Suma y reflejo
Los pinos nuevos de Martí
LUÍS TOLEDO SANDE
En este periódico traté
recientemente el discurso de José Martí Con todos, y para el bien de todos, y
ahora trato Los pinos nuevos, también para refutar interpretaciones según las
cuales serían antitéticos. Ambos expresan la coherencia del orador, reforzada
por el hecho de que los pronunció en noches sucesivas: el 26 y el 27 de
noviembre de 1891; en el mismo sitio: el Liceo Cubano, de Tampa; y ante el mismo
auditorio: sus compatriotas, obreros en gran parte, que habían emigrado a esa
localidad, adonde viajó desde Nueva York para dar entre ellos, como luego en
Cayo Hueso, pasos decisivos en la creación del Partido Revolucionario Cubano.
Como otros, esos discursos —que se
fijaron taquigráficamente—, confirman del poder de "improvisación"
que le venía a Martí de la sabiduría y el pensamiento acumulados, y de la
sinceridad, no de arranques irreflexivos. Pero con desprevención, o con dolo,
también el segundo se ha interpretado erróneamente hasta con buenas
intenciones. Se le ha considerado expresión de una actitud que sería sectaria.
Ratificando el homenaje de aquella noche a los estudiantes de Medicina
asesinados en La Habana veinte años antes, Martí concluyó su discurso con
estas palabras: "Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la
vida. Ayer lo oí a la misma tierra, cuando venía, por la tarde hosca, a este
pueblo fiel. Era el paisaje húmedo y negruzco; corría turbulento el arroyo
cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como
aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su
muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el
corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la
tempestad, erguía entero, su copa. Rompió de pronto el sol sobre un claro del
bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba
amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos
gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!"
Ese llamamiento no autoriza a
valorar a Martí como un vocero generacionalista. Era natural que, a veintitrés
años del estallido del 68, una nueva generación de cubanos también aportara
combatientes a la Patria, crecientemente incluso; y que en esa medida contase
Martí con ellos. Pero harto diferente sería suponer que quien tanto hizo para
conseguir honradamente la unidad de los revolucionarios cubanos, contribuyera a
propiciar entre ellos fracturas innecesarias.
A la causa cubana le habían surgido
nuevos desafíos: entre otros, la emergencia, en los Estados Unidos, de un nuevo
"sistema de colonización", frente al cual Martí se irguió como un
precoz antimperialista: a tal punto que algunos han creído que no podía serlo,
porque todavía no se habían perfilado todos los rasgos del imperialismo
ni se había escrito una obra que teorizara acerca de ese fenómeno. ¿Necesitaba
Martí que le dieran desde Europa las respuestas requeridas para concebir su
proyecto político, nutrido por el conocimiento directo que él adquirió de
aquel país, no solo desde el mirador neoyorquino? A su plan revolucionario le
imprimió una orientación democrática, popular, que fue otro importante
elemento de renovación en el independentismo latinoamericano. Sabía que, para
alcanzar el triunfo deseado, la gesta debía procurarse, desde la fase
preparatoria, organización y métodos distintos de los que habían regido los
empeños anteriores. Pero nada lo hizo desestimar a las generaciones
precedentes.
El 20 de julio de 1882 —cuando ya
el fracaso de la Guerra Chiquita lo había dejado en libertad para buscarles
caminos prácticos a las ideas que en enero de 1880 expuso a compatriotas
reunidos en el Steck Hall neoyorquino— les escribió a los generales Máximo Gómez
y Antonio Maceo, para comunicarles su decisión de organizar un movimiento
revolucionario "con elementos nuevos", como literalmente le dijo al
primero. Tanto la edad de uno y de otro como la participación de ambos en la
gloriosa e imperfecta Guerra de los Diez Años, prueban que la novedad no sería
cuestión de generaciones, sino de principios y métodos.
Estos últimos quedaron fijados, a
poco más de un mes de pronunciar Martí el discurso Los pinos nuevos, en
las Bases, que él escribió, del Partido Revolucionario Cubano. En ellas
no se alude a edades y, en términos que recuerdan la citada carta a Gómez, se
demanda que el Partido reúna, "sin compromisos inmorales con pueblo u
hombre alguno, cuantos elementos nuevos pueda". El sentido renovador queda
claro al plantear la aspiración de "fundar en el ejercicio franco y
cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera
democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de
las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad
compuesta para la esclavitud".
Cuando pronunció Los pinos
nuevos ante compatriotas de diversas edades, él, con sus treinta y ocho años
y una madurez, como quien dice, de siempre, no era por cierto un jovencito: en
la época, a su edad se era un adulto respetable. Al decir "¡Eso somos
nosotros: pinos nuevos!", hablaba en nombre de todos los que abrazarían o
habían abrazado ya un proyecto renovador, que se erguía por entre las cenizas
de las derrotas, las traiciones, la desunión y otras calamidades sufridas por
la Patria. En ese proyecto se igualaban como pinos nuevos, como defensores de un
nuevo pensamiento, adolescentes y jóvenes empinados para iniciarse en el
servicio a la revolución junto a guerreros fogueados en la lucha desde 1868.
Para decirlo con ejemplos de una misma estirpe carnal y heroica: desde Panchito
Gómez Toro, nacido en 1876, hasta Máximo Gómez, quien nació en 1836 y no sería
el combatiente de mayor edad.
Se ha dicho que, al llegar a Cayo
Hueso en enero de 1892, Martí intercambió con el venerable patriota José
Francisco Lamadriz saludos que se han difundido respectivamente como
"Abrazo a la revolución pasada" y "Abrazo a la nueva revolución".
Pero lo probado es que en el Manifiesto de Montecristi, con fecha 25 de
marzo de 1895, Martí escribió que el anterior 24 de febrero no había empezado
una nueva revolución, sino que aquel día la iniciada el 10 de octubre de 1868
había "entrado en un nuevo período de guerra". En un período de
pinos nuevos, si de concepciones rectoras se trataba, cabe añadir.
Publicado el 27 de agosto del
2003 |