Contextos

Madeleine Sautié Rodríguez

De total importancia resulta en cada uno de nuestros actos la adecuación al contexto, ese espacio vital del que no puede escapar ninguna acción humana.

Desde el punto de vista lingüístico, el contexto es ese entorno del cual depende el sentido y valor de una palabra, frase o fragmento determinados. Así la expresión "tenemos química" no significará lo mismo si la dice una persona refiriéndose a su particular entendimiento con otra, que si esa misma frase es la respuesta de un estudiante al que se le ha preguntado por la asignatura que le corresponde recibir en ese instante.

Pero el contexto es también ese espacio físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera un hecho. Todo, por tanto, ocurre dentro de esa condición real que no siempre identificamos, aun cuando resulta esencial precisar sus límites para bien o mal de nuestro desempeño personal.

No pocas arbitrariedades resultan de una desubicación en el contexto en que nos encontramos. Por ejemplo: Si bien es cierto que las palabras obscenas no suenan igual en todas las circunstancias, tampoco es justo que en plena instalación deportiva, donde convergen hombres y mujeres de todas las edades, tengan que oírse, sin el menor pudor, esas bárbaras y penetrantes interjecciones de la boca de jóvenes y adultos que a veces ni la abstracción más recia alcanza a esquivar.

Sin justificar a varones, la frase grosera resulta más dura aún si sale de una mujer a la que por su naturaleza femenina debían serle inherentes la elegancia y la delicadeza.

Falla la conciliación con el contexto cuando, olvidando elementales normas de educación formal, tratamos de "tú" a alguien que merece la distinción del "usted" por sus canas o por su preminencia; o cuando al encontrarnos a un conocido en plena guagua, sin preocuparnos por regular el volumen de nuestra voz, le contamos de la Ceca a la Meca los últimos acontecimientos de nuestras vidas, incluyendo asuntos muy personales.

En la propia guagua u otro espacio público es común ver a una mujer dando el pecho a su bebé, y con ello ofreciendo uno de los más hermosos panoramas de la naturaleza; sin embargo, no siempre el gesto se hace acompañar del recato íntimo que debe resguardar la escena.

Tampoco tendría, por obviedad, que ser necesaria en un hospital la exhibición de un cartel que prohíbe la entrada a sus predios de personas vestidas con short y chancletas. Teniendo en cuenta que la apariencia personal es uno de los lenguajes extraverbales que emiten, desde la imagen, información sobre el individuo, ¿qué podría sugerir una muchacha que se dirige a una consulta médica —la cual requiere muchas veces del despojo de la vestimenta— si se presenta ante el especialista, sea este hombre o mujer, con uno de los llamados "hilos dentales" o con un escote en extremo provocativo?

Cada espacio condiciona el modo de comportarnos, de hablar y de desenvolvernos. Ni la más decente de las personas diría a su familia que están fumigando en la cuadra para combatir el "insecto díptero", transmisor del dengue, ni le pediría de favor a uno de sus hijos que "extraiga" de la bodega todos los "productos normados" del mes, cuando mosquito y mandados son las palabras que mejor dicen en esa situación comunicativa.

Rotundamente descortés resulta el "tío" o "tía" con el que, acompañado mu-chas veces de guasa, se sienten interpeladas personas que han dejado atrás sus años mozos, pero que ni tienen parentesco alguno con el interlocutor ni merecen la provocación que lleva implícito el término.

No hablamos igual en nuestra casa, en el trabajo, en una reunión laboral o en un congreso. Tampoco lo hacemos del mismo modo entre amigos, con nuestra familia, con un desconocido, con un niño o con un adulto. La lengua es una gran cantera para escoger de ella lo que más necesitemos según la ocasión comunicativa. ¿Por qué entonces tantos desencuentros entre los propósitos y los resultados? Con toda seguridad, una buena parte de esas adversidades se deben a una desestimación personal del terreno concreto en que están teniendo lugar y de lo cual cada uno es absolutamente responsable.

Sucede que no existe una segunda oportunidad para lograr una buena impresión y no pocas veces ese mágico impacto que esperamos ofrecer o recibir se frustra por desestimar, tanto al hablar como al desempeñarnos, los entornos que a fin de cuentas condicionan nuestras conductas.

No puede sernos ajeno el valor del contexto, que salva o condena en nuestro andar cotidiano. Este espacio donde esencialmente somos, si bien nos exhorta a la constante cautela, también nos permite optar por modos y estilos. De nuestra elección depende que la vida nos sonría.

 

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