Junio
de 2008. Prisión Federal de Victorville, California. Gerardo
Hernández Nordelo, uno de los Cinco cubanos injustamente
encarcelados en los Estados Unidos por luchar contra el
terrorismo, se inclina sobre la cuartilla para redactar un
mensaje de saludo al VIII Congreso de la Unión de
Periodistas de Cuba.
"Yo no podía pasarme con fichas" —escribe, y a su memoria
acude el viejo sueño de infancia (ser periodista), su
incursión en la caricatura, el apego febril a la Aspirina
(de Tribuna), la publicación del trabajo titulado Yo soy
el niño de la foto (Granma, año 1988)¼
Veinte años después, sentado en la misma butaca donde
Gerardo lo fue "enredando" en preguntas e inquisiciones, al
ingeniero Ángel Ernesto de la O Levy (especialista del Grupo
Industrial ALCUBA) le brillan los ojos, sonríe y afirma:
"Efectivamente, el niño de la foto soy yo, el entrevistado
también¼ y el periodista es
Gerardo.
"Recuerdo
que Gera se me acercó un día y me dijo: Necesito que me
tires un cabo para un trabajo que debo entregar en el
Instituto. Y yo le dije inmediatamente: No hay problema,
aquí me tienes para lo que te haga falta.
"Pero cuando me contó que se trataba de una entrevista
acerca de la foto donde el Che me tenía cargado, le dije:
Bueno, si es eso vas a tener que hablar con la Vieja; tú
sabes que mi papá murió hace unos meses y él siempre dijo
que aparecer junto al Che no debía ser motivo de orgullo ni
un mérito como para estar diciéndolo por ahí, sino un
compromiso para ser cada día más modesto, sencillo y
revolucionario, como el Guerrillero Heroico.
"En verdad yo no me sentía merecedor de una entrevista.
No había hecho nada extraordinario, pero Gera es como es y
se le apareció a mi mamá, la enamoró, buscó a un fotógrafo y
cuando vine a darme cuenta ya me estaba haciendo preguntas,
tomando notas como todo un periodista e hilvanando ideas en
el texto.
"Al ver el material publicado en el periódico Granma
me sorprendí. Gerardo me había dicho que era para la
escuela. Él ni siquiera estudiaba periodismo. No obstante,
el material tuvo mucho impacto. Yo trabajaba en el Poder
Popular de La Habana y, tanto allí como en otras partes, me
hicieron muchos comentarios favorables."
— Ya en ese tiempo Gerardo dibujaba, hacía humor¼
"Sí. A él le gustaba mucho la caricatura. Irma Orozco, mi
esposa, impartía clases en el preuniversitario donde estudió
Gera (el Carlos Enrique Díaz) y ella recuerda las
caricaturas de él en un boletín que allí editaban. Creo que
Adriana, la esposa de Gerardo, tiene guardado algún ejemplar
de aquellos.
"El problema es que Gera fue siempre muy observador,
inquieto, avispado e inteligente. Me parece verlo desde niño
mirándolo todo, dándose cuenta de las cosas y eso lo ayudó a
ser como es y a convertirse, sin proponérselo, en un Héroe
de Pueblo, sin adornos ni exageraciones: el mismo que en la
escuela no se perdía un trabajo voluntario o una actividad,
pero cuando tenía un chance se escapaba para ver a la novia
y luego copiaba la clase.
"Yo pienso que en su formación integral, en su carácter y
en su constancia tuvo gran peso la influencia de la familia,
con ascendencia andaluza, y en especial las enseñanzas de su
padre: un hombre con grandes habilidades manuales, que
siempre le inculcó y le exigió amor hacia el trabajo y
consideración hacia las demás personas.
"Gera fue, y es, el hermano de sus amigos. Por eso no
podía resistirme a tenderle una mano con aquella entrevista.
Yo mentiría si no te dijera esas cosas o si ocultara que
cuando niño él tenía los mejores guantes de béisbol que
había en todo esto y por esa razón podía jugar, porque,
entre tú y yo: ¡Qué malo era jugando pelota!¼
Él sabe que es verdad."
— ¿Qué rasgos de su infancia y adolescencia recuerdas con
más agrado?
"Su alegría ante la vida y el respeto por los adultos.
Fíjate si es así que, siendo un hombre ya, él venía casa por
casa saludando a las viejitas. Actualmente, llama por
teléfono desde allá el día que cada anciana cumple año.
Incluso, cuando murió Olga, la abuela de Dominguito el de la
UPEC, él telefoneó a la funeraria y pidió que situaran una
corona. ¿Te das cuenta? Ese es el mismo Gera que me
entrevistó aquella vez.
"¿Qué admiro de él hoy?: Su extraordinaria capacidad para
ser la expresión humana de la Revolución; porque Gera es
eso: la representación de todos los cubanos, la encarnación
de lo que Fidel nos ha enseñado toda la vida. Si Gera
flaquea la Revolución también. Él lo sabe, y eso nunca va a
suceder."
— ¿Has imaginado su regreso?
"Claro que sí. Creo que será algo sin precedentes. Lo veo
llegar tan cubano, campechano y jodedor como siempre; digno,
con su paso firme, por esa calle que él recorría desde su
niñez. Imagino a toda esta zona revuelta. Aquí lo queremos.
Cuando se conoció el caso de los Cinco, en la rotonda se
concentraron hasta personas que no sienten lo mismo que Gera
por la Revolución. Eso indica un respeto y admiración como
el que les tienen a nuestros Cinco hermanos los reclusos de
las cárceles donde ellos se encuentran.
"Así, a 20 años de aquella entrevista y después de toda
una vida como vecinos (en verdad familias), para mí es algo
muy grande ser amigo y hermano de ese hombre que no
claudica.
"Te confieso más: estoy en deuda con él. Evito hablar por
teléfono, aunque lo he hecho¼
pero me resulta difícil. Siento que también le debo una
carta. No una carta cualquiera, sino inmensa. Tan grande
como la otra entrevista que vamos a tener, durante horas, el
día que vuelva."
Desde la butaca donde hace dos décadas le precisó a
Gerardo detalles acerca de la histórica foto del Che,
Bienvenida Levy (madre de Ángel Ernesto) teje sueños a punta
de agujetas. Muy cerca, en la mesita de centro, un libro
hace constar que El amor y el humor todo lo pueden.
Entre otras, la anciana conserva una foto donde Gerardo y
Ariel (sobrino) están abrazados, sonriendo. De repente,
desliza la mano hasta una pequeña caja y extrae unas
cuartillas presilladas en el extremo superior. La sorpresa
se apodera de Ángel Ernesto. Es el borrador, con letra,
corrección y firma originales, de la entrevista hecha allí
mismo aquel 8 de octubre de 1988.
Bienvenida mira con ingenua picardía a su hijo, sonríe y
retoma el rítmico vaivén de las agujetas, quizás para seguir
entretejiendo la esencia de su propio nombre, con el que
añora darle la más tierna y maternal bienvenida a aquel
muchacho travieso y cariñoso que "todos los días del mundo"
venía, la besaba y, ante el menor descuido, le robaba una
rosa a la misma planta que aún sigue allí, viva, acaso
reclamando el derecho a una caricia desde la mano del Héroe.