Miles de voces se habían levantado contra las
pretensiones atléticas germanas. Una gran campaña también tuvo lugar en
contra del escenario seleccionado. Pero el Comité Olímpico
Internacional, presidido por el belga Henry Baillet-Latour, no escuchó, o
no quiso escuchar. Lo cierto es que la Berlín de Hitler acogió a los XI
Juegos Olímpicos en 1936, justo en el umbral de la II Guerra Mundial.
Baillet-Latour
había advertido al Führer:
"Ruego consideréis que sois aquí, en los Juegos
Olímpicos, un huésped y no un organizador. El organizador es el COI, que
velará para que estos Juegos se desarrollen sin propaganda
política".
Pero de nada sirvió la advertencia y mucho menos el
compromiso alemán de no promover ninguna especie de manifestación
racial, ideológica o religiosa durante las pruebas. En la ceremonia de
apertura, después del himno de Alemania, 100 mil personas gritaron
"Heil Hitler".
En la Villa Olímpica, repartieron afiches con mensajes
como "juden unerwuenscht" (judíos indeseables). Los retiraron,
pero el ambiente de intolerancia racial se mostró evidente.

Los anfitriones de los Juegos quisieron demostrarle al
mundo todo su desarrollo. Llenó de lujos, lo mismo en los escenarios de
entrenamiento o competencias, que en las viviendas de los competidores
locales. Para intentar exhibir la superioridad del hombre ario,
seleccionó, cuidó y entrenó con esmero a un poderoso conjunto de
deportistas, que respondieron a esas atenciones, pues Alemania cosechó
más medallas que el resto de las naciones participantes.
Sin embargo, las megaaspiraciones de Hitler, y su
xenofobia sufrieron un duro e irremediable golpe. Cual derrota militar,
Jesse Cleveland Owens, un negro, hijo de un aparcero de Alabama, casi
desconocido en Europa, le hizo remorder los hígados al Führer. El sólo
sacó cuatro medallas de oro de la pista del estadio berlinés.
Venció
en 100 metros, distancia en la que ya era el recordista mundial; en 200
metros, en el relevo 4 x 100, junto a sus compañeros Metcalfe, Wykoff y
Draper, y en el salto de longitud. En esa última prueba, el germano Lutz
Long dominó toda la competencia con un intento de 7.87, algo que pareció
inalcanzable para el resto de los pretendientes. Pero nadie contó con el
último intento de Owens, quien se estiró hasta los 8.06 metros para un
nueva victoria inobjetable. El triunfo del negro volvió loco a Hitler,
quien se retiró del Palco Presidencial sin asistir al momento de las
felicitaciones.
Owens fue el gran héroe de las competencias olímpicas
de Berlín, a la que asistieron 4 056 atletas (328 mujeres), procedentes
de 49 países, quienes compitieron en 20 disciplinas deportivas y
disputaron 129 títulos.
Medallero
de Berlín-1936