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Martí, adalid de Nuestra América

LUÍS SUARDÍAZ

Pintura de ESTEBAN VALDERRAMAEn mayo de 1995, en Santiago de Cuba, los 376 participantes de 26 países en la Conferencia Internacional José Martí y los Desafíos del Siglo XXI, reconocieron en su declaración final que el maestro perenne del pueblo cubano es un iluminador de los mejores caminos hacia la plenitud política cultural de América Latina y el Caribe, en cuya obra se enraízan y proyectan valores humanos que atañen a todos los pueblos del mundo.

Ya estamos transitando los caminos del anunciado siglo XXI y enfrentamos desafíos que obligan a tensar el arco y perfeccionar la puntería. Si en 1995 recordábamos el centenario de su caída en combate, ahora, a ciento cincuenta años de su nacimiento, proclamamos que él, como el Bolívar de sus encendidas arengas, tiene aún mucho que hacer en estas dolorosas repúblicas a las que consagró hasta el último aliento.

Es admirable cómo en pocos años y en condiciones muy difíciles Martí logra llegar a las esencias de los pueblos que en su momento llamó, con preciso sentido político, Nuestra América. Cuando en 1870 sus actividades patrióticas lo lanzan en calidad de desterrado a la península ibérica que apenas había conocido de niño, era un adolescente cuyas vivencias cubanas se reducían a la capital del país y algunos paisajes rurales, pero su sensibilidad estaba ya marcada por el presidio político y sus atrocidades, el maltrato hasta la muerte inclusive de los esclavos, la hiriente discriminación racial, la humillación de los criollos por la ignorante y corrupta burocracia, y con las naturales variantes, encontraría una situación parecida en las naciones hermanas.

Su primer encuentro con un gran país de América se produjo con su llegada a México en 1875. Conoce de cerca la que llamaría pujante masa indígena, y de golpe toda la problemática social de un país mutilado se le encima. Años más tarde señalará con ira en un artículo que con el incendio a la espalda (...) o con los muertos de la casa a la grupa, tuvieron que salir, descalzos y hambrientos, de su casa de Texas, los verdaderos dueños de la tierra, víctimas de la expansión territorial yanki y de la guerra injusta.

En México se desarrolla como periodista de múltiples habilidades, y también como dramaturgo, traductor literario, orador y desde luego se vierte en poemas que ya anuncian las simientes del arte nuevo. Tras una breve estancia de incógnito en La Habana se va a trabajar a Guatemala donde sus enjundiosos discursos, cargados de imágenes, le ganan el sobrenombre de Doctor Torrente. La tierra del quetzal lo subyuga, pero el choque con la intolerancia y la injusticia le hacen abandonar el país de Centroamérica donde entonces (y todavía hoy) las comunidades más que en la lengua del conquistador se comunicaban en veintidós idiomas autóctonos. En Cuba la precaria Paz del Zanjón ha sido firmada y eso le permite trabajar en una firma de abogados. Pero su patria dista mucho de ser libre y el patriota no se halla en receso. Pronto sus discursos se consideran, con razón, subversivos y de nuevo lo deportan a España. Nunca más volverá a ver su ciudad natal, cuando retorne será por las playas de Oriente como un combatiente por la libertad de su país, de las Antillas y de la América Latina.

Logra escapar de su confinamiento en la península y desembarca en Nueva York donde establecerá su campamento de larga provisionalidad por casi tres lustros y pronto asume las funciones de Vicepresidente y Presidente del Comité Revolucionario que prepara el levantamiento en Cuba, conocido por su corta duración, como la Guerra Chiquita. El fracaso de esta acción no hace sino disponerlo para una guerra tan necesaria como bien organizada. Se va a Venezuela donde rinde homenaje a Bolívar y en pocos meses se convierte en una figura principal del ámbito cultural. Pero de nuevo es mal visto por el gobernante de turno que no admite que el fuego de su verbo se expanda en la sociedad en formación y el 28 de julio de 1881 sale definitivamente para su trinchera del Norte, enriquecido por la experiencia breve e intensa de esa Caracas que él ha proclamado como cuna de nuestra libertad.

Entre sus papeles recientes lleva un breve poemario dedicado a su hijo, Ismaelillo, que significará, junto a sus prosas escritas como en el lomo de un caballo de combate, el inicio de la revolución literaria en su patria grande y en todo el ámbito del idioma. A fines de esa década lo tenemos como Cónsul de la Argentina, Uruguay y Paraguay, y también en calidad de excepcional periodista en la llamada Conferencia Interamericana. Poco después representa a la patria de Artigas en la Conferencia Monetaria Internacional y libra memorables batallas contra el agresivo vecino del Norte cuyo objetivo en esas conferencias es ensayar nuevas formas de dominación.

Desde su mirador neoyorquino ha seguido el curso de los acontecimientos de la metrópoli yanki y está capacitado como pocos en su tiempo para advertir los peligros que nos amenazan. Por eso en sus crónicas, artículos, cartas, discursos —como el fundamental Madre América— y en su ensayo de enero de 1891, Nuestra América, trazará con elocuencia nunca antes conocida, y con fundamentos sólidos, el camino de nuestra segunda y verdadera independencia.

Mas, no únicamente de la tiranía política o económica debe librarse este conjunto de pueblos expoliados y víctimas de lo que el propio redentor llamó el sometimiento infructuoso, y que solo avanzaran hacia el futuro por el duro camino de la rebelión. También es imprescindible salir del socavón de la ignorancia puesto que no hay igualdad social posible sin igualdad de cultura. Por eso en los cuatro números de La Edad de Oro, su estupenda revista de 1889, los niños de América hallarán el verso que despliega las alas de la fantasía, el artículo histórico que revela nuestros orígenes o los rudimentos científicos que les permitirá ser hombres y mujeres integrales, protagonistas de un nuevo humanismo.

En su último lustro febril Martí llevará su prédica a Panamá, Costa Rica, Santo Domingo, Haití, Jamaica y dejará en sus crónicas y diarios de viaje y de campaña perfiles de mujeres y hombres anónimos y dignos, así como todos los colores del paisaje americano, incluyendo el que le llena los ojos ávidos en sus pocos días de campaña en el Oriente de Cuba.

Ahora bien, aunque no hubiese andado del brazo de sus compatriotas por esas tierras que andan aún en busca de su destino, conocía al dedillo su historia, sus grandezas y caídas, sus potencialidades. Y en rigor todo lo que hizo y escribió estaba encaminado a la consolidación de esas naciones bendecidas por la naturaleza y sometidas, sin embargo, a la pobreza y a la infelicidad por sucesivos sistemas de explotación. Naciones que aun hoy tienen en las iluminadas páginas de nuestro Apóstol un espléndido tesoro ideológico que nos ayudará, como lo proclama en estos días el Tercer Foro Social Mundial de Porto Alegre, a vivir en un mundo donde prevalezca la solidaridad y la justicia, tal lo concebía el inconforme autor de Nuestra América.

Publicado el 6 de enero de 2003

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