Proyección
latinoamericanista del 24 de febrero
PEDRO A. GARCÍA
Tras la Protesta de Baraguá, la
capitulación del Zanjón había devenido simple tregua. Tanto en los
patriotas cubanos que habían permanecido en el país como en los que
marcharon a la emigración, se mantenían vivos los ideales por los que Céspedes
había convocado a todo un pueblo a la lucha. Pero era preciso, ante todo,
lograr la unidad en el movimiento independentista. Y esa fue la tarea que
asumió José Martí.
Existían rencillas por sucesos de
la pasada guerra: entre los que acataron de mala gana el Zanjón y los
protestantes de Baraguá, entre los que estuvieron en la emigración y los que
lucharon en la manigua. Los veteranos del 68 subestimaban a los jóvenes,
estos enjuiciaban con demasiada rigidez la actuación de los antiguos
combatientes.
Ante esta situación, como ha señalado
el historiador Julio Le Riverend, el Apóstol tuvo que luchar "contra el
espontaneísmo impremeditado; combatió y redujo al caudillismo para dar
validez a las ideas sustanciales; juntó en haz sólido a los libertadores
veteranos con los jóvenes y a todas las fuerzas patrióticas en torno a la
guerra; denunció con verdades macizas las querellas internas y las transformó
en armas para la Revolución; dignificó al negro y lo unió a los blancos,
todavía con residuos señoriales".
BATALLA POR LA UNIDAD
De una forma paciente, comenzó a
trabajar para fortalecer los clubes revolucionarios ya existentes en la
emigración y en la creación de otros nuevos. Pronunció vibrantes discursos:
habló de errores y éxitos pasados, de la importancia de aprovechar las
experiencias de las guerras anteriores. Exaltó el valor de los combatientes
del 68, sus proezas y hazañas; demostró cuán necesario era incorporar a la
causa la energía y frescura de la más joven generación.
En 1892, dio un paso decisivo en
la organización de la lucha independentista con la creación del Partido
Revolucionario Cubano, cuya proclamación se efectuó el 10 de abril. A partir
de su fundación, Martí no descansó un momento en el empeño de preparar la
guerra necesaria dentro y fuera del país.
La emigración no podía imponer
la lucha armada, se percató el Maestro. Cuando el país hubiera probado su
deseo de combatir, entonces se enviaría la orientación oportuna, la ayuda en
hombres y armas; y los principales jefes desembarcarían para encabezar la
insurrección, pero la decisión de lanzarse a la manigua debía brotar
internamente.
En 1895, el ambiente en Cuba era
francamente revolucionario. El fracaso de la expedición de Fernandina no
amilanó a los independentistas sino que exaltó su espíritu de lucha. El 24
de febrero, como resultado de la orientación táctica de Martí, tuvo lugar
un levantamiento simultáneo en 35 localidades de la Isla, aunque no en la
escala prevista en el proyecto martiano.
OBRA DE PREVISIÓN
CONTINENTAL
Martí no concebía la
independencia de Cuba sino como un aporte a lo que el llamó nuestra América
y al mundo. En el Manifiesto de Montecristi, redactado el 25 de marzo de 1895,
estableció bien claro su empeño de "saneamiento del país para bien de
América y del mundo".
También afirmaba en ese
documento: "La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas
donde se ha de cruzar, en plano de pocos años, el comercio de los
continentes, es suceso de alcance humano y servicio oportuno que el heroísmo
juicioso de las Antillas presta a la firmeza y el trato justo de las naciones
americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo".
Esa concepción no era nueva en el
discurso martiano. En 1894, ya había escrito que solamente la independencia
de Cuba podía garantizar el equilibrio necesario en el continente. De ser
"esclavas", apuntaba, se convertirían en "mero fortín de la
Roma Americana", pero "si libres", serían la garantía de la
independencia para la América española aún amenazada.
En ese mismo texto, calificaba de
"obra de previsión continental" la lucha independentista de los
cubanos. Si esta triunfaba, se aseguraba "la amistad entre las secciones
adversas" del hemisferio, es decir, entre el Norte anglosajón y el Sur
latinoamericano, basada en la soberanía plena y el respeto mutuo entre ambos.
Esa idea de Cuba como pontón o
fortín de una república imperial también es una reiteración. Ya hablaba de
ella en un artículo anterior, "El remedio anexionista" (1892),
donde abordaba la capacidad de los cubanos para impedir que tal cosa sucediera
en el futuro. También en "Otro Cuerpo de Consejo" (1893),
argumentaba cómo el vecino norteño codiciaba las Antillas "para cerrar
en ellas todo el Norte por el istmo y apretar luego con todo este peso por el
Sur".
Ya en la manigua, en vísperas de
su muerte, subrayaría una vez más la trascendencia de su proyecto
revolucionario, al escribirle a Manuel Mercado que entiende como su deber (y
tiene ánimos con que realizarlo) "impedir a tiempo con la independencia
de Cuba que se extiendan por las Antillas los EE.UU. y caigan, con esa fuerza
más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré, es
para eso".
Y cuando cayó en Dos Ríos, como
guerrero de la independencia que cae "por el bien mayor del hombre, la
confirmación de la República moral en América y la creación de un archipiélago
libre", dejaba al mundo un mensaje, tal vez entonces no entendido, pero
que hoy se nos antoja de impactante actualidad: "Es un mundo lo que
estamos equilibrando, no son dos islas las que vamos a libertar (...) Un error
en Cuba es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se
levanta hoy con Cuba, se levanta para todos los tiempos".
Publicado el 24 de febrero del
2001 |