Raúl Gómez García brilla en
lo más alto
LUÍS SUARDÍAZ
La
lucha por cambiar los destinos de Cuba se mantuvo durante toda la república,
sobre todo a partir de la década del veinte, cuando una generación radical
se pronunció con énfasis contra el sometimiento a intereses foráneos, la
Enmienda Platt, la corrupción, la mascarada electoral, la ineptitud... y se
puso en circulación, entre otros, el lema de un pensador argentino muy leído
por entonces, José Ingenieros: Jóvenes son aquellos que no tienen
complicidad con el pasado. En el entendimiento, desde luego, de que ciertos jóvenes
son rehenes del oscuro pasado mientras hay hombres maduros que nunca
claudican.
Muertos en su ley, en Cuba o en el
vasto escenario internacional, la mayoría de los principales dirigentes
revolucionarios y perseguidos o alejados de la lucha otros, los politiqueros
auténticos capitalizaron el descontento popular y accedieron al poder a
mediados de la década del cuarenta desde donde lograron lo que parecía
imposible: hacer más grandes todas las atrocidades que padecía la república,
incluidas la corrupción y el gangsterismo. El país llegó a ser un paraíso
para la mafia yanki y aun el presidente que asumió el poder en 1948 era un
conocido drogadicto.
Por entonces ya Fidel y otros jóvenes
herederos de las mejores tradiciones patrias emergían en la escena política
y se proponían hacer realidad el mandato de nuestros mambises, tantas veces
pospuesto. Uno de esos pinos nuevos era Raúl Gómez García (La Habana, 1928,
Santiago de Cuba, 1953) que desde su adolescencia colaboró con publicaciones
estudiantiles y regionales y emisoras radiales, así como en actos cívicos,
con el ánimo de divulgar las ideas redentoras que desde niño le fueron
transmitidas por su familia descendiente de mambises. Admirador sin tasa de
Agramonte, Gómez, Maceo, y sobre todo de José Martí, creía firmemente que
los buenos solo triunfan donde los malos son indiferentes.
Él no lo fue nunca. Hijo amoroso,
entusiasta del deporte, apasionado por la poesía, la filosofía, la historia,
nació con una vocación de comunicador que los estudios y la temprana práctica
perfeccionaron. Entre sus textos salvados se halla una carta que le escribió
a su amigo Erasmo Morera el 26 de octubre de 1948 que puede considerarse una
estupenda crónica de una tángana estudiantil (y de buena parte de la población)
en protesta por el injusto aumento del pasaje de los ómnibus locales
capitalinos. Describe con precisión y jugosos detalles los encuentros con las
fuerzas represivas del Gobierno (en los que él mismo participó armado de un
trozo de caoba), da cuenta de las golpizas, los heridos, las consignas, la
creciente participación popular, y buen catador político, comenta: Qué
maravilloso espectáculo. Se veía claramente que el pueblo estaba dispuesto a
todo.
Si bien los gobiernos auténticos
le parecían más que indignos, su justa cólera estalló al enterarse del
golpe del 10 de marzo. Para entonces, después de haber aprobado dos cursos de
Derecho, estudiaba el segundo año de Pedagogía y tras desempeñarse
eventualmente como pintor de viviendas, oficinista, mensajero había logrado
una plaza de maestro en el reconocido Colegio Baldor que significaba un alivio
en la delicada situación económica de su familia. Mas nada lo detuvo: se
enfrentó, de inmediato, a los golpistas y escribió un extenso texto:
"Revolución sin juventud", que ningún órgano de prensa se atrevió
a publicar, ni siquiera parcialmente, porque llamaba al combate frontal contra
Batista y sus secuaces.
En ese apasionado ensayo político,
que afortunadamente no se extravió, Raúl evoca: El pasado repleto de
grandezas, pero también de traiciones enormes, afirma que nada es tan noble
como ser útil a la creación, advierte más de una vez: No vamos a teorizar,
vamos a combatir, no vamos a decir, vamos a hacer. Y al referirse al usurpador
del poder del pueblo y a otros déspotas no menos execrables, define su posición:
Es preferible hablar de la serenidad de un bohío o del vaivén majestuoso de
la palma nuestra que de la horrible grandeza de este y de otros caudillos
insaciables de nuestra América, que son montón de polvo ante la muerte.
El comunicador revolucionario se
las ingenia para publicar un pequeño periódico de manera rudimentaria cuyo título
es ya una denuncia: Son los mismos. Pronto entra en contacto con Fidel,
Abel, Montané, Melba... a propuesta de Fidel el órgano cambia de nombre, se
llamará en lo adelante El acusador, los textos que se publican le hacen
justicia al nuevo rótulo.
Gómez García es detenido y
sometido por breve tiempo a prisión. También es premiado por los temerosos
señores de Baldor con la cesantía y todo esto no hace sino acrecentar su
combatividad. Continúa escribiendo cantos patrióticos, varios de ellos
inspirados en Martí, versos de amor, artículos, reflexiones, mientras se
adiestra para el combate.
En la Granjita Siboney, poco antes
de partir hacia el Moncada, Fidel lee el vibrante Manifiesto que Raúl ha
redactado por instrucciones suyas. En él está recogido lo esencial del
pensamiento de una juventud dispuesta a cambiar radicalmente nuestra historia.
El ideario martiano sustenta estas páginas, y hay una llameante alusión al
centenario de nuestro Apóstol. En 1853 con el nacimiento de un hombre luz,
comenzó la revolución cubana.
Las últimas catorce letras que
escribió Raúl no pertenecen a la reflexión filosófica o a la poesía.
Estas cuatro palabras, que milagrosamente llegaron a manos de su madre
Virginia García pocos días después, son una prueba dramática, irrecusable
de los crímenes que la tiranía perpetró con los sobrevivientes del ataque
al Moncada, y a lo largo de aquella década con lo mejor de nuestro pueblo: Caí
preso, tu hijo.
Herido en combate, el moncadista
había intentado auxiliar a un militar también herido, mas en bárbara
respuesta al sincero gesto humanista, fue apresado, torturado cruelmente y
asesinado.
A medio siglo de la gesta del
Moncada, el tirano y sus cómplices son, en efecto, polvo en el polvo,
mientras como proclamaba el Manifiesto, por la dignidad y el decoro de Cuba,
la Revolución dirigida por Fidel, triunfó. Y como lo pedían los versos de Gómez
García en su llamado al combate, brilla en lo más alto del Turquino nuestra
estrella libre y solitaria.
Publicado el 26 de julio del
2003 |