Enriquecerse

“ (...) Tengo fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en ti” José Mart

Lisandra Fariñas Acosta

Andan disfrazados de experiencia; disfrazados porque para estar vestidos con auténtica sabiduría tienen que aprender la principal virtud de los años. Andan distraídos, olvidando el ayer. No miran atrás, caminan sumergidos en la frivolidad de quien se siente superior, por encima de cualquier hombro hermano. No tienen amigos, no saben serlo.

Andan así los tacaños de espíritu por este mundo nuestro, sin haber aprendido la lección de humildad que impone la vida. Tratan de contaminar a otros con la bilis nauseabunda. No regalan ni la risa. Pero lo que los enloquece, lo que no aceptan ni a palos, es compartir lo vivido, el conocimiento acumulado. Se ca-muflan tras la pose de sabio, de profesor respetado, de jefe om-nipotente y hasta logran engañar con tanta parafernalia. Es-conden su mediocridad entre las canas y unos cuantos diplomas.

El egoísmo los carcome, y el alma se les vacía en cada pensamiento. Los he oído hablar de los jóvenes como si nunca ellos lo hubiesen sido. Prefieren decir que "la juventud de hoy está perdida", antes que contribuir a dar cauce al río de tanta energía. Su lema: "los golpes enseñan". Esos mismos tropiezos que marcaron sus inicios; venganza silenciosa de no querer mostrar el camino.

Anda presuroso un joven por la vida. La irreverencia le sobra en cada paso. Su estilo es chocar con la piedra aunque sea la misma. Ávido de saber, experimentar, pero receloso al compartir y al escuchar. Todo consejo le parece gastado, obsoleto, fuera de moda, viejo. Crece con el alma retorcida de envidia. Cree que lo merece todo, desconoce el valor de sus mayores, no respeta, se arroga el derecho de desplazarlos. Combus-tible de rivalidad y competencia absurda, insensatez. ¿Cómo despreciar la experiencia desde la ignorancia? Futura alma pobre de sentimiento.

Hay un viejo que desde sus años lo alerta como un padre, como aquel que después de haber vivido tanto ya le sabe demasiado al mundo. Trata de allanarle el camino de caídas innecesarias; para nada volverle un inútil. Solo ofrecer el consejo oportuno que le permita llegar más lejos de lo que un día él mismo llegó. No lo siente como obligación, es instinto. Asume esta misión con la paciencia de quien acepta la cotidiana presencia de los jóvenes a su lado, convencido de que en esas nuevas manos late un futuro mejor.

Anda un joven juicioso y re-flexivo. Impulsivo pero pa-ciente a la vez. Destella energía en sus ojos. Tropieza, cae, pero acepta la mano amiga del abuelo, escucha la voz de los años, respeta tanta cana peinada. Y desde temprano aprende la lección más importante que impone la vida: ser humildes, ofrecer. Porque compartir lo que se sabe enriquece.

 

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