Vigencia de La Historia me Absolverá
MARTA ROJAS
La Historia me absolverá tiene hoy tanta vigencia en Cuba y fuera de ella
—porque la Revolución Cubana vive y vivirá—, que no es tardío hacer un
repaso de su lectura y conocer cómo fue posible que este libro existiera. Un
sencillo hombre, cajista de imprenta —oficio casi extinguido— comparó La
Historia me Absolverá, por su calidad discursiva, fuerza y posibilidades, con
una "Pequeña Gigante", nombre de cierta máquina de apariencia
modesta pero altamente apreciada por los obreros del giro. Así, de
"pequeña gigante" la calificó aquel hombre desde que empezó a
leerla al revés, como leían los operarios del arte tipográfico tradicional.
En 1954, él iba descubriendo en la lectura un tanto mecánica de los viejos
cajistas, el por qué del Moncada; la denuncia de los crímenes perpetrados y el
programa anunciado por el autor del discurso —el joven abogado Fidel Castro
Ruz— que tenía ante su vista mientras lo preparaba cautelosamente para ser
impreso en el chinchal de imprenta —un pequeño taller en un barrio popular de
La Habana—, donde único habría podido realizar su trabajo de arte de
imprenta, en aquella fecha. Calificativo poético y trascendental ese del Patato
—como lo llamaban sus compañeros: "la pequeña gigante".
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facsímil de la Portada exterior y de la portada interior (con foto del
doctor Fidel Castro), de la primera edición clandestina de La Historia me
Absolverá, que salió en 1954 |
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Y si gigante era el contenido del alegato no menos grande fue el proceso de
edición y distribución de La Historia me Absolverá que comienza en la
preparación mental del alegato en la cárcel de Boniato, continúa con la audaz
exposición del discurso improvisado ante el Tribunal, en el más ignorado o
silenciado ejercicio de "justicia", y prosigue en el proceso de
reconstrucción de la obra en el presidio político de Isla de Pinos por parte
del propio doctor Fidel Castro, cuando su vida sigue pendiendo de un hilo y las
tensiones de la clausura como preso político se agudizan por circunstancias
externas: una de las más duras es la conjura del silencio que se quiere tender
sobre el asalto al Moncada y su líder, por parte de las fuerzas represivas del
general Batista y de los partidos políticos de oposiciones, tradicionales.
La primera gran respuesta de sus seguidores fue la recepción de los
manuscritos, y el cumplimiento de la misión de imprimirlos en medio de la
represión policíaca. Sería la segunda victoria del Moncada, la primera había
sido el juicio mismo donde el autor revertió el revés al convertir a los
acusados en acusadores. La tarea de buscar la imprenta adecuada, e imprimir el
discurso de autodefensa del Moncada fue encomendada por Fidel a sus compañeras
de combate Haydée Santamaría y Melba Hernández, tan pronto estas fueron
puestas en libertad, cumplida la sentencia en una cárcel de mujeres.
El privilegio de haber asistido al juicio como muy joven periodistas,
sabiendo que la censura no me permitiría publicar mis reportajes y haber vivido
el tiempo de fundación, me permite hacer esta evaluación y relato sobre la
historia de La Historia me absolverá, que hoy forma parte de las obras
universales de las Ciencias Sociales , la jurisprudencia y los programas de
acción revolucionarios.
Fidel Castro, autor de La Historia me absolverá, sembró la semilla del
libro cuando se generó el combate, malograda la ocupación por sorpresa de la
fortaleza militar del Moncada, el 26 de julio de 1953.
La obra comenzaría a gestarse al ser capturado luego de una feroz
persecución por parte de un ejército de mil hombres o más, durante una
semana. Lo capturaron cuando exhausto por el hambre, la sed y el cansancio,
dormía en el interior de un miserable bohío abandonado en el asiento de la
cordillera montañosa, al este de Santiago de Cuba. Afortunadamente lo había
descubierto una patrulla militar al mando de Pedro Sarría Tartabul, en aquel
momento un oscuro teniente, de color y jerarquía, que representaba una
excepción. No era un asesino.
La primera victoria estratégica derivada de la acción del Moncada, apoyada
por 153 combatientes bien entrenados, aunque mal armados con escopetas de caza,
sería el alegato que posteriormente cobró forma de libro y se imprimió y
distribuyó clandestinamente en Cuba a partir de 1954, con el título ya
universalmente conocido de La Historia me absolverá, Historien vil frikende
mig, Historien skall frikanna mig, History Will Absolve Me, La storia mi
assolvera, A Historia me absolverá, Histeria en munut vapauttava, L'Gustiure
n'Acquittera...
Clasificación
9-0871
Cas
Ese es el código o ficha bibliográfica —adaptación cubana de la
clasificación del manual Dewey— con que se identifica el libro en las
bibliotecas del país. La obra forma parte de los anales de las Ciencias
Sociales y de la oratoria contemporánea; ella contiene, como hemos dicho, la
autodefensa del doctor Fidel Castro Ruz ante un tribunal instalado en un
insólito escenario el 16 de octubre de 1953, Año del Centenario de José
Martí, en Santiago de Cuba, ciudad que guarda los restos de José Martí,
Apóstol de la independencia de Cuba, en un mausoleo erigido en el cementerio de
Santa Ifigenia. Durante el interrogatorio en la Audiencia de Oriente, el doctor
Fidel había proclamado a José Martí, como autor intelectual del asalto al
Moncada, lo cual ratificó en el alegato.
Una hora antes de producirse el acontecimiento del 16 de octubre, yo estaba
frente al edificio del Palacio de Justicia leyendo una hoja de aviso escrita en
máquina, pegada a la puerta principal de inmueble, en la cual se informaba a
los interesados que la vista oral de la Causa 37 por los sucesos del Moncada,
correspondiente a la Sala Primera de la Audiencia de Oriente se ventilaría, en
cuanto a los acusados doctor Fidel Castro Ruz —principal encartado—,
Abelardo Crespo y Gerardo Poll Cabrera, en la salita de estudio de las
enfermeras del viejo hospital Saturnino Lora. Hora de estar: ocho de la mañana.
Junto a mí leía el aviso un joven periodista oriental, estudiante de Derecho
por la enseñanza libre, llamado Arístides Garzón Masó quien —al igual que
yo—, se mantuvo todo el tiempo en las vistas del proceso, desde el 21 de
septiembre. Según me dijo, a él le interesaba especialmente el aspecto
jurídico de la cuestión ya que sabía que sus informaciones iban a ser
censuradas. Al terminar de leer el aviso los dos nos echamos a correr, cruzamos
imprudentemente la Avenida de la Carretera Central y una larga cuadra lateral al
edificio del hospital, doblamos a la derecha y en la puerta principal del
Hospital Civil, vimos al Fiscal de la Causa 37, doctor Francisco Mendieta
Hechavarría en su impoluto traje blanco de dril 100, y la reluciente toga de
satén, negrísima, cuidadosamente doblada sobre el brazo izquierdo y, como era
su costumbre, muy perfumado con la inconfundible Colonia Guerlain. Él nos
franquearía el acceso, al igual que a otros cuatro periodistas más, que
llegaron a tiempo. El Fiscal y los magistrados tenían autoridad para resolver
ese trámite de identificación y permiso de entrada a la Sala del juicio, en
tanto la censura de prensa y la Ley de Orden Público garantizaban al régimen
que no se publicaría nada sin la aprobación del censor nombrado por decreto
gubernamental para cada órgano de prensa. Sin embargo, advirtió el Fiscal:
—Nada de fotos.—Un soldado afirmó:—Ellos no caben—, pero su sargento
lo desmintió:—Sí caben, hay seis sillas destinadas al público. A los
efectos del juicio oral y público—como exigían la norma judicial vigente—,
nosotros los periodistas seríamos el público. Así lo expresaría el propio
abogado Fidel Castro en su autodefensa. Un penetrante olor a éter y a
emanaciones de asépticos invadía el pequeño local. Parecería que
estuviéramos en el interior de un cuarto de curaciones. La justicia debía
estar muy enferma, como haría notar después el principal encartado —Fidel
Castro—, para que se convocara a ilustres magistrados de tan alto Tribunal a
trabajar en un saloncito inadecuado del Hospital Provincial ese día de tanto
calor, verdaderamente asfixiante, como el clima político del país. Aquella
mañana el primer acto estoico del principal encartado fue vestir un sobrio flux
de casimir azul oscuro. No tenía otro adecuado (eso se sabría después), pero
soportaba con valor espartano el rigor del sofocante verano santiaguero
enfundado en fino paño de lana inglesa. Vestía con sobria elegancia, llevaba
camisa blanca de cuello duro y corbata negra con el nudo muy bien hecho.
Entonces Fidel Castro no usaba barbas, sino un bigote fino y llamaba mucho la
atención su perfil helénico. Tenía el rostro enrojecido por el calor y sudaba
hasta la cabeza. Tenía el pelo crespo, color castaño.
Como abogado debía presentarse con todas las formalidades que exigían los
tribunales —o sea, en traje formal, occidental. Hasta el momento en que se
sumergió en los avatares de la preparación del Moncada, había ejercido la
profesión a favor de los pobres. Entre sus clientes en el bufete, por ejemplo,
hubo un grupo de carpinteros endeudados a quienes debía exigir el pago a la
maderera acreedora que había contratado sus servicios: Sin embargo, él
terminó defendiendo a los deudores de los créditos con perjuicio de su propia
oficina de abogados situada en la calle Tejadillo 57, en La Habana Vieja.
También, como abogado civil —antes del Moncada—había trabajado en el caso
de un grupo de obreros agrícolas que reclamaban pagos escamoteados por los
patronos en la finca Ácana, en la provincia de Matanzas, y el de un grupo de
familias desalojadas de sus casuchas de cartón, madera y lata, levantadas en
uno de los barrios llamados de "indigentes", que se enfrentaban muy
resueltos a la voracidad de los negociantes de bienes raíces adquirentes de
terrenos que cobraban gran valor: —Se trataba de los vecinos de la finca San
Cristóbal comúnmente conocido como "La Pelusa", cuyo desalojo fue
ordenado por el Ministro de Obras Públicas en enero de 1952, porque en esos
terrenos se construiría la Plaza Cívica —actual Plaza de la Revolución—
con sus edificios correspondientes. Los pobres pobladores de la finca San
Cristóbal, barrio de "La Pelusa", organizaron un acto público
exigiendo algunas compensaciones. El principal orador fue su abogado defensor,
el joven doctor Fidel Castro Ruz. Estos vecinos también concurrirían a actos
del Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo) celebrados en La Habana, convocados por
simpatizantes de Fidel en la ortodoxia. Así como a un programa de radio. Fidel
era miembro de ese partido popular que habría ganado en las elecciones
convocadas para julio de 1952, de no haberse producido el golpe estado, por
parte del general Batista. En cuanto a otros antecedentes profesionales como
abogado de los pobres podemos enumerar, por esa época, la defensa a un humilde
comerciante del mercado, negándose a aceptar el dinero por pago de los
servicios como letrado.
Tampoco cobró nada, como acusador privado, anteriormente —en septiembre de
1951— a la madre del joven obrero Carlos Rodríguez, asesinado por la
policía, cuando ella lo nombró abogado acusador del criminal. El doctor Fidel
Castro asumió la responsabilidad del caso y presentó al juzgado
correspondiente los testigos que reiteraron la culpabilidad de dos oficiales el
comandante Casals y del teniente Salas Cañizares, asesinos de aquel joven
obrero. La prensa publicó una declaración del abogado acusador, en la cual
Fidel decía:
"No me interesa que ningún policía sea detenido cuando la
responsabilidad de este hecho debe caer sobre oficiales que dieron la orden que
provocó el suceso. Es extraño que cuando el Juez ordena la remisión a la
prisión militar de la Cabaña de tres policías, se cumple, pero en cuanto a
los oficiales acusados se valen de subterfugios legales para no
presentarlos".
El juicio al cual se le conducía aquel 16 de octubre de 1953, a celebrarse
en el Hospital Saturnino Lora, de Santiago, entre soldados armados de rifles con
bayoneta calada y cananas terciadas al pecho nutridas de proyectiles, era la
única oportunidad que tenía —privado de otros derechos como acusado— para
defender públicamente la causa por la cual murieron asesinados en menos de una
semana 61 hermanos de ideales y diez civiles inocentes; para denunciar las
torturas y asesinatos a prisioneros cometidos por el ejército de Batista hace
ahora (2003) cincuenta años; así como de desenmascarar a todos los culpables
juntos y, a la vez, proclamar el Programa del Moncada, el cual se cumpliría
seis años después con la revolución triunfante, encabezada por el Ejército
Rebelde, que él comandó en la Sierra Maestra. El procedimiento judicial se
celebró de manera atropellada. Las formalidades determinaban un nuevo examen
del principal encartado, a partir de la lectura del Sumario, con la relatoría
de los cargos contra el doctor Fidel Castro Ruz —con relación a este juicio—
no tendrían valor legal las declaraciones formuladas por Fidel en las dos
primeras sesiones del proceso celebradas en la Audiencia de Oriente los días 2l
y 22 de septiembre del mismo año en el proceso que continuó desarrollándose
para los demás participantes de los asaltos a los cuarteles Carlos Manuel de
Céspedes, de Bayamo, y Moncada, de Santiago de Cuba, así como para los
"sospechosos" involucrados en el Sumario, en su mayoría dirigentes de
partidos políticos que se oponían al régimen de facto del 10 de marzo. En
aquellas primeras vistas en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, las
intervenciones de Fidel Castro —de 26 años de edad—, en su doble calidad de
acusado y acusador habían resultado desmoralizadoras para el régimen espurio
del general Fulgencio Batista y Zaldívar, devenido en tiranía. En pocas horas
el proceso se había revertido a favor de los revolucionarios y aquella Sala del
flamante Palacio de Justicia sí que estaba atestada de público (1). Para crear
las condiciones mínimas en que pudiera trabajar la Sala del Tribunal en el
pequeño cuarto del Hospital, improvisaron de urgencia un tinglado. Colocaron
dos escritorios al extremo derecho de la habitación, juntos, uno al lado del
otro, y los asientos de utilería para sus integrantes. Detrás del Fiscal
ubicaron las seis sillas que ocupamos los periodistas.
Frente a la puerta de entrada aparecía, desde la perspectiva nuestra, la
ventana exterior alta y ancha, protegida de barrotes, como todas las del
Hospital. Esta permaneció abierta de par en par, permitiendo la circulación
del aire. Debajo del marco inferior colocaron otro pequeño escritorio y las
sillas para los abogados que representaban a dos acusados más, el principal
Fidel Castro.
Fidel prestó declaración —sin la toga— desde su puesto de acusado, pero
para asumir la defensa, ocupó otro ángulo en la salita y un empleado de la
Audiencia le entregó una toga por orden del Presidente del Tribunal, ya que, en
la improvisación, no se había tenido en cuenta ese detalle fundamental. La
toga le quedaba estrecha al defensor del Moncada, aunque estaba delgado. Era una
toga descolorida y tenía una manga descosida que se desprendía más por el
movimiento de los brazos.
Mientras el doctor Fidel Castro pronunciaba su alegato tenía a su espalda
una pared y delante una pequeña mesa, rectangular, con altas patas de las que
usualmente componían los juegos de sala de las casas de familias de la clase
media del país.
Como aquel cubículo era la salita de estudio de las enfermeras la
ambientación la componían una fotografía de Florence Nightingale, y una
vitrina recta, alta y estrecha, con un esqueleto dentro, objeto de estudio de
las enfermeras. Alrededor de 25 soldados fungían de centinelas dentro del lugar
y había muchos más en el pasillo exterior, el patio y los alrededores del
Hospital.
En la habitación contigua algunas enfermeras se turnaban para escuchar algo
del alegato. Una de las cosas que resultó más sorprendente para mí era la
atención que prestaban los centinelas militares al alegato de Fidel. En
determinado momento algunos dejaron descansar sus fusiles y se distendieron. Me
di cuenta que en cierto momento yo misma dejé de escribir mis notas escuchando
absorta un lenguaje que nunca había oído antes. El ritmo del orador fue
pausado en el desarrollo de la idea central, expositiva, y muy fogoso en el
resumen. Dirigiéndose al "público" y a los soldados dijo:
"Os recuerdo que vuestras leyes de procedimiento establecen que el
juicio será "oral y público"; sin embargo, se ha impedido por
completo al pueblo la entrada en esta sesión. Solo han dejado pasar dos
letrados y seis periodistas en cuyos periódicos la censura no permitirá
publicar una palabra. Veo que tengo por único público, en la sala y en los
pasillos, cerca de cien soldados y oficiales. ¡Gracias por la seria y amable
atención que me están prestando! ¡Ojalá tuviera delante de mí todo el
Ejército!".
La concepción tan avanzada que puede leerse en el texto de La Historia me
Absolverá se halla presente en el sentido general de la obra de la Revolución
encabezada por él: en primer lugar porque avala los intereses de las fuerzas
sociales, Los resultados históricos que desencadenó su discurso, concebido a
la vez como el programa de la Revolución, fue agorero de realizaciones más
trascendentales de la Cuba revolucionaria.
Las posibilidades reales de una revolución verdadera y la concurrencia de un
líder capaz de conducir al pueblo a la conquista de lo que parecía imposible,
fueron reconocidas en este alegato. Por eso sobre el asalto al Moncada y la
victoria táctica y estratégica del juicio, se instrumentó —en aquella
época— la práctica del olvido, la conjura del silencio. Sí, hoy lo vemos
así, un comienzo de la operación mediática contraria al proyecto
revolucionario cubano: mentira o silencio, o ambas cosas a la vez. A la conjura
del silencio se sumaba la tergiversación burda de la verdad, torrente de
infamia vertido contra los combatientes del 26 de julio de 1953 por parte de los
voceros del régimen que acusaban a los revolucionarios de haber asesinado a los
soldados con armas blancas, por ejemplo, y degollado a algunos. Mentiras que
produjeron un mayor afán de venganza entre los compañeros del cuerpo militar.
Todo se revertió en su contra en el juicio, pero la información sobre este fue
limitada al relato oral de quien lo escuchamos.
Después del asalto al Moncada el proyecto de la revolución nacional
liberadora, conductora de profundas transformaciones sociales, se hacía
inexcusable e impostergable, en tanto se convertía, además, en recompensa
única para los mártires.
La convocatoria martiana seguía abierta.
Una tarea práctica, la confección y distribución clandestina de La
Historia me Absolverá fue el siguiente requisito de la convocatoria para
reagrupar a la hueste dispersa de la Generación del Centenario, inflamarla de
nueva fe, y unir en torno a ella a los demás cubanos honestos que esperaban un
cambio positivo en Cuba.
El objetivo irrenunciable en las circunstancias aquellas de Cuba, seguía
siendo la toma del poder mediante una revolución.
En la nueva etapa era fundamental la participación popular en todos los
frentes.
Destruidas las calumnias se resembraba la semilla que ya había ofrecido un
ejemplo. Los hechos demostraban que no habría solución política viable para
quitar del medio la impedimenta que representaba el régimen opresor impuesto el
10 de marzo de 1952. Los crímenes cometidos por el ejército en el Moncada, no
dejaba lugar a duda del rumbo a tomar por la vanguardia del 26 de Julio liderada
por el doctor Fidel Castro Ruz, como anotábamos al principio.
En las instrucciones de Fidel, aún prisionero político en Isla de Pinos,
dirigidas a sus compañeras Haydée y Melba expresaba:
1ro. No se puede abandonar un minuto la propaganda porque es el alma de toda
la lucha, la nuestra debe tener su estilo propio y ajustarse a las
circunstancias, hay que seguir denunciando sin cesar los asesinatos. Mirta te
hablará de un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y
sus tremendas acusaciones al que quiero le prestes el mayor interés. Rogaba que
el folleto saliera a la calle de inmediato. Retenerlo confirmaría un crimen de
alta traición— Advertía. Estaba preparado para asumir toda la
responsabilidad y soportar la represalia que pudieran desencadenarse. Él, el
autor de la obra, era quien se encontraba indefenso tras las rejas, y se
ensañarían primero sobre su persona de ocuparse por la policía aquel libro en
la imprenta, y lo peor de todo, el mensaje no llegaría al pueblo. No cabe duda
que en las declaraciones de Fidel y sus compañeros en el juicio del Moncada, y
muy especialmente en La Historia me absolverá, está el comienzo concreto y
triunfante del pensamiento, de lo que hoy los cubanos identificamos como la
batalla de ideas a la cual convoca el Comandante en Jefe, Primer Secretario del
Comité Central del Partido y Presidente del Consejo de Estado, doctor Fidel
Castro. Fue el conocimiento de la verdad concentrada en el folleto que se
distribuyó con todos los riesgos en el país, la que contribuyó decisivamente
a reorganizar las filas de la vanguardia, enriquecerla con un instrumento
ideológico, y sumar a ella a miles y luego millones de cubanos.
La suma del pueblo, de todas las capas, en todos los lugares, era la divisa
de Fidel respecto a La Historia de Absolverá y exhorta a sus compañeras
Haydée y Melba en relación con el discurso: Hay que distribuir por lo menos
cien mil en un plazo de cuatro meses. Hay que hacerlo de acuerdo con un plan
perfectamente organizado para toda la Isla. Por correo debe llegar a todos los
periodistas, a todos los bufetes, despachos médicos y colegios de maestros y
profesionales. Deben tomarse las medidas de precaución para que no descubran
ningún depósito ni detengan a nadie, actuando con el mismo cuidado y
discreción que si se tratase de armas. Hay que sacarlos por lo menos en dos
imprentas y escoger para ello las más económicas. Ningún lote de diez mil
debe costar más de $300.00. Tienen que trabajar en esto de completo acuerdo. La
importancia del mismo es decisiva; ahí está contenido el programa y la
ideología nuestra sin la cual no es posible pensar en nada grande; además la
denuncia completa de los crímenes que aún no se han divulgado suficientemente
y es el primer deber que tenemos para con los que murieron... Fue imposible
imprimir 100 000 por la meta tal alta para las condiciones de Cuba —represión—,
y el costo económico elevado para lograr aquella cifra fue imposible de
solventar, pero él quedó conforme con 10 000 ejemplares, por el momento. De
sus juicios de entonces se desprende que siempre los revolucionarios deben
ponerse cotas altas y luchar por ellas. Ningún texto, de ningún autor en Cuba
del siglo XX había alcanzado una tirada de 10 000 ejemplares. Antes de la
excarcelación del doctor Fidel Castro, logrado mediante un movimiento de masas
que exigía la amnistía, ya estaba la edición de La Historia me absolverá
publicada en la pequeña imprenta habanera.
En su alegato, Fidel recordaba que una de las leyes revolucionarias que
hubiera puesto en práctica inmediatamente la Revolución, de haber tenido
éxito el asalto por sorpresa del Moncada, habría sido la que ordenaba "la
confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los
gobiernos y a sus causahabientes y herederos de procedencia mal habida, mediante
tribunales especiales con facultades plenas de acceso a todas las fuentes de
investigación, de intervenir a tales efectos las compañías anónimas
inscriptas en el país o que operaren en él, donde puedan ocultarse bienes
malversados y de solicitar de los gobiernos extranjeros extradición de personas
y embargo de bienes. La mitad de los bienes recobrados pasarían a engrosar las
cajas de retiros obreros y la otra mitad a los hospitales y casas de
beneficencia."
El programa declaraba, además, que "la política cubana en América
sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente y
que los perseguidos políticos por sangrientas tiranías que oprimen a naciones
hermanas, encontrarían en la Patria de Martí, no como hoy, persecución,
hambre y traición, sino asilo generoso, hermandad y pan. Cuba debía ser
baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo."
Del mismo modo anunciaba La Historia me absolverá, de forma muy concreta,
otras medidas fundamentales que tomaría la Revolución en el poder: Reforma
Agraria, Reforma Integral de la Enseñanza, Nacionalización del Trust
Eléctrico y el Trust Telefónico.
De nuevo sobre el latifundio explicaba, como habrá de leerse, que más de la
mitad de las mejores tierras de producción cultivadas, estaba en manos
extranjeras. Ejemplificaba: En Oriente, que es la provincia más ancha, las
tierras de la United Fruit Company y la West Indian unen la costa norte con la
costa sur.
Hacía también un llamado a la conciencia de la sociedad en su conjunto:
"La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el asesinato de
una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa
que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por
falta de recursos, agonizando entre estertores de dolor y cuyos ojos inocentes,
ya en ellos el brillo de la muerte, parecen mirar hacia lo infinito como
pidiendo perdón para el egoísmo humano y que no caiga sobre los hombres la
maldición de Dios." — Esta cita demuestra de manera contundente la
vigencia del alegato
La Historia me Absolverá que cumple medio siglo. No se
hicieron esperar los análisis del texto, por parte de enjundiosos estudios de
ciencia jurídica y política y de oratoria y el otorgamiento del doctorado
Honoris Causa al autor por esta pieza, en diferentes universidades.
Naturalmente, ningún examen ni elogio separa la obra de su autor. Y quizás
su mayor valer esté en el cumplimiento rebasado del programa revolucionario, la
ratificación de la larga mirada del joven abogado Fidel Castro, sobre Cuba, y
también extendida a los problemas cruciales de la humanidad y en particular del
Tercer Mundo, lo cual puede resumirse en el último párrafo citado. Los
estudios sobre La Historia me absolverá
no han cesado, a la luz del marxismo y
del socialismo posible más allá de las fronteras de Cuba. Estos aparecen en
foros científicos y alcanzan, además, la forma estilística, literaria y
lingüística referidas a la ciencia y el arte de la oratoria.
La Habana, 2003
Citas:
De la autora, Marta Rojas en "El Juicio del Moncada", editorial
Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro.
Florence Nightingale (1820-1919) dama inglesa fundadora de la moderna escuela
de enfermería.
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