían para Santiago 10 hombres en
total, pero solamente nueve llegaron. En el pequeño auto Crosley de
Florentino Fernández, junto con este parten de 25 y O, Pedro Trigo,
Julio Fernández Alfonso y Juan Villegas. La presencia de Florentino
era un pase seguro ante cualquier registro. Fue el único hombre del
movimiento que no tendría que cambiarse de ropa en la granjita para
marchar al combate. Usaba su uniforme militar y portaba su carné
como soldado sanitario del ejército. Cerca de Palma Soriano, el
pueblo de Nito Ortega, Aguilerita y Teodulio Mitchell, el
Crosleymobile se descompuso. No hubo forma de ponerlo en marcha.
Después de varias gestiones, lograron ser remolcados por un jeep que
los dejó en un garaje de Santiago.
De los 15 que salieron hacia la capital oriental, este sería el
único automóvil que no llegó hasta la granjita de Siboney. El
cálculo del transporte necesario para ir de la granjita al Moncada
había sido hecho con precisión. A esos 15 autos se sumarían los de
Abel y Renato, que ya estaban en Santiago de Cuba. En total, 17:
suficientes para conducir hasta el Moncada, a ocho por carro, los
135 hombres planificados para participar en la acción. La baja del
Crosleymobile forzaría a reubicar cuatro personas más en los
restantes carros.
El resto de los miembros de la célula de Calabazar viajaba en un
moderno Plymouth negro del año 52, cuya llave entregó Fidel a Oscar
Quintela en el apartamento de Abel. Esto confería a Quintela el
mando de esa mitad de la célula durante el viaje.