|
|
|
Opinión La
guerra de los sexos
Lissy RodrÍguez
Guerrero
Se
levanta. Va directo a la cocina y prepara el desayuno. Despierta
apurada a los niños y los viste. Desayunan. Friega y pone en agua
los frijoles de la comida. Él ya está listo, arranca el carro y la
apura, que si no, se queda. Ella agarra el bolso y la cartera de los
cosméticos, porque solo será en el camino al trabajo donde podrá
arreglarse.
Llega rayando, porque en la escuela la maestra aprovechó para dar
muchas quejas, justo el día que ella debía entregar a las ocho un
informe al jefe. Y el marido no pudo esperar, tuvo que llegar a
tiempo a una reunión de vida o muerte.
Logró coger un P-5 después de una pequeña carrerita porque este
no paró donde debía, sino una cuadra atrás. Pero su superior no
escuchó justificación alguna, ni de niños ni guaguas, y la tildó de
insuficiente, "eso te pasa por ser mujer", dijo indignado. No
obstante, ese día volvió a cargar una bolsa con muchos papeles para
el final de su segunda jornada laboral.
Recogió a los niños. Llegó a la casa casi de noche. ¡Maldito
horario de invierno! Rápidamente se quitó los zapatos que a esas
horas ya mucho le pesaban, y se hundió en la cocina, desde donde
explicó la tarea de Matemáticas, terminó la lucha por meterlos al
baño, escuchó Sobre la Mesa que trató el importante tema de los
Servicios —porque a ella le gusta estar informada—, y hasta adelantó
un poco el informe que debía terminar para mañana.
El marido llegó. La cena lista. Todo oloroso y fresco. Comieron y
la sobremesa, como siempre, trató sobre los problemas diarios del
esposo, que si la secretaria inepta, que si el aire acondicionado
del carro¼ Y
ella allí, tratando de que llegara el mejor momento para explicarle
que hoy tampoco podía irse temprano a la cama.
Como pasa a menudo, él no la entendió, se encogió de hombros y
refunfuñando se lanzó en el sofá para ver el importante partido de
fútbol, mientras ella se quedaba hundida por decimoquinta vez en la
cocina. Y de allí no salió, hasta que dieron las doce o la una.
Al día siguiente, en otro lado de la ciudad ¼
Él se levanta a hurtadillas para no despertarla. Ayer se acostó
muy tarde. Prepara el desayuno y despierta a los niños. Le resulta
difícil pero logra meterlos al baño. Piensa en lo fácil que es para
ella convencerlos, y sonríe. Allá va ¼
a la tarea más compleja del día, lograr tirarla de la cama, porque
es remolona como solo ella puede.
La despierta con un beso, y otro, y otro ¼
hasta que lo logra. Ella se prepara rápido, es habilidosa para eso.
En un minuto está lista porque sabe que él debe llegar temprano
aunque no la apura. Arregla el uniforme de los niños que él intentó
poner y como siempre fue todo un desastre.
En la escuela la maestra quiere darle quejas porque el niño es un
travieso, pero él la acompaña y como es un experto en encontrar
cortapisas, rápido logran zafar y con un amistoso "después
regresamos" que sin dudas se cumple, huyen corriendo. Él la despide
en la puerta del trabajo con un beso y una seña, una clase de código
que solo ellos entienden.
No se vuelven a ver hasta la tarde, para contarse lo bien que les
fue en el día. Mientras ella prepara las especies, él limpia el
arroz. Ella sonríe siempre, y hoy más que nunca porque le hicieron
un importante reconocimiento laboral del que no para de hablar.
Mientras, él la mira y espera el mejor momento para preguntar algo:
¿espero que hoy puedas ir temprano a la cama? A lo que ella responde
con un sí rotundo, y otro beso. |
|
|