Un proceso amañado desde su comienzo llevó a que el 8 de junio
del 2001, cinco luchadores cubanos contra el terrorismo recibieran
un injusto veredicto de culpabilidad, tras un juicio en Miami, la
ciudad donde nunca debieron ser juzgados.
Culpabilidad que luego se consumó, en diciembre del propio año,
en las desmesuradas condenas que les fueron impuestas. Gerardo
Hernández fue sentenciado a dos cadenas perpetuas, más 15 años;
Ramón Labañino, a una cadena perpetua más 18 años; Fernando
González, a 19 años de cárcel; René González, a 15 años, y Antonio
Guerrero, a cadena perpetua, más 10 años.
Contra quienes arriesgaban diariamente su vida para descubrir e
informar los planes terroristas organizados desde Estados Unidos, se
vertió todo el odio y la potencia de quienes por más de cuatro
décadas intentan destruir a la Revolución cubana.
Aquel 8 de junio los Cinco fueron declarados culpables de infames
y falsas imputaciones, a pesar de haberle proporcionado al Buró
Federal de Investigaciones un abultado volumen de informaciones y
denuncias.
Tal institución recibió 230 páginas, cinco videocasetes con
conversaciones e informaciones y ocho casetes de audio, ascendentes
a dos horas y 40 minutos, sobre llamadas telefónicas de terroristas
ya detenidos en el país con sus mentores.
Pero ante las pruebas la respuesta fue detener a René, Fernando,
Ramón, Gerardo y Antonio el 12 de septiembre de 1998, para
someterlos a un tortuoso y mañoso proceso, que incluyó total
incomunicación.
Los cinco se convirtieron en blancos de una campaña que los
presentó como agentes que atentaban contra la seguridad nacional de
Estados Unidos, cuando en realidad se infiltraron en los grupos
terroristas que con total impunidad operan desde el sur de Florida,
para alertar y neutralizar sobre sus planes criminales.
El viso político que acompaña al caso desde sus inicios llevó a
la Fiscalía a sancionar a los cinco con el mismo odio y
animadversión que los extremistas de Miami han mirado por años a
Cuba.