Lo anterior sería una noticia más entre las muchas que anuncian
próximos estrenos, si no fuera porque Walker, convertido en un
símbolo de la velocidad sobre cuatro ruedas, murió carbonizado el 30
de noviembre al estrellarse contra un poste el auto que conducía
Roger Rodas, su socio y corredor de carreras.
Seis películas anteriores y una taquilla que supera los 2 mil
millones de dólares hablan de los seguidores de la saga que hasta
ahora esperaron con los dedos cruzados la decisión de la casa
productora de cómo continuar la serie o, por lo contrario, darla por
concluida teniendo en cuenta que la vida real le había puesto un
broche de luto demasiado contundente a lo que la ficción había
vendido como "sano entretenimiento".
Corrieron ríos de tinta al respeto y no faltaron los análisis que
sacaban a relucir las muertes ocurridas en di-versos países al
tratar de emular muchos jóvenes las carreras callejeras exaltadas en
Rápido y furioso.
Hace unos días se dio a conocer que la agencia de corredores de
autos que patrocinaban los dos amigos fallecidos cerraba sus
puertas, e igual-mente que los vecinos de la calle de Los Ángeles
donde ocurrió el accidente se negaban a cambiarle el nombre original
y rebautizarla como "Walker Rodas Memorial Parkway", tal como habían
solicitado dos mil personas en una carta enviada a la localidad.
Hoy todo está claro: tres días después de la muerte de Paul
Walker, la Universal llamó al guionista y al director de la séptima
parte de Rápido y furioso para que reescribieran la historia,
filmada ya en un 75 por ciento. Nada de empezar de cero ni que otro
actor lo supliera, Walker estaría en la película y habría que darle
a su personaje una salida "digna y coherente con la saga".
Parecería un lindo reconocimiento al carismático actor y una
salida cinematográfica al estilo del viejo lema teatral de que,
"pase lo que pase", ¡qué siga la función!
Pero los 2 400 millones de dólares hasta ahora recaudados por
estas películas tan mediocres como reiterativas, y lo que se piensa
ingresar con Paul Walker al timón de un auto por última vez son
razones demasiado decisivas para pensar solo en el homenaje y en las
buenas intenciones.