CAGUAGUAS,
Sagua la Grande.— La finca del viejo Cito está hoy cercada por la
nostalgia. Allí Gerardo Hernández besaba a Adriana bajo el frondoso
framboyán, testigo de la más ardiente poesía.
Cuando el auto traspasó la talanquera el viejo sacó
medio cuerpo por la ventana que da a la cocina. Luego buscó la
salida por la puerta del patio.
"Cada vez que entra una máquina hasta aquí pienso
que es Gerardo que regresó, aunque él pitaba desde que doblaba en la
última curva del callejón", comenta el viejo tras el eii, de su
saludo campesino.
José Antonio Pérez se llama este guajiro de sombrero
de guano y hablar bucólico. Él es tío de Adriana Pérez Oconor, la
esposa de Gerardo Hernández Nordelo, nuestro héroe prisionero
injustamente en las cárceles del imperio estadounidense por combatir
el terrorismo junto a sus compañeros Antonio, René, Fernando y
Ramón.
Cito,
como le puso el padre desde niño, de letras sabe poco, pero mucho de
amistad. "Adriana trajo a Gerardo por primera vez aquí de vacaciones
en 1987. Al segundo día de su estancia me pidió el cuchillo y se
llevó a mi sobrina para debajo del framboyán. Allí le estampó un
beso y comenzó a cifrar en el tronco del árbol su nombre y el de
ella. Mi mamá, ya fallecida, los miraba de reojo desde la puerta de
la cocina haciéndose que le estaba echándole maíz a las gallinas."
Un aire liviano, semejante a un remolino, remueve
unas hojas secas caídas del framboyán, y agita las alas del sombrero
de guano. El viejo se lo atrinca a la frente y suelta de nuevo sus
palabras:
"Nunca pensé que aquel muchacho tan bien portado,
que le daba gracia todo lo que yo decía, fuera a ser el héroe que
ahora sé que es. Por la noche nos poníamos a jugar dominó y a oír la
pelota. Habanero al fin él simpatiza con Industriales y yo con Villa
Clara. Cuando Víctor Mesa sonaba un palo largo le preguntaba: ¿Qué
te parece Gera?, y él me ripostaba:¡Deja que venga Javier Méndez a
batear! Me decía que yo me conocía las fichas del dominó por el lomo
y por eso siempre cogía la doble blanca."
Ahora abre más los ojos y amolda las alas del
sombrero que el remolino desaliñó.
"Compadre, lo que yo nunca he podido entender cómo
un muchacho que es un alma de dios lo tenga preso hace ocho años en
los Estados Unidos; y los mismos que lo tienen enrejado ahora se
aparecen con que le quieren dar la libertad a un terrorista como
Posada Carriles."
"Cualquiera que le mire la cara a Posada le ve los
rasgos de asesino que tiene, mientras la de Gerardo es la de la
gente noble y sincera que anda siempre por el mundo buscando un
amigo. Sí, porque nosotros los guajiros con mirarle la cara a una
persona sabemos quién es y qué le trae a la tierra."
Descubre el viejo Cito que Gerardo le mandó
recuerdos hace poco con Adriana. Lo dice y pone el orgullo por fuera
de las arrugas y de sus ojos espabilados.
"Él llegaba, se ponía un short y me empezaba a rajar
la leña y a buscar agua. Hasta lo enseñé a ordeñar las vacas y a
freír los chicharrones en el fogón de carbón que está en la cocina.
Se quedaba lelito oyendo cantar al sinsonte que se posaba en el
copito del framboyán. Eso también lo diferencia de Posada Carriles,
quien hubiera cogido un tiraflecha para matarlo."
Esto último lo ligó con una mueca de disgusto, pero
enseguida dio paso al rostro crédulo.
"Nadie tiene derecho a encerrar a un hombre tan
bueno y sin motivo, ni a quitarle toda la alegría a esta finca que
se llamaba San Marcelo, pero que ya le puse Santa Angustia luego de
la ausencia de Gerardo.
"Mi sobrina Adriana y Gerardo fundaron aquí el amor.
Dios quiera que un día se aparezcan los dos para llenar de nuevo
todo esto de amor y poesía."