¡Déjà vu! Imprudencias en la vía

Amelia Duarte de la Rosa

De un tiempo a la fecha comienzo a tener la extraña sensación de presenciar la misma escena cada vez que salgo a la calle. Las paradas atestadas de personas, en el horario pico, las guaguas que se detienen fuera de lugar o que llegan en dúo luego de horas de espera, los prepotentes almendrones que corren, cañonean y se adueñan de la vía pública... En fin, una circunstancia para nada nueva si no fuera porque agregado a todo ello ha vuelto a surgir entre los más jóvenes la "extraña" práctica de engancharse o "coger rufa" en los vehículos de mayor tamaño.

foto: Juvenal Balán
¿Piensan acaso en las consecuencias, en la suerte del chofer y en el dolor de la familia?

Hacía mucho tiempo que la imagen de varios muchachos corriendo detrás de un camello —ahora llamados P— o montados en bielas, sacándole fuego a los pedales de las bicicletas no formaba parte de mi panorama cotidiano. A veces sí veía dos o tres jóvenes "enrufados" en las guaguas, sobre todo cuando llovía, pero eran casos esporádicos.

Creo que en algún punto fue una indisciplina resuelta a nivel macrosocial. Recuerdo un mensaje de bien público de televisión en aquellos famosos Para la vida que llamaba la atención sobre el tema. Me vienen a la memoria, además, cuatro o cinco casos de desgraciados accidentes que —un poco tarde— sirvieron para aleccionar a los intrépidos adolescentes.

En aquel entonces, mientras intentaba entender qué "gracia" tenía cazar los camellos para adelantar un par de cuadras, le pregunté a uno de los muchachos y la respuesta fue tan simple como inexplicable: "Para divertirme, me gusta la velocidad y la adrenalina".

Lo de diversión me pareció demasiado cuestionable ¿puede alguien divertirse a sabiendas de que cualquier tropiezo o bache (que en las calles son muchos) puede costarle la vida? ¿Piensan acaso en las consecuencias, en la suerte del chofer y en el dolor de la familia?

Sabemos que a esa edad cualquier situación límite resulta atractiva y que muchas veces no se tiene conciencia del peligro. Pero el desconocimiento y la sinrazón no pueden ser tales que conlleven a una fatalidad por unos momentos de furia interna.

Siguiendo con la cuestión, confieso que desde hace varias semanas estoy teniendo lo que se llama un déjà vu o paramnesia. Una sensación, que nos viene ocasionalmente, de que lo que estamos viendo o diciendo ya lo habíamos sentido antes.

De acuerdo con las estadísticas, el 80 % de las personas experimenta el déjà vu y —la mayoría de las veces— dura tan solo unos segundos, aunque el individuo que lo vive puede sentirlo más largo debido a la sensación de intranquilidad que le invade.

Sin embargo, mis déjà vu no duran segundos. Están comenzando a durar minutos y se repiten cada vez que veo enganchados en cualquier P a una banda de chicos, ahora con la fiebre de los motorcitos adaptados y, por supuesto, bicicletas.

Inquietante, eso sí, me resulta presenciar la imprudencia y la indisciplina, montada o no en la guagua. Los regaños de las personas —las que se atreven a vociferarles llamándoles la atención— parecen encontrar oídos sordos. Pasa lo mismo cuando el chofer frena o disminuye la marcha, acción que solo logra que el grupito finja disgregarse.

Al respecto, un amigo me advertía sobre la necesidad de que las autoridades apliquen o activen medidas que terminen con la impunidad ante tan peligrosos juegos en la vía.

Por lo pronto, las mismas páginas de este diario exhortaban, hace algunos meses, a colocar (a quien deseara) en los parabrisas o chasis de los vehículos "mensajes de bien público, de formación de valores sociales, de exaltación de lo bello, de contenido ecológico y de invitación a buenos modales".

Si como bien decía en su comentario el periodista Félix López, autor de la propuesta, "ponemos a rodar más de 40 mil mensajes responsables, que eduquen, que siembren ideas, conciencia y también belleza", quizás logremos que con la repetición y la lectura de los consejos se active la conciencia de preservación y disciplina en los irresponsables muchachos.

 

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