Regresan a Europa los Juegos, y la capital británica
acoge a 2 059 atletas, asciende a 26 la representación femenina. Sin
embargo, la fiesta deportiva sigue por causes encrespados. En París-1900
y San Luis-1904, las exposiciones opacan las lides deportivas, también la
urbe inglesa la hizo coincidir con un evento similar, la Exposición
Franco-Británica, conmemorativa de la "entendente cordiale",
firmada en 1904.
Pero lo que más empaña a la cita londinense, en 21
deportes y con 22 naciones, es la ausencia de deportividad. Pierre de
Coubertín, de vuelta a las sedes, pues no asistió a San Luis, tiene que
recurrir a toda su paciencia por lo ocurrido.
Bastaría
solo con relatar que los organizadores no aceptaron jueces extranjeros
para las competencias, lo que significó un atentado a la necesaria
imparcialidad. Un reportero francés expresó entonces: "Los Juegos
han dado el golpe de gracia a la reputación del sportmanship
inglés".
Por ejemplo, la final de los 400 metros tuvo que
repetirse, pues aunque el estadounidense Carpenter entró primero a la
meta, el británico Halswell fue aguantado por los coequiperos de
Carpenter. Lo asombroso es que descalifican al ganador y no a los
infractores. La protesta no se hizo esperar y todos los concursantes,
menos Halswell, renunciaron a presentarse a una segunda salida. Sin
embargo, el inglés corrió solo y se le otorgó la presea dorada.
Mas, Coubertín, pese a todos los problemas deja para
la historia en esta cita su frase: "Lo importante no es ganar, sino
competir".
Un
sudafricano irrumpe como campeón de los 100 metros. Reginald Walker se
llevó la victoria con un tiempo de 10.8. Lo interesante es que el joven
de 19 años, no había sido elegido para el equipo de su país, solo la
enfermedad de quien debía asistir le abrió las puertas a la gloria.
Como dato curioso, John Taylor se convierte en el
primer negro que compite en un equipo de Estados Unidos en las pruebas de
relevo de 1 600 metros.
Pero quizás ninguna historia de los IV Juegos alcanzó
tanto dramatismo como lo que le sucedió al italiano Dorando Petri, casi a
punto de vencer en la carrera de la maratón. Fue devorando kilómetros
hasta entrar primero al estadio, pero el ritmo que le había impuesto a su
anatomía durante toda la trayectoria fue muy fuerte y ya no encontró el
aliento, cuando apenas a unos metros de la raya de sentencia.
Incluso
fue ayudado por algunos jueces, pero al no estar permitido esa ayuda, el
estadounidense Hayes se proclama campeón. La reina Alejandra le expresó
posteriormente: "No tengo ni diploma, ni medalla, ni laurel que
entregar, señor Dorando, pero he aquí una copa de oro para premiar
vuestro esfuerzo y espero que no os llevaréis solamente malos recuerdo de
nuestro país".
Y quizás una de las frases más ¿celebres? de esta
edición salió de la boca del lanzador de disco y martillo, también
impulsador de la bala, Ralp Rose, quien en la bala reedita su metal áureo
de San Luis. El llegó a retar al campeón mundial de peso pesado del
pugilismo profesional, Jim Jeffries, pero el encuentro se frustró por lo
siguiente: "mi papá no me deja; si no, mató a Jeffries".


Medallero
de Londres-1908