Ellos, los que le juzgaron y condenaron, no sospecharon
que él se las arreglaría para edificar tras las rejas ese
país donde un hombre y una mujer jamás correrían el riesgo
de gastarse, ni siquiera por tantos besos.
Quisieron roerle la voluntad y entonces transformó El
necio de Silvio en un himno anti-ratas. Pretendieron
usurparle la bondad, pero llegó Cardenal, un pichón recién
nacido, desplumado y muerto de frío, como la renovación en
el alma del valor de un amigo. Alguien pensó, que a fin de
tacharle el júbilo lo ideal sería cerrar su expediente,
borrar el caso, ignorar su existencia en la vieja
Victorville de muros y paredes grises. Pero amaneció la
solidaridad en miles de manos, rostros y voces que iluminan
sus días con esos te queremos, no te rindas, estamos
contigo, esperamos por ti, te liberaremos.
Y así crecía en su cara aquella sonrisa odiada y
maldecida por los inquisidores de la libertad. Decidieron
que acabaría aniquilado por la nostalgia del tiempo y las
distancias, si persistían en negarle los abrazos, los labios
y el pecho caliente de su mujer.
Pero a él le bastaba aquella boca de primaveras saltando
de una fotografía, se veía en sus ojos, y ella le hablaba y
le devolvía los encuentros, las promesas, los nombres de los
hijos visibles, posibles, que flotaban en algún punto de los
universos.
Fallaba la agonía de las dos cadenas perpetuas y esos,
los que creían en lo infalible del martirio quedaban
aplastados, entre el desconcierto y la derrota por el gozo
que pervive en el rostro de aquel hombre.
Y para colmo le llaman Cuba, se retuercen los hígados lo
que se empeñan en hostigarlo con los cuchillos de la
tristeza. Y además reparte dibujos con gaviotas, conejos y
pepinos a los demás prisioneros que quieren consolar a los
niños que les esperan en casa, y también hace que la sala de
visitas y el patio se desborden de carcajadas, de una
insólita alegría.
No durará dos cadenas perpetuas, deciden definitivamente
y hasta aliviados, aquellos que lo condenaron al destierro
del silencio y el castigo de la soledad. ¡Qué tontos! Piensa
él, porque solo acaba de cumplir los 45.
Es cuatro de junio y entonces conversa con el espejo, se
burla de su calvicie, vuelve a recordar a Cardenal y se
alegra como un crío.
Luego de casi doce años aquellos de espíritu seco y vista
corta quedan a la zaga de esa fórmula tan simple de Gerardo
Hernández Nordelo, que consiste solamente en creer en la
esperanza. (Tomado de www.thecuban5.org)