La lección del Diario de
Campaña
LUÍS SUARDÍAZ
Las notas urgentes, aunque bien
pensadas y mejor tramadas, que José Martí fue escribiendo desde el 14 de
febrero de 1895 al 17 de abril de ese mismo año y que se conocen como
Diario de Campaña, han sido objeto de numerosas lecturas, comentarios e
interpretaciones desde que fueron del dominio público, pero siempre que uno
vuelve a estas páginas halla imágenes, sentencias, definiciones que
escaparon a las primeras lecturas.
Comienza con el viaje de
Montecristi a Santiago de los Caballeros que es también un acercamiento
entrañable al paisaje antillano y a sus gentes venidas de diversas etnias.
Las palmas en la noche encendida de un batey le hacen pensar en la
revelación de la naturaleza universal del hombre y medita sobre el alma
perezosa de la que no se saca fuego. En breves líneas traza el perfil de un
héroe mambí quien, como él caerá en el campo de batalla: Paquito Borrero,
con su cabeza santa y fina, como la de San Francisco de Elcano, busca el
vado del río en su caballo blanco. Ese mismo 15 de abril, reflexiona
sobre la necesidad de llevar el libro a las escuelas de los muchachos pobres
y evoca su artículo de varios años atrás sobre el noble papel de los
maestros ambulantes. Sabe que el tiempo no le alcanzará para la magna obra
emprendida y, en un alto de la marcha, tres jornadas después, apunta:
Duerme mal el espíritu despierto. El sueño es culpa mientras falta algo por
hacer. Es una deserción.
Ya en territorio haitiano, el 3 de
marzo, un libro francés le provoca un comentario sobre las fastidiosas
convenciones sociales y dice que la paz de los pueblos solo será asequible
cuando la suma de desigualdades llegue al límite mínimo que las impone y
retiene necesariamente la misma naturaleza humana. Carga enseguida contra
esa sociedad donde se les exige el cumplimiento de los deberes sociales a
aquellos a quienes se niegan los derechos, en beneficio principal del poder
y el placer de los que se los niegan, y fustiga con énfasis esa situación al
calificarla de: mero resto del estado bárbaro. No olvida sus
lecturas, pues al volver sobre la biografía de Margarita Bosco, dice que su
hijo, el cardenal le recuerda al cura mimado de La Regenta de Alas
—aquel cura sanguíneo a quien la madre astuta le ponía la mesa y la cama.
A veces en un henchido párrafo
acomoda media docena de sentencias sobre el hombre y la sociedad. El día 5
de abril, escribe una de las páginas más intensas de toda su obra, inspirada
en un humildísimo hombre de mar que le presta fraternos auxilios a los
expedicionarios que van hacia el combate por la independencia de Cuba y al
despedirse de aquellos a quienes nunca volverá a ver se deshace en lágrimas:
David de las islas Turcas.
El
cineasta y ensayista José Massip publicó el pasado año por Ediciones Unión
un original acercamiento a estas páginas con el título de Martí ante sus
diarios de guerra y sostiene, con razón, que en el tiempo de estos
textos Martí alcanzó a ser el espíritu más avanzado de una época. El
documentado y extenso estudio se afianza en la semiótica y la
metalingüística, indaga en el estilo del Apóstol, en sus presupuestos
ideológicos y se apoya en hipótesis de la crítica literaria y artística de
nuestro tiempo, por lo que requiere un comentario especial. Pero quiero
detenerme en algunas observaciones suyas muy útiles para este trabajo cuyo
objetivo es invitar a nuestros lectores a descubrir o visitar nuevamente
estas reveladoras páginas, como el comentario de que Martí al separarse
conscientemente del romanticismo consigue un admirable y recio realismo en
los relatos del último diario, así como la cita nada gratuita de un texto
concebido diez años antes de su experiencia insurreccional: Narciso no se
ha de ser en las letras sino misionero, sin la cual no se entiende
cabalmente por qué este hombre, dotado como pocos para la fabulación sin
límites, prefirió amarrar su caballo al tronco de pelea y vestir su musa con
la rústica túnica del campamento mambí. Pero sobre todo, destaca el cineasta
y ensayista la reconstrucción de los juicios, presididos por Máximo Gómez,
en que se pide la pena máxima para bandidos como Masabó y El Brujito que
habían deshonrado al ejército de la República en armas con sus robos,
violaciones y crímenes.
Martí, el humanista, el poeta, el
defensor de la vida, aprobó con dolor esta medida extrema, porque era
también el jefe de una revolución cuyos protagonistas tenían la obligación
de ser ejemplos en la contienda y referencias inmaculadas para la futura
república, de modo que, a nuestro parecer, resume con precisión Massip ese
episodio aleccionador en este párrafo: Decidir que Masabó y El Brujito
sean fusilados, significa poner en práctica, en el momento más justo, el
principio de que las ejecuciones de bandidos son necesarias para que la
revolución pueda sobrevivir.
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