14 de
Febrero del 2004
Amor en tiempos difíciles
Adriana Pérez, esposa de Gerardo Hernández Nordelo, afirma que en él tiene
"recogidos todos los grandes amores: a la Patria, a la sociedad, a los niños que aún no tenemos, a la amistad". Su diálogo con la reportera de
Granma y con otros colegas hace apenas dos días, condujo inevitablemente a dar testimonio sobre ese sentimiento
ANETT RÍOS JÁUREGUI
Adriana
Pérez (34 años) confiesa que a veces no le gusta presentarse como "la
esposa de Gerardo". Cada cual tiene su identidad, explica, y sea él
quien es y esté donde esté, nosotros siempre estuvimos unidos
desde mucho antes por el amor, y hoy seguimos unidos por ese gran
amor, sin tener que definirme tan solo como su esposa.
Ha
estado unida sentimentalmente a Gerardo desde hace casi 18 años;
admite que la mayor parte del tiempo han vivido separados, que al
conocerlo supo que iba a ser el hombre que definiría el resto de su
vida, aunque sin imaginar que vivirían su unión con tanta
intensidad. Lo describe como un hombre de cualidades excepcionales.
Está siempre atento a los pequeños detalles, declara; sabe si te
cambias la pintura de uñas, los aretes, nunca olvida una fecha...
Eso es lo que yo añoro día a día. Esa es mi nostalgia.
DEFINIR EL AMOR
Yo no podría encontrar
un solo significado para el amor, porque tiene muchos. Cuando tengo
que decirlo en una sola palabra, amor es Gerardo. En él tengo
recogidos todos los grandes amores: a la Patria, a la sociedad, a
los niños que aún no tenemos, a la amistad, esa que nos une a
tanta gente que nos ha apoyado durante toda la vida.
El amor de Gerardo y el
mío nunca lo hemos calificado (eso lo han hecho las otras personas)
como algo sobrenatural, muy bello. Para nosotros lo es, pero no nos
gusta clasificarlo así porque en el amor siempre hay altas y bajas,
grandes problemas, como también hay sus grandes ventajas. En
nuestro caso, cada día crece más.
LA SEPARACIÓN
La distancia no ha
logrado alejarnos, sino estar más presentes. En cada momento de mi
vida, en cada instante de las cosas que hago, siempre está él. Es
más, todo lo que yo hago siempre es en función de su regreso.
Hace unos días me
llamó inesperadamente. Me sorprendió mucho, y le dije que justo en
ese momento estaba pensando cuál es el esfuerzo que tengo que hacer
para mantener todos sus gustos, concluir el libro que estoy leyendo,
revisar el periódico, terminar la carta que le escribía,
participar en una actividad a la que estaba invitada, y trabajar. Yo
sé que es un gran esfuerzo, me dijo. Y le respondí: Por ti, no hay
nunca un gran esfuerzo.
Durante todo el tiempo
que estuvimos incomunicados nunca dejamos de entregarnos cosas.
Cuando yo tengo que coger algo de un estante alto, siempre pienso en
él (si Gerardo estuviera aquí, yo no tendría que encaramarme, me
digo). Si preparo una comida, es la que él disfrutaría. Si pongo
una sábana limpia en la cama, es la que a él le encantaría oler.
Cuando limpio, recuerdo cómo me mortificaba. Si de momento me
disgusto, pienso cómo le gustaba molestarme a propósito para ver
mi nariz sudar, y luego abrazarme.
Ese es el nuestro, un
amor común, no sobrenatural. El que puede entregarse cualquier
pareja cuando existe compenetración, cariño, respeto,
comprensión, admiración. No hay nada más.
CARTAS, LLAMADAS...
Para mí significan
sentir que aún estoy viva. Sentir que nos necesitamos, por minutos...
es algo que no les puedo descifrar. Cuando una llamada te falta,
cuando una carta no ha llegado, es como si la vida se fuera
apagando. Y vuelves a renacer, a respirar, en el momento en que otra
vez lo tienes todo, escucharlo, leerlo.
LOS HIJOS
Nosotros siempre decimos
que no es un sueño que esté en el olvido. Aún cuando no podamos
lograrlo, nos queda la satisfacción de encontrarnos, de tratarnos a
veces como a niños grandes, y darnos esas cosas que uno entrega
cuando tiene hijos. Lo mismo nos leemos un cuento infantil, que
jugamos a los yaquis, o nos regañamos cuando algo está mal. Ahí
radica el rol que tratamos de cubrir con la falta de los hijos,
aunque siempre hay otros que cubren ese espacio de cariño y
ternura, porque están los sobrinos naturales y los postizos. Ese es
un sueño que aún permanece en pie, que aún está guardado en
gavetas con una canastilla preparada desde hace muchos años. Pienso
que en algún momento la podamos usar. Si no es con nuestros hijos,
será con otros, pero se usará.
EL AMOR DE CUBA
Del amor del pueblo de
Cuba nunca dudamos, ni aún en los momentos en que nadie conocía de
esta historia. Era algo que las personas, los amigos, los vecinos,
entregaban con su apoyo sin saber lo que estaba pasando. Cuando esta
situación se hizo pública, por supuesto, que ese amor salió a
relucir. Siempre hay sus interrogantes, y quienes cuestionan una u
otra cosa, pero es más el apoyo y las alegrías que recibimos que
los momentos de disgusto.
Hace poco Ricardo
Alarcón dijo que todos debíamos darles gracias a ellos por estar
vivos. Es cierto. De una forma u otra, todos les debemos algo. Y eso
es lo único que está haciendo la gente con ese amor que nos
entrega a los familiares y que transmite en sus cartas, en las
manifestaciones, en las reuniones de solidaridad, donde quieren
tocarnos y saber que somos de carne y hueso, con los defectos y las
virtudes de cualquier persona de este pueblo. |
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