Entre estos últimos se hallaba Eduardo Ponjuán (Pinar del Río,
1956; egresado del Instituto Superior de Arte en 1983). Avalado por
una obra de notable dinamismo y permanente renovación siempre
signada por una profunda huella filosófica, es una de las figuras
más prominentes del arte contemporáneo cubano. Sus creaciones
revelan un marcado carácter metafórico, y un constante aliento
poético que dota al espacio de una energía que lo identifica.
El carácter minimal de sus creaciones le permite transmitir las
esencias de su proyección con notable economía de medios. Como
constante temática se advierte su interés por plantear al espectador
un continuo y diverso juego de especulaciones con el tiempo, el
espacio y el sentido mismo de la producción ar-tística.
En esa ruta halló coincidencias con el trabajo de otro notable
creador de su generación, René Fran-cisco, con quien compartió
proyectos al punto que no pocos pensaron que el binomio había
llegado para quedarse. Ciertamente, las obras de esa etapa de labor
en común constituyen referentes en la evolución de las artes
visuales cubanas de finales del siglo pasado.
Pero a su debido tiempo y como ganancia neta, cada cual siguió su
propio derrotero de acuerdo con sus intereses e inquietudes
creativas y ya de manera individual Ponjuán afirmó sus valores.
Hubo tres momentos particularmente reveladores en su carrera a lo
largo de la primera década de la actual centuria. La instalación
Koan, vista en el Museo del Ron (Avenida del Puerto) en 2003
marcó un hito por su proyección poético-espacial, a partir de una
interpretación imaginativa y audaz de ciertos presupuestos de la
filosofía oriental relacionados con la percepción de las emociones.
El crítico Héctor Antón llamó la atención sobre el llamado de
Ponjuán a ver y sentir más en contraposición con los usos
especulativos del arte que se iban imponiendo en la cultura
occidental. De ese mismo año es su obra Cerquita, radical en
su ascetismo y a la vez con una buena dosis de humor culto en los
textos grabados en los lápices de colores.
En 2007 impactó al público y la crítica con Salitre, en la
galería Villa Manuela, de la UNEAC, por la intensidad de un discurso
inusual en nuestro medio acerca de la vastedad y la erosión del
tiempo. Dos años después, en el Centro de Arte de 23 y 12, Make a
wish refrescó una visión lúcida y crítica sobre las apariencias
que suelen convertirse en tópicos a la hora de legitimar el arte. La
más reciente exposición de Ponjuán, hace unos meses en la Galería
Habana, resumió de cierto modo su poética conceptual, la misma que
un año antes había confrontado ante el exigente circuito de la
Bienal de Venecia con su pieza Hundido en el horizonte.
Al comentar la obra, el curador Jorge Fernández expresó: "Aunque
simple en su composición, la forma en que es elaborada su puesta en
escena y la naturaleza del material empleado, genera diversidad en
su comprensión simbólica. (... ) En el momento de la crisis
económica y cuando la política cede sus espacios a los lobbies
financieros, aparece esta pieza donde lo ético y lo estético
participan de una mística especial".
Es la exigencia por plasmar material y espacialmente sus
proyectos al más alto nivel la que define la estatura artística de
Eduardo Ponjuán, justamente reconocida con el Premio Nacional de las
Artes Plásticas y de la que cabe esperar, cuando por haber merecido
el lauro haga una exposición personal en Bellas Artes en 2014,
nuevos frutos.