El Moncada de la gente
Dilbert Reyes Rodríguez y
Eduardo Palomares Calderón
Si algo ha demostrado Santiago de Cuba —mejor dicho, la gente de
Santiago—, es que los 60 años del asalto al Moncada no podían quedar
en los límites estrechos de la frase "en ocasión de cumplirse un
aniversario más".
Demasiados asuntos requerían en esta urbe la inspiración real,
práctica, palpable, de la acción heroica que el 26 de Julio de 1953
estremeció la madrugada.
Para superar lo que aquí se vivió después del Sandy, ciertamente
había que inspirarse a fondo en el noble altruismo de los hombres de
aquella Generación, para tener la fuerza suficiente de volver como
cada día al trabajo, a reconstruir "primero lo de todos, y en el
tiempo que quede, lo mío".
Alberto
Valiente.
Así lo dijo, textualmente, Alberto Valiente, un hombre sencillo
que a las nueve de la mañana de ayer no le cabía más sudor en su
overol; pero a esa hora y con solo una escoba, ya tenía relucientes
calles, aceras y jardines de al menos 400 metros alrededor del muro
del Moncada; subiendo por la restaurada Avenida de los Libertadores
y doblando hacia la histórica Posta Tres.
Valiente —quien hace cinco años es el mejor obrero de los que en
Comunales atienden áreas verdes— sin querer nos dio la mejor
respuesta para un pregunta que nunca le hicimos, pero que desde ese
momento usamos, a fin de comprender cómo Santiago se sacudió tan
pronto la tragedia y comenzó a lucir el esplendor de una ciudad casi
nueva.
¿CUÁL ES TU MONCADA?
Omar
Baró.
Con esta pregunta en ristre, Granma cruzó la flamante
Avenida de los Libertadores, hacia el parque Abel Santamaría. Allí,
justo debajo del monumento-fuente dedicado al segundo jefe de la
acción, Omar Baró se empeñaba en dejar como un espejo el granito de
la base escultórica.
"Nunca había estado tan vinculado al Moncada como en estos
últimos meses. Soy granitero por cuenta propia y estoy contratado en
las obras de restauración. Trabajando aquí supe de verdad la
trascendencia del lugar y lo importante que era terminar a tiempo.
El ciclón desbarató parte de mi casa, me dejó mucho por hacer allá,
pero primero está el compromiso con la obra. Mi Moncada es cumplir
aquí, aunque siga en mi casa después del 26".
Niuvis Fernández, por su parte, tiene la suerte de vivir en un
edificio sólido que apenas sufrió los embates del Sandy; sin
embargo, no pudo contener el llanto cuando a los dos días llegó a la
histórica Escuela Normal, la hermosa institución donde estudiaran
Frank País y Floro Pérez, y que ha sido su otra casa por 17 años.
Niuvis
Fernández.
"Los árboles rompieron algunas partes del edificio, casi toda la
teja voló, no quedaron cristales en las ventanas y hasta una pared
interior se fue al piso. Desde entonces supe que ese iba a ser mi
Moncada. Junto al resto de los trabajadores nos batimos rápido y
asumimos todo lo que no dependía de los constructores. Gracias a ese
esfuerzo unido, hoy la escuela quedó terminada y yo me siento feliz,
muy feliz, porque también he sido escogida entre los diez mil
santiagueros destacados que participarán en el acto central".
Más lejos del área monumental 26 de Julio, donde la vista no
alcanza ninguno de los edificios vinculados a la acción, miles de
hombres y mujeres incorporan a su cotidianidad el motivo del
Moncada.
Si no fuera así, ¿cómo hubiera podido Alberto Vera, estibador del
puerto, reponer una parte del techo de su casa sin dejar de
trabajar? "Tuve que dividir el tiempo entre las dos cosas: trabajar
las ocho horas en el puerto, y después dedicarme a mi casa".
"En el puerto tenía muchísimo que hacer, primero ayudar a
recuperar todo el destrozo, evacuar las mercancías, y luego empezar
a descargar los barcos fondeados en la bahía. Desde ese día supimos
que el trabajo iba a ser más duro que nunca, con tantos barcos
entrando con recursos, alimentos, buena parte de los materiales de
la construcción usados en la reconstrucción de Santiago.
"Yo sé que este ritmo no va a terminar por ahora, por eso sigo
dividiendo el tiempo entre el puerto y mi casa, esos son mis dos
Moncadas".
Así se mueve por estos días la ciudad. Todo lleva el sello de la
Gesta Moncadista. Se nota en avenidas asfaltadas, calles
señalizadas, fachadas repintadas, ventanales repuestos, árboles y
jardines en retoño.
También se vive el Moncada en la gente que reconstruye su casa,
en quienes no han empezado porque todavía no alcanza el recurso,
pero confían y esperan sin cruzarse de brazos, cada uno en su puesto
de labor.