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En la vida de Marta Rojas hubo también un antes y un después del Moncada

Como si los mambises hubieran regresado

PEDRO DE LA HOZ

Esta entrevista comenzó, sin yo saberlo, un día de octubre de 1991. Estábamos en Santiago de Cuba para dar cobertura al IV Congreso del Partido, y un domingo fuimos a almorzar al reparto Sueño, a casa de los Cordiés Jackson, familia de médicos prominentes por varias generaciones. Anania Jackson y Marta, como viejas amigas, desgranaban recuerdos y en uno de los vericuetos de la conversación, la primera fue a parar a la madrugada en que "Martica nos dejó en medio de la conga para seguir el rumbo de los tiros que salían por vuelta del Moncada". "Tú y yo pensábamos —acotó Marta — que eran fuegos artificiales, pero Panchito Cano, el fotógrafo de Bohemia, fue el que dijo que eran disparos." Anania entonces comentó: "¿Te das cuenta, Martica, la importancia de no haberte perdido el último minuto de la conga?" "No digas tú eso —replicó Marta—, lo importante fue tener el instinto de una cazadora de noticias, que eso y no otra cosa, es el periodismo".

Hubiera querido volver a las calles de Santiago para observar in situ las reacciones de Marta Rojas ante la vista de los escenarios históricos del 26 de julio de 1953, una fecha que, de modo muy particular para ella, marcó un antes y después tanto en la vida profesional como en su propia existencia. Ahí están sus reportajes —releo los que publicó a fines de enero y principios de febrero en la Bohemia de 1959— y los libros El juicio del Moncada, La cueva del Muerto y El que debe vivir, referencias imprescindibles para conocer lo que sucedió aquel día y lo que sobrevino.

Pero Marta no es fácil presa para una entrevista de esta naturaleza. Por más de diez años, en que hemos compartido faenas y construido una sólida y cálida amistad, ha conseguido zafarse del tema, hasta que ahora, a regañadientes, suelta prenda: "Es que yo no soy una protagonista del Moncada, ni siquiera fui testigo. Llegué, como dije aquella vez, por ser una simple cazadora de noticias, una periodista recién graduada que cumplió sencillamente con lo que consideré un mandato del oficio".

"Yo no tenía ninguna militancia política —aclara— ni sabía que se estaba gestando un movimiento. En mi familia se decía que la política era muy sucia, y entonces en verdad lo era. Simplemente, como gran parte de los jóvenes en los cincuenta, simpatizaba con la Ortodoxia y participaba en algunos actos estudiantiles."

Pero fuiste a la Marcha de las Antorchas el 27 de enero de 1953. ¿No es así?

"En efecto. Aquel era un acto martiano y, por civismo, yo me sentí convocada. Eso sí, me llamó la atención ver desfilar a grupos muy bien organizados, que portaban antorchas revestidas por clavos. Mucho más tarde supe que eran células de la Generación del Centenario. Yo no. Marché con mi novio, un médico que se llamaba Pepón Vidal, y después fuimos al Montmartre."

¿Cuándo tuviste conciencia de que lo que estaba aconteciendo en el Moncada era el inicio de un radical cambio histórico?

"Tuve la primera señal al entrar al cuartel. Se veía a las claras que no se trataba de una lucha por el poder entre militares, ni siquiera entre fuerzas de las clases políticas reconocidas y la dictadura. Después, cuando viajé a La Habana para entregar los rollos de fotografía que había tirado Panchito Cano en el cuartel, al director de Bohemia, este se asombró de que yo le diera esas imágenes. Era algo demasiado importante y me dijo que regresara a Santiago e hiciera mi vida normal. Me empeñé en ir al juicio y fui, me ayudó Bilito Castellanos, quien actuaba como abogado defensor. Presté atención a todo, en especial a Fidel y los demás revolucionarios y, al contrario de otros colegas mucho más avezados que yo, no me perdí ni una sola de las vistas y lo anoté todo. El primer día del juicio fue un momento definitorio. Lo que allí se dijo, no dejaba margen a la duda. Para mi era como si los mambises hubieran regresado. Vino después el alegato de Fidel. Allí estaba expuesto un programa de hondas raíces martianas que prefiguraba el gran cambio. Me dije: si esto se cumple, Cuba ya no será la misma, pero creyendo que era una quimera inalcanzable."

26 de julio de 1953. 1:00 p.m. Marta Rojas interpela al coronel Chaviano acerca de dos mujeres prisioneras en el Moncada: Melba y Haydée. El oficial trata de ocultar los crímenes cometidos, al responder que todos los asaltantes habían muerto en la acción militar.

¿Sentiste, en algún momento, temor a que los sicarios de la dictadura se dieran cuenta de que, con tu actuación periodística, podías hacer una denuncia de los asesinatos de los jóvenes que asaltaron el Moncada?

"Sabía que debía andarme con cuidado, mas no por ello me puse limitaciones. Para explicarte mejor, quiero comentarte una foto que tiró Panchito y en la que aparezco. Durante la conferencia de prensa ofrecida por el coronel Alberto del Río Chaviano alrededor de la una de la tarde del 26 de julio, osé formularle una pregunta que sorprendió al Jefe del Regimiento: ‘¿Quiénes son las dos mujeres que están presas?’, y señalé hacia el área del cuartel donde acababa de verlas, y a las cuales supuestamente Panchito habría fotografiado. Estoy hablando de Melba y Haydée. El coronel, visiblemente molesto, retorció la mirada y me respondió que en el Moncada no había nadie preso, que todos los asaltantes habían muerto en la acción. Pero rápidamente uno de los subalternos se acercó a él y le dijo algo. Entonces Chaviano rectificó: ‘Bueno, tal vez mientras nosotros estamos aquí habrán detenido a algunas mujeres’, y dio por terminada la conferencia donde había leído un informe plagado de mentiras. Eso me puso sobreaviso. Días después, en el cruce de un semáforo, Chaviano detiene su yipi y advierte mi presencia en una acera. Me llama y dice: ‘¿Tú no eres la muchachita que anda con Panchito?’ Le respondí que sí, pero que no lo veía desde lo del Moncada. Él pensó que yo tenía una aventurilla con el fotógrafo que se había burlado de las autoridades al entregar el rollo de fotos del carnaval en lugar de las que testimoniaban los crímenes del Moncada que yo le entregué a Quevedo en Bohemia. Esa suposición de Chaviano me favoreció."

Una vez puestas en libertad, Marta se reúne con Melba y Haydée. Lo que fue en un principio interés periodístico derivó en simpatía, solidaridad y compromiso con la causa revolucionaria.

 

 

Después de los juicios, ¿cómo seguiste vinculada a la historia del Movimiento?

"Debo explicar algo que sucedió durante los juicios, por su relación con el después. Había un calor insoportable. Melba y Haydée se secaban el sudor con un mismo pañuelo. Yo acababa de comprarme uno negro fileteado de amarillo, y en un descuido de los vigilantes se los pasé. Nunca olvidé la mirada de Haydée, intensa y luminosa. Sonrió. Así nació una corriente de simpatía. En otro momento, les pregunto cómo conectarme con ellas. Melba dijo solamente: Jovellar 107. Era la dirección de su casa en La Habana. Allí conocí a sus padres. Me valí de un ardid para visitarlas en la prisión. El Día de Reyes se acostumbraba regalar juguetes a los hijos de las presas. Le pedí a Enriquito de la Osa hacer un reportaje con ese tema. Entonces aproveché para hacerle una foto a Melba y Haydée tras las rejas en Guanajay. Al ellas salir de la cárcel, comenzamos a vernos con mucha frecuencia. Les conté del juicio de Fidel. Ya no se trataba solo de la noticia o de la solidaridad o simpatía, sino de compromiso con lo que ellas representaban."

¿Conocías a Fidel?

"De lejos lo vi en algún que otro mitin de la Ortodoxia, pero no nos conocíamos. Sabía por Bilito Castellanos, que se cosía las guayaberas en mi casa, acerca de sus ideas. Vine a hablar con él, con Fidel, por primera vez, unos diez o quince minutos en el apartamento de 23 y 18, el día que llegó a La Habana después de la amnistía."

¿Y después del triunfo de enero?

"Al que primero encontré fue a Raúl, de visita en la redacción de Bohemia. Entonces me pidió que colaborara en la fundación de una revista del Ejército Rebelde, la cual sería Verde Olivo. Estando en las oficinas de la incipiente redacción, en Columbia, llegó Fidel y conversamos largo rato. Entre las cosas interesantes que me dijo aclaró un error mío, que le atribuía la redacción del Manifiesto del Moncada a él. ‘En ese documento se reflejaban todas nuestras ideas, pero el que lo escribió fue Raúl Gómez García’, puntualizó."

¿Qué veías en el líder de la Revolución? ¿Qué ves en él ahora?

"Un hombre lúcido, intrépido y seductor. No siempre la valentía se hace acompañar por la inteligencia ni por la capacidad de convencer y transmitir verdades. Como lo fue Martí en el siglo XIX, Fidel fue el más brillante cubano de la recién concluida centuria. Y, por suerte, contamos con él para afrontar los desafíos en estos inicios del siglo XXI. Su palabra me cautivó, era distinta."

Publicado el 26 de julio del 2003

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