Para
culminar las celebraciones por sus primeros diez años, Teatro La
Proa estrena Romance en Charco Seco, de Erduyn Maza, bajo la
dirección de Arneldy Cejas.
De Federico García Lorca, cuyo Amor de don Perlimplín con
Belisa en su jardín sirve de inspiración al autor, llega el
viejo aire libertario y popular del títere; de la procedencia de
Maza y Cejas la presencia de las parrandas del norte de Las Villas;
de Fidel Galbán y su Guiñol de Re-me-dios referencias culturales,
dramatúrgicas y estilísticas: la historia de campesinos y güijes,
así como el papel activo de la música y el cromatismo de la escena,
por ejemplo.
En todo caso, La Proa se ha lanzado a fondo con una producción
grande y ambiciosa. Un retablo amplio, con varias posibilidades de
movimientos, cambios escenográficos y distintos niveles. Un real
desfile de muñecos, donde predominan los títeres de varillas y los
marotes. Y un diálogo creativo, al servicio del montaje, con
artistas o agrupaciones de probada calidad: el artista plástico
matancero Manuel Hernández firma la obra plástica para el cartel y
el programa de mano, diseñados por la joven Frida Padrón, mientras
la música corre a cargo del villaclareño Quinteto Criollo con
dirección de Mayito Gutiérrez.
Concebido para adultos, Romance en Charco Seco adelanta
con claridad las características y el tipo de comunicación que el
espectáculo busca establecer con el público al subtitularse
Guateque trágico para títeres de varillas y marotes con diversidad
sexual. El veterano guajiro Pedro Pin (Erduyn Maza), está
perdidamente enamorado de la joven Belinda. Asaeteado por su hermana
Amparo (Marybel García), pide a los güijes casamiento y amor. Un
accidente en el "tratamiento" de la solicitud por parte del dúo de
Berrinche (Frank A. Mora) y Guarfarina (Erduyn Maza), nos avisará
que solo la mitad del pedido llegará a cumplirse. Habrá boda pero no
amor porque una Belinda (Claudia Monteagudo o Yani Martín), presa
por la avaricia material solo accederá al acto ante las presiones de
su grotesca madre (Sara Miyares o Frank A. Mora), y sus propios
intereses. Al no sentirse correspondido, Pin abandonará su intimidad
con Belinda que la practicará in crescendo con el pueblo
entero. Mas asqueada ante tantos reclamos, solo sexuales, e
intrigada por el hombre que la enamora en secreto mediante notas y
cartas, su amor brotará por Pedro, el marido engañado y engañador
que se descubrirá al final como su amante secreto; si bien demasiado
tarde, aunque no les cuento el trágico final.
La historia transcurre veloz entre las dosificadas sorpresas
causadas por la profusión de muñecos (personajes principales y
secundarios más los animales del campo), los cambios escenográficos
y de vestuario, todos con diseños de Arneldy Cejas, y el vector
musical como parte del propio argumento mediante tonadas y décimas
(Alberto Arteaga). Ante tantos retos y complejidades, deberá ganar
en la dinámica actoral para que la antiquísima gracia del títere,
los juegos sicalípticos en torno al sexo y la vertiente vernácula de
los güijes fluyan con naturalidad, en medio de la hermosa presencia
parrandera y el guateque campesino. Entre los actores titiriteros,
de parejo desempeño, destaca la vida que Marybel García da a su
Amparo y la dualidad de Maza en Pin y Guarfarina.
He asistido, durante estos diez años, al ascendente crecimiento
de este colectivo. El gran trabajo que es fácil descubrir tras este
montaje, su impacto visual, el sano objetivo de asaltar nuevos cotos
en la realización artística, la complejidad de su engranaje, las
ideas que logra proponer, confirman a Romance en Charco Seco
como un nuevo paso en el cauce desbrozado por La Proa.