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28 de Mayo de 2002

La Verdad prisionera
Un cuarto de siglo antes de las Torres Gemelas

FÉLIX LÓPEZ

Semanas atrás, un reportero de la revista Newsweek quiso poner en aprietos al más joven de los expresidentes norteamericanos. Al ser entrevistado sobre su indulto a un conocido magnate, acusado de serias ilegalidades fiscales, Clinton dijo que solo respondería cuando George Bush, padre del actual mandatario, explicara a la nación el porqué había perdonado a Orlando Bosch.

Esa respuesta debe haber retumbado como un mazazo en Miami y en la Casa Blanca, sobre todo en esta última, desde donde el presidente Bush libra su "batalla contra el mal", rodeado por los fantasmas de su padre y del hermano Jeb, quienes han exonerado —aunque en épocas diferentes— a los criminales anticubanos de las reglas generales del terrorismo.

Entre los pocos seres humanos que no se estremecieron ante las imágenes del desplome de las Torres Gemelas, está Orlando Bosch, el asesino que 25 años antes hizo volar un avión cubano en pleno vuelo, causando la muerte de 73 personas inocentes.

Irónicamente, Bosch vive en Miami, y —no conforme con su saga criminal— continúa fraguando actos de terrorismo contra Cuba, "industria" en la que ha laborado desde 1960. Extrañamente, a pesar de haber sido condenado en varias ocasiones y a largas penas, siempre ha dejado las prisiones antes de tiempo.

En 1974, cuando se estableció en República Dominicana, para iniciar su "guerra por los caminos del mundo", estaba huyendo de los Estados Unidos, donde había ajustado cuentas a otro capo terrorista. Era un buen aval para que el propio embajador de la dictadura chilena en Washington lo recogiera en Santo Domingo y lo invitara a Santiago, donde se convirtió en asesor de la policía política (DINA), y se mezcló al Plan Cóndor.

Utilizando la estructura de esa máquina de matar, Bosch planificó y llevó a cabo el secuestro, asesinato y desaparición de dos diplomáticos cubanos radicados en Buenos Aires, el 9 de agosto de 1976. De esa "operación audaz" le nació el mérito que necesitaba para ganar la admiración de George Bush, entonces director de la CIA, y convertirse en responsable del Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), organización que recrudeció la actividad terrorista en el continente.

Su mano siniestra estuvo también tras el atentado que arrancó la vida al ex canciller chileno Orlando Letelier y a su secretaria Ronny Moffit. Una engorrosa investigación del FBI terminó por descubrir a los ejecutores materiales: un estadounidense y varios cubanos que trabajaban para la DINA, la CIA y el CORU. Los dos últimos terroristas cubanos que permanecían en prisión por ese crimen, José Dionisio Suárez y Virgilio Paz, fueron puestos en libertad por el presidente Bush, poco antes de los atentados del 11 de septiembre. ¿Será cierto que el presidente quiso complacer así a sus amigos cubanos a quienes debe una gran deuda?

Después de la voladura del avión cubano, en octubre de 1976, se descubrió la vinculación de Bosch con otro connotado terrorista: Luis Posada Carriles, cubano reclutado por la CIA en 1960, e integrante de la Representación Cubana en el Exilio (RECE), otro clan mafioso que surgió a la sombra y bolsillo del jefe de la ronera Bacardí... Organizaban la segunda tentativa de invasión a Cuba.

En 1967 Posada Carriles fue promovido por la CIA como asesor de los cuerpos de seguridad venezolanos, encargados de reprimir a las organizaciones de izquierda. No es casual que el 17 de septiembre de 1976 estuviera entre los que recibieron en el aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, a Orlando Bosch. En tan solo 20 días los dos se convertirían en el centro del escándalo mundial por el atentado terrorista del avión cubano.

Se conoce todas las arbitrariedades que rodearon el juicio en las cortes venezolanas. Mientras, el gobierno de Estados Unidos trataba de inventar una cortina de humo. Los medios, inesperadamente, insistían en responsabilizar a Fidel Castro de la muerte del presidente Kennedy. Pero cuando la investigación congresional negó rotundamente tal implicación, ya habían logrado desviar la atención de la voladura del avión.

Lo otro es noticia vieja e indignante: nueve años después; en 1985, Posada Carriles escapó de una cárcel de alta seguridad. Jorge Mas Canosa, entonces presidente de la FNCA, la agencia madre de los terroristas en Miami, pagó aquella fuga. Pocas horas después, Posada entró a El Salvador, para ponerse a las órdenes de Félix Rodríguez, un alto oficial de la CIA que supervisó la captura y asesinato del Che Guevara en Bolivia. En una escala de mando más arriba estaba el teniente coronel Oliver North, del Consejo Nacional de Seguridad, pieza clave en el andamiaje ilegal de caso Iran-Contra.

Posada ha vuelto a la cárcel. Esta vez en Panamá, país donde planeó su último atentado contra el líder cubano, en el marco de la X Cumbre Iberoamericana. La prueba de la complicidad de las autoridades norteamericanas con todos sus actos, está en una extensa entrevista concedida por Posada al New York Times, y donde alardea de su pasaporte estadounidense, y de la ayuda económica de la FNCA, confesando que el FBI y la CIA lo dejan actuar a sus anchas.

Bosch, por su parte, camina impune por las calles de Miami. No se le olvida que Ileana Ros Lethinen, congresista anticubana, fue quien encabezó su defensa en los Estados Unidos e hizo de su liberación uno de los ofrecimientos de su campaña electoral. Casualmente, el director de aquella chambelona política fue Jeb Bush, hoy gobernador de la Florida, hijo de su padre y hermano del presidente.

Cuando Bush padre firmó la liberación de Bosch, el New York Times amaneció al día siguiente con un encendido editorial: "En nombre de la lucha contra el terrorismo, EEUU envió a la fuerza aérea a bombardear Libia y al ejército a invadir Panamá. Sin embargo, ahora el presidente mima a uno de los terroristas más notorios del hemisferio. ¿Y por cuáles razones? La única evidente es granjearse el favor del sur de la Florida."

Tal agradecimiento podría inscribirse en los records Guinnes como el más largo del mundo.

El hecho de que el presidente norteamericano haya declarado su intención de librar al mundo de terroristas, no ha tenido impacto alguno en la visión que posee el gobierno de Estados Unidos de Bosch y de Posada, quienes tienen credenciales de primera como terroristas. La doble moral eclipsa a George W. Bush cuando advierte a otras naciones acerca de las consecuencias por proteger a terroristas.

Con esa bendición es imposible que los terroristas de Miami renuncien a sus tácticas.

Mientras Posada planea una nueva fuga en Panamá, Bosch no se avergüenza de confesar a la prensa algo como lo que reprodujo The Miami New Times, unas horas antes de que comenzara la escalada militar norteamericana en Afganistán: "Cuando ataquen a este tipo (Osama Bin Laden) algunos inocentes van a morir. Es como dijo Churchill: La guerra es una competencia de crueldad."

En tanto, cinco jóvenes cubanos, que arriesgaron sus vidas para descubrir los macabros planes de los terroristas que se pasean por Miami, cumplen largas condenas en cárceles norteamericanas. Ellos son, indudablemente, prisioneros políticos del imperio.

 

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