Isla de la Juventud
Símbolos de la continuidad
DIEGO RODRÍGUEZ MOLINA
NUEVA GERONA.— El 13 de octubre
de 1953, justamente en el año del centenario del natalicio de José Martí,
llegaban a la prisión de Isla de Pinos los combatientes del Moncada, con
excepción de Fidel y otros tres compañeros. En Santiago de Cuba, donde el
grupo de jóvenes se había lanzado el 26 de Julio de ese año a la toma de la
segunda fortaleza militar de la dictadura, quedaba el jefe de la acción solo
y en total incomunicación.
Los
sobrevivientes del asalto al Moncada hicieron de este Pabellón nuevo campo de
batalla, hoy sitio de veneración de la población pinera.
Una resolución firmada el día
antes por el ministro de Gobernación, Ramón Hermida, y dada a conocer en los
momentos en que ya se consumaba la orden, disponía el traslado al Reclusorio
Nacional de Isla de Pinos de los 27 sancionados en el Tribunal de Urgencia de
Santiago de Cuba por los sucesos del Moncada, con lo cual se vulneraba la
decisión inicial de ese órgano de cumplir en la fortaleza de La Cabaña las
sanciones impuestas.
Desde la capital oriental los jóvenes
de la Generación del Centenario fueron trasladados en la mañana de aquel miércoles
13, en dos aviones militares DC-3, bajo fuerte custodia y esposados los unos
con los otros, hasta el aeropuerto cercano al reclusorio pinero.
TRAS LAS REJAS SALIÓ LA
HISTORIA...
Fidel llegaría cuatro días más
tarde, el 17 de octubre, y fue conducido junto a sus compañeros, luego de
haber pronunciado el día antes en Santiago su histórico alegato conocido
después como La Historia me Absolverá, que él reconstruyera
clandestinamente desde la cárcel pinera.
En el alegato se expresa en
esencia —declaró su autor 50 años después—, "la idea de un nuevo
sistema político y social para Cuba, aunque resultase riesgoso plantearlo en
medio del océano de prejuicios y de todo el veneno ideológico sembrado por
las clases dominantes aliadas al imperio, vertidos sobre una población donde
el 90% era analfabeta o semianalfabeta que no alcanzaba el sexto grado;
inconforme, combativa y rebelde, pero incapaz de discernir un problema tan
agudo y profundo. Desde entonces yo albergaba la más sólida y firme convicción
de que la ignorancia ha sido el arma más poderosa y terrible de los
explotadores a lo largo de la historia".
Tras las rejas y las gruesas
paredes del Pabellón Uno se les impuso a los combatientes la incomunicación,
el acoso y la presión más despiadada, durante casi 20 meses, que no fueron más
no por la benevolencia de la dictadura, sino por el reclamo popular y la
firmeza de los muchachos encarcelados.
SALIMOS MEJOR PREPARADOS
"De este Presidio Modelo
salimos mejor preparados para las posteriores etapas de lucha que siguieron
después. Nada aquí fue casualidad ni improvisado", asegura Pedro Miret
Prieto, el preso número 3817, que se encontraba entre los que recibió mayor
sanción por las acciones del 26 de Julio de 1953, y quien quedó al frente
del grupo de 26 revolucionarios cuando a Fidel lo aíslan en compañía de su
hermano Raúl, en una solitaria celda junto a la funeraria del penal.
Cuando creyeron que Fidel estaba
totalmente aislado, surgieron otras formas para mantener el contacto, desde
las señales de mano que hacía con Raúl, junto a Fidel, de ventana a
ventana, sacar letras en cartones y las pelotas de papel tiradas de un patio a
otro, hasta las cartas escritas por el líder revolucionario con zumo de limón,
y los mensajes enviados dentro de tabacos, donde salieron las páginas
manuscritas de La Historia me Absolverá, y otros trabajos y orientaciones
para seguir encendiendo afuera la llama redentora.
OTRO 13 DE OCTUBRE
A la firmeza ideológica, unidad y
clara estrategia política junto al pueblo y ajustada a esas condiciones de
encierro, se unieron el ingenio y la solidaridad, para conformar un frente de
lucha que conquistó estas y otras victorias, como la cooperativa para mejorar
la alimentación del grupo, la osadía de entonar el Himno del 26 de Julio
durante una de las visitas del dictador al penal; el rechazo de humillantes
indultos o amnistías condicionados siguiendo la prédica de Fidel de que
"todo se salva si se salvan los principios", y la liberación que
finalmente el régimen se vio obligado a conceder a los sobrevivientes del
Moncada en 1955, bajo la presión popular.
Nada fue improvisado, quizás ni
las coincidencias que la Historia se encargó de sembrar entre los símbolos
del décimo mes.
Otro 13 de octubre, 83 años atrás,
arribaba a territorio pinero, con 17 años, José Martí, procedente de la
fortaleza de La Cabaña, donde había estado prisionero por sus ideas
libertarias, el mismo encierro en el que se había dispuesto inicialmente
cumplieran las sanciones los jóvenes que en el centenario de su natalicio
dieron vida a sus doctrinas.
Apenas estuvo Martí poco más de
dos meses en la Isla, en tránsito hacia su destierro definitivo a España,
pero esa breve estancia al abrigo de la familia de José María Sardá, en la
finca El Abra, no solo le permitió recobrar su quebrantada salud, meditar
largamente sobre la experiencia acabada de vivir y bocetar el que sería su
primer gran texto: El Presidio Político en Cuba, sino salvar al
entonces muchacho de la muerte.
Y en esa continuidad histórica e
ideológica que sigue tejiendo Cuba, el 13 de octubre deviene hito que
trasciende la mera coincidencia y la pequeñez de una ínsula que por más que
quisieron hacer lugar de destierro, la convirtieron en nuevo campo de batalla.
Publicado el 22 de octubre del 2003 |