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De José Martí

El alma visible de Cuba

Luís Suardíaz

En las primeras décadas del siglo XX, ya el ideario del Apóstol se venía difundiendo por hombres que lo conocieron y lo admiraron, como Juan Gualberto Gómez, Enrique José Varona, Carlos Baliño, Gonzalo de Quesada y otros esclarecidos patriotas, pero fue con la generación que se lanzó a la palestra en la década del veinte que, además de divulgarse su obra, en buena medida desconocida entonces, aun por los especialistas, su ideario fue asumido por jóvenes revolucionarios de la talla de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau y Juan Marinello, profundamente martianos y convencidos marxistas que no vacilaron en dedicar sus energías y su talento a la transformación de la sociedad.

  Carlos Baliño

Julio Antonio Mella

Rubén Martínez Villena

En esa década se enfrentó la vanguardia política, la joven intelectualidad martiana, los obreros organizados, los expoliados campesinos, el estudiantado y hombres y mujeres honestos de diversas capas sociales, al desgobierno de Alfredo Zayas y a la tiranía sangrienta de Gerardo Machado. Y Martí resurgió en poemas de Martínez Villena y en su heroica brega, en las Glosas de innegable hondura que Mella escribió sobre su legado, en la creación de la Universidad Popular para los obreros que llevó su nombre y fue un antecedente de lo que logró décadas después la revolución triunfante en 1959.

En ese clima, un intelectual asturiano largamente vinculado a Cuba, Manuel Isidro Méndez, escribió la primera biografía sobre nuestro héroe en 1924. En 1926 se editó el poemario La Zafra de Agustín Acosta en cuyo Pórtico se lamenta: Musa Patria/esto no fue lo que predicó Martí, entre otros textos que contribuyeron a poner de relieve su figura. Otra biografía varias veces editada se debe a Jorge Mañach con el título de Martí, el Apóstol que vio la luz en 1933.

Además de la sostenida labor ensayística de Juan Marinello en torno a los aspectos formales y el contenido de las obras de Martí, otros dirigentes marxistas como Blas Roca —que acertadamente lo calificó de revolucionario radical de su época— y Carlos Rafael Rodríguez, supieron valorar el caudal de su poesía y su prosa, y el extraordinaria papel como dirigente de la nación en vísperas, y exaltaron la vigencia de su ideario.

Sin duda, la significación de José Martí quedó ampliamente demostrada a propios y extraños en 1953, año en que se cumplieron cien años de su nacimiento. Mas, no por los actos oficiales que hipócritamente organizó la tiranía de Batista sino por el heroico asalto al Cuartel Moncada, dirigido por Fidel Castro quien, durante el juicio que se le siguió a él y al resto de los moncadistas, proclamó que el autor intelectual de esa carga épica era justamente José Martí. Y no faltó ni un ápice a la verdad porque desde Fidel al más humilde combatiente todos llevaban en su pensamiento las ideas de Nuestro Héroe Nacional y aquella acción marcó un salto de calidad en la lucha que condujo seis años después al triunfo del pueblo. Fue entonces que se pudo poner en práctica su concepción de una república sin ataduras, en una patria soberana, ferviente cumplidora también de sus deberes internacionalistas.

El legado de Martí está en la esencia de la Cuba de hoy. Destacados investigadores, ensayistas y editores han trabajado la cantera de sus textos fundamentales, entre ellos José Antonio Portuondo, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Roberto Fernández Retamar, Ángel Augier… así como nuevos talentos surgidos en las sucesivas promociones formadas en el proceso revolucionario. Pero sobre todo, nuestro Apóstol es, como él decía del Partido Revolucionario Cubano que fundó para conseguir la independencia y acceder a una república digna, el alma visible de Cuba.

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