No habrá dolor, humillación,
mortificación, contrariedad, crueldad, que yo no acepte en servicio de mi
Patria
José Martí
ROLANDO RODRÍGUEZ
Mientras
Gómez hizo residir la causa del arranque de Martí en "su valor
temerario y la fogosidad de su caballo"¹ algunos han querido ver en su
acción un suicidio, una muerte provocada conscientemente. Una frase expurgada
de sus escritos, como la de "Para mi, ya es hora"² de la carta a
Federico Henríquez y Carvajal, de marzo del 95, ligada a las diferencias de
criterio con Maceo y Gómez en relación con su salida de la manigua más su
presencia terca e intempestiva en el teatro del combate, casi solo, han
llevado a uno que otro a afirmarlo o, al menos, a hacer veladas sugerencias
que lo implicarían. Si aquella frase no se extrae de su contexto, nada
apuesta por la tesis del sacrificio buscado, del martirio, del hombre que se
hizo matar. En la misiva a Henríquez y Carvajal, Martí se refiere a la idea,
de la cual se le había tratado de convencer en Montecristi, de que su papel
esencial en la lucha estaba fuera de la isla. Para establecer la verdad, debe
señalarse que previamente a la manoseada sentencia, el Apóstol le había
afirmado a Henríquez y Carvajal: "Yo evoqué la guerra: mi
responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar", y después añadía:
"...hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda,
conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome
el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré
ese valor (...) De mí espere la deposición absoluta y continua".³ Y
todavía, más adelante, asegura que, ante la opción expuesta, prefería
quedar en el escenario de la querella, aunque fuese como el último peleador y
como tal morir, y pronuncia la frase. Mas, enseguida, en su desdoblamiento de
siempre, consciente de su responsabilidad en la nueva contienda y del objetivo
que perseguía con ella, que no solo era la independencia de Cuba sino servir
a América, oponía a cualquier deseo hipotético un deber que creía estaba
por encima de sí mismo. Por ende, esta frase solo queda como imagen del ser
individual no del ser histórico —de cuya investidura tenía conciencia—,
que se ha autoimpuesto una empresa grandiosa y de fondo revelada en la carta
inconclusa a Manuel Mercado.
En la mente de un hombre que el día
anterior a su caída estaba proyectando los objetivos que se exponían en la
misiva a su amigo mexicano, en la de alguien que apuntó en su texto
"cuanto he hecho hasta hoy y haré" —obsérvese el tiempo
futuro—, no hay cabida para un martirologio provocado, buscado de manera
consciente, porque sabía que la muerte truncaría empresa de tal calado, que
tal vez estaba convencido de que no tendría realización si no era conducida
por sus manos, pues solo él la entendía en todo su alcance.
Por añadidura, se olvidaría que,
el 14 de mayo, cinco días antes de su muerte, Martí había anotado en su
diario que iba meditando en la conducta que debía adoptar en relación con su
marcha de la manigua o su permanencia y formación del gobierno; es decir, en
el porvenir. Él, probadamente, había previsto desde hacía largo tiempo la
posibilidad de que no pudiera permanecer en la manigua. Recuérdese que, ya el
20 de octubre de 1894, le había escrito a Gómez:
Aquí, los primeros ímpetus,
con la fuerza y crédito de la guerra armada, serán todo lo que deben ser, y
el auxilio fácil mensual que dejo organizado. Allá, Ud. sabe mi alma y mis
propósitos y encenderé, y juntaré, y quitaré estorbos, y haré eso cuanto
quepa en mí. Y si luego debo echar a la mar el corazón, y volver a ordenar
el esfuerzo último, sin el descrédito que acompañaría a un revolucionario
meramente verboso, volveré, donde sirva más.(4)
Otro dato más niega la
posibilidad de un suicidio, no por menor poco importante: si hubiera querido
marchar al sacrificio, no habría invitado a Ángel de la Guardia a acompañarlo.
Para un hombre de su ética, hubiera sido injusto arriesgar la vida del joven
—casi un niño—, en un destino que, en todo caso, debía ser únicamente
suyo.
En cuanto a la fogosidad del
caballo, aunque no debe ser la razón del avance impetuoso, resulta de interés
conocer numerosos testimonios que reiteran el carácter brioso e incontrolable
del corcel. Si bien algunos aseguran que la bestia procedía de las ocupadas a
las fuerzas del coronel Copello, en Jobito, otra versión afirma que procedía
de una recría de la zona de Guantánamo, y el año anterior, un primitivo
comprador del caballo lo había devuelto a su propietario, "porque padecía
el mal de asustarse y desbocarse". Este propietario se incorporó después
a las huestes mambisas con sus corceles.(5)
Pero hay que decir, que si bien Martí no era un jinete consumado tampoco era
un inexperto. Desde su niñez había galopado y, de nuevo, durante sus viajes,
lo había hecho muchas veces.
A propósito, Baconao, al que una
bala hirió en el vientre y le salió por el anca, sobrevivió y Gómez
ordenaría soltarlo en la finca Sabanilla, con la prohibición expresa de que
nadie más lo montara.(6)
Era un tributo de respeto y cariño hacia Martí.
A todas estas, según un relato de
lo acontecido, que Ángel de la Guardia dio a conocer a su esposa tiempo después,
en un campamento mambí, y el hijo de ambos refirió, media legua después de
cruzar el Contramaestre, junto con Gómez, Martí, Borrero, Masó, su hermano
Dominador y otros, una hondonada desvió los caballos del Apóstol y el suyo y
galoparon en una línea diagonal respecto a la fuerza del jefe militar de la
revolución hasta tropezar con la avanzada española.(7)
Es decir, en este testimonio no muy repetido en las reseñas relacionadas con
aquel hecho, se aduce que la separación de las otras fuerzas cubanas fue
resultado de un accidente del terreno. Desde luego, en él, relato de un
relato, a su vez tomado de un relato, hay imprecisiones tales que no permiten
asumirlo al pie de la letra.
Incluso, los corresponsales de La
Discusión y de Diario de la Marina, sostendrían que Martí revólver
en mano arengaba a los mambises a avanzar cuando fue herido de muerte, relato
que obtuvieron de los soldados de la avanzada.(8)
Esta versión circuló ampliamente, pero como no la corroboró una fuente
cubana, y el único que podía hacerlo murió, nunca se ha valorado. Sin
embargo, no puede ignorarse totalmente.
En fin, hablar de la búsqueda
deliberada de la muerte por parte de José Martí solo evidencia
desconocimiento de su carácter, afiliarse a esa tesis únicamente puede
conducir a pensar que lo suyo —y lo de todo revolucionario auténtico—
consistía en utopías y que en él todo emergía de una veta romántica.
Después de eso, en la acción de Dos Ríos solo quedaría un arrebato hijo de
la frustración, de la obcecación, de la desilusión, porque lo hacían salir
de la manigua. Se desconocería u olvidaría que Martí era un político
depurado que sabía de litigios, ataques injustos y hasta de humillaciones,
sin que esto lo condujera nunca a depresiones: por la sencilla razón de que
no podía permitírselas. Él, estaba preparado para apurar acíbar, hiel. Cómo
no recordar estas palabras suyas, todavía frescas, cuando cayó: "No
habrá dolor, humillación, mortificación, contrariedad, crueldad, que yo no
acepte en servicio de mi patria".(9)
Por el contrario, a encrespadas tormentas, borrascas temibles y cielos
encapotados, siempre respondió de manera altiva, firme, valerosa. De hecho,
nunca se vio flaquear a su membruda voluntad y, en todo momento, se sobrepuso
al peor contratiempo. Porque fue siempre un luchador que se enfrentó, sin
lirismo alguno, con temple y nervio, a la adversidad y cuando se impuso la
tarea de independizar a Cuba, sabía que su ruta se repletaría más de zarzas
que de flores. Para aquel hombre, la meta resultaba más importante que el
camino.
Por todas estas razones, la acción
del Apóstol en Dos Ríos queda más bien prefigurada en otras palabras que
había escrito tiempo atrás: "La muerte engrandece cuanto se acerca a
ella; y jamás vuelven a ser enteramente pequeños los que la han
desafiado".(10)
Es decir, en aquella hora había montado porque después podría sentarse a
continuar el debate con los hombres que sabían montar, y había avanzado
porque consideraba que una vez en medio de la batalla ya no era la palabra
sino el ejemplo el que debía movilizar. Sería su demostración de que, como
aquellos, se volvía capaz de arrostrar la muerte.
Tomado del libro Dos Ríos a
caballo y con el sol en la frente
1 Gerardo Castellanos: Los últimos
días de Martí p. 317
2 José Martí: Ob. cit., t. IV p. 111
3 Ibíd.
4 Ibíd, t. III, p. 299
5 Véase el trabajo de Ricardo Ronquillo Bello y Víctor Hugo Purón,"Cabalgadura
en la encrucijada", en el diario Juventud Rebelde, de 19 de mayo de 2000.
6 Rafael Lubián: Martí en los campos de "Cuba Libre", ed. cit. P.
116.
7 "Dos documentos sobre la muerte de Martí. El testimonio de Ángel de la
Guardia Bello, según su hijo Ángel de la Guardia Rosales",Anuario de
Estudios Martianos no. 2, citado, p. 420.
8 Pedro Castillo: "¿Quién mató a Martí?", revista Bohemia, no.
20,16 de mayo de 1968.
9 Ibíd, t. IV, p. 117.
10 José Martí: Ob. cit., t. XIII, p. 306
Publicado el 19 de mayo de 2003 |