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Trinidad, la consentida del tiempo
Próxima a cumplir cinco siglos de fundada, la llamada
ciudad museo del Caribe celebra también por estos días cinco lustros
de haber sido inscripta en la lista del patrimonio mundial
Juan Antonio Borrego
TRINIDAD, Sancti Spíritus.— La ciudad de Trinidad nació, creció y
se desarrolló tan al margen del resto del país, que cuando José
Antonio Saco comenzó a soliviantar con sus ideas políticas a la
juventud habanera, ya bien entrado el siglo XIX, al capitán general
de la siempre fiel isla de Cuba, Don Miguel Tacón y Rosique, no se
le ocurrió mejor salida para el muchacho revoltoso que ordenar su
destierro hacia este lugar del centro sur de la Isla.

La
emblemática Plaza Mayor, símbolo de la ciudad trinitaria.
Tercera urbe más importante del país al terminar el siglo XVIII, con
calles empedradas desde 1817, alumbrado de aceite desde 1838 y
comunicación ferroviaria con su puerto desde 1856, la gran ciudad,
incluso todavía en medio del esplendor que le garantizó el boom
azucarero de décadas precedentes, ya comenzaba a insinuar las
primeras señales de una decadencia que trascendería la centuria.
La investigadora Alicia García Santana, que ha estudiado como
pocos el entorno trinitario, considera que la fractura económica de
la comarca sobrevino con el agotamiento de las posibilidades del hoy
llamado Valle de los Ingenios, situación que se agravó con la fuga
de capitales hacia otras regiones más promisorias (Sancti Spíritus,
Sagua la Grande y sobre todo, Cienfuegos) y el apoyo de los
trinitarios a la gesta emancipadora de 1868.
"El último cuarto del siglo XIX fue pavoroso —escribe García
Santana—: se paralizó el tráfico comercial del puerto, cesó de
circular el ferrocarril, quebró la Compañía de Alumbrado Público,
terminaron las representaciones en el teatro Brunet ...
Trinidad quedó reconcentrada en sí misma, sin recursos con qué
modificar sus edificios, el empedrado de sus calles, su fisonomía y
ambiente urbanos".
ANACRÓNICA Y VULNERABLE
¿Cómo salvar del deterioro y de los peligrosos vientos de la
modernidad esta reliquia, anacrónica y vulnerable, ahora instalada
en pleno siglo XXI? La pregunta viene espoleando a los círculos
intelectuales, a las autoridades locales y del país y a la propia
población desde hace muchos años.
Investigadores trinitarios han revelado la existencia de una
carta fechada en 1912 y considerada por ellos el primer texto en
defensa del patrimonio edificado de la ciudad, en la cual el
patriarca Saturnino Sánchez Iznaga protestaba ante las autoridades
por el atropello que significaba la demolición del palacio Béquer.
En tiempos de la República el ingeniero e historiador Manolo
Béquer sentaría pautas a favor de la preservación de la otrora
villa, primero concientizando a personalidades de la cultura cubana
sobre la importancia de descubrir y proteger la ciudad y luego,
desde la asociación pro-Trinidad, creada hacia 1942, dando batalla
no solo por la conservación de las edificaciones patrimoniales, sino
también por insertar la localidad en el concierto nacional.
El historiador Emilio Roig de Leus-che-nring publica en 1942 el
artículo Cuba por Trinidad, Trinidad por Cuba, en el cual
defiende el rescate de las riquezas trinitarias, un llamado que
colapsó frente a la falta de apoyo oficial, que mantuvo a la región
sin co-municación terrestre con Sancti Spíritus y Cien-fuegos hasta
mediados de los 50, cuando se construye el Circuito Sur y
posteriormente el sanatorio para tuberculosos y la carretera a Topes
de Collantes.
Estudiosos coinciden en que el innegable aporte de Manolo Béquer
y de la asociación pro-Trinidad marcó sin duda un cambio en el
panorama decadente heredado de fines del siglo XIX y más que todo,
ayudó a forjar el sentimiento de preservación de los valores
patrimoniales, pero ello no pudo impedir que la ciudad llegara a la
Revolución en un estado ruinoso.
Víctor Echenagusía, especialista de la Oficina del Conservador de
Trinidad y el Valle de los Ingenios y voz autorizada en la materia,
reconoce que incluso en tiempos muy duros para la región como la
llamada lucha contra bandidos, desarrollada en la cordillera del
Es-cambray entre 1959 y 1965, o durante el periodo especial, la
conservación de la ciudad ha constituido una prioridad innegable.
La creación de la Oficina de Restauración anexa a la dirección de
Cultura; el nombramiento, en 1967, de Carlos Joaquín Zerquera y
Fernández de Lara como Historiador de la Ciudad; el inventario de
los bienes patrimoniales; la celebración desde 1974 de la Semana de
la Cultura, experiencia que luego se extendería al resto del país; y
la salvación, a orillas de la Plaza Mayor, del Palacio de los Condes
de Brunet, marcaron hitos en el territorio.
Luego sobrevendrían dos momentos trascendentales para la suerte
del patrimonio local: la creación, el 28 de marzo de 1997, de la
Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y la posterior
inclusión del centro histórico trinitario y el Valle de los Ingenios
en la lista del patrimonio mundial, el 8 de diciembre de 1998.
UN PATRIMONIO EXCEPCIONAL
Palacios ostentosos, pinturas murales, torres y campanarios,
rejas traídas exclusivamente desde Nueva Orleans, aleros de
tornapunta y empedrados con auténticas chinas pelonas sobreviven en
Trinidad gracias a la paciente labor de estudio, conservación,
restauración y promoción de una ciudad reliquia, que al decir de
Alicia García Santana constituye "un relevante testimonio
patrimonial del país y uno de los más representativos del Caribe".
El empeño no resulta fácil cuando se trata de un centro histórico
urbano que abarca 50 manzanas y cuenta con más de 2 000
edificaciones, en su gran mayoría viviendas representativas de la
arquitectura doméstica de los siglos XVIII y XIX, a 83 de las cuales
se les ha conferido el Grado de Protección I, más los 73 sitios
arqueológicos y ruinas arquitectónicas del Valle de los Ingenios.
Precisamente el programa emprendido a propósito de la
celebración, el próximo 12 de enero, del medio milenio de fundada la
villa incluyó be-neficios para los Museos de Arqueología,
Arquitectura, de Historia, de Lucha Contra Bandidos (LCB) y
Romántico, el inicio de los trabajos en el Palacio Iznaga, la
recuperación de las llamadas Casas Malibrán, Frías y el edificio de
Amargura 85, así como la reparación de empedrados, resane,
mejoramiento y pintura de fachadas en calles emblemáticas.
En el Valle de los Ingenios, por su parte, se viene laborando en
diversos viales, en la recuperación de la casa hacienda de Guáimaro,
el mantenimiento de la pintoresca torre de Manaca Iznaga, la
conservación de las ruinas de San Isidro de los Destiladeros y el
raleo de vegetación indeseable.
A LA SOMBRA DEL TURISMO
Cuando hace 25 años la Convención Internacional de Patrimonio de
la Unesco acordó en Brasilia, la inclusión de Trinidad y su Valle de
los Ingenios en la lista del patrimonio mundial, ni la ciudad era el
hervidero turístico que es hoy, ni las plantaciones azucareras de su
entorno se encontraban amenazadas por una transformación económica
que a la postre conduciría a su desaparición.
Como si el organismo internacional hubiera estado leyendo el
futuro de la región, la propia Declaratoria de Patrimonio de la
Humanidad incluyó dos recomendaciones anticipadas: la primera de
ellas subraya la necesidad de proteger el Valle de cualquier medida
que altere "su integridad ecológica y constructiva"; la segunda —y
no menos importante— demanda un desarrollo del turismo "sin que los
conjuntos declarados sufran modificaciones y usos ina-decuados".
Expertos en la materia consideran que aprovechar de manera
inteligente los atributos históricos y culturales preservados en
función de atraer y desarrollar el turismo sin que este altere la
integridad de aquellos, constituye para los trinitarios de hoy acaso
una suerte de partida de ajedrez en la que cada movimiento debe
pensarse y repensarse cuidadosamente para no caer en el vacío.
La conveniencia o no de proteger el patrimonio a la sombra del
turismo ha sido pasto para controversias desde que surgió la idea en
tiempos de la República hasta hoy, sin embargo el bando de los que
apuestan por sostener una "ciudad pura" cada día pierde seguidores,
por no decir que ha dejado de existir.
Junto al creciente desarrollo del turismo estatal, en Trinidad
conviven hoy más de 850 hostales y alrededor de 400 cafeterías y
paladares reconocidos oficialmente, la mayor parte de ellos anclados
en la zona patrimonial, un privilegio que si bien aporta ingresos no
despreciables al municipio —el plan de recaudación tributaria del
2013 asciende a 30 millones de pesos—, también acarrea
preocupaciones a los responsables de mantener el orden.
Especialistas de la Oficina del Conservador hacen una doble
lectura del asunto: de un lado resulta obvio que la solvencia
económica generada a propósito de estos negocios puede re-percutir a
favor del patrimonio edificado; del otro, que si dichas acciones no
son bien conducidas, pueden convertirse en un boomerang para
la ciudad.
"Hemos identificado tendencias preocupantes con el uso de las
azoteas y la proliferación de pérgolas y toldos —ha reconocido
Blanca Pérez Bravo, directora técnica de la Oficina—, pero estamos
enfrentando las violaciones, que por suerte son reversibles".
Para Víctor Echenagusía sería imperdonable que la actual
generación no hiciera hasta lo imposible por salvar Trinidad, una
ciudad, según él, hecha a escala humana, "donde todo es holgado,
donde los edificios no te aplastan, hay un motivo de sorpresa a cada
instante y hasta la luz es diferente". |