Profilaxis, no autopsia

Oscar Sánchez Serra

Incumplimientos de planes productivos, indisciplinas, errores recurrentes, problemas en las cuentas por cobrar o por pagar vencidas, incluso delitos —robo entre ellos—, o violaciones como las desviaciones de recursos, son muchas veces objeto de análisis cuando el mal ya está hecho, convirtiendo no pocas reuniones en verdaderas autopsias.

Aunque esas pesquisas post consecuencias descubren las causas, los hechos tienden a repetirse. ¿Qué hacer? La respuesta la conocemos todos: mayor control de los recursos asignados. Pero no es a fuerza de repetir esa frase que encontraremos la solución, porque justamente no hay asamblea, plenaria o auditorio, en que no la escuchemos y aun así seguimos vulnerables. Y lo peor, flagelándose los valores éticos de todos los que intervienen en la creación de bienes y servicios.

Para ser efectivos hay que interpretar la respuesta a la pregunta con un enfoque que nos permita ver al control interno como al médico de la familia, previniendo la enfermedad. Sin embargo, lograrlo necesita de una mirada imprescindible, la sistémica.

Por ejemplo, un director de empresa o de unidad presupuestada pudiera contar con una completa guía de autocontrol, pero si no la reconoce como un instrumento de trabajo, no solo saldría deficiente en la auditoría externa, sino que además su entidad viviría en un estado permanente de descontrol y simulación, siendo presa de la corrupción y la mentira. Porque una cosa es prepararse para el control, y otra vivir en él.

Si el directivo, mediante un diagnóstico integral de cada actividad que se desarrolla en su colectivo, tiene identificados los riesgos, tendría garantizado un buen plan de prevención. Si el directivo rinde cuenta de su gestión frente a los trabajadores, que es una manera de informarlos, tanto del estado de cuentas de la entidad, como del alcance de sus producciones, estaría haciendo de esa información estadística y económica, una herramienta de trabajo.

Si el directivo dispone que las acciones de control son para todas las actividades y estructuras de su centro de trabajo, y no las encorseta en el Departamento Económico, no tendría que lamentarse de un deficiente plan de mantenimiento, base para optimizar recursos y de una certera política de ahorro.

¿Cuántas veces no hemos visto terminar un discurso o leído en un salón de reuniones la frase del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Orden, Disciplina y Exigencia, dejándola en consigna porque no la aplicamos?

Su verdadera dimensión aparece cuando al desglosarla vemos en el Orden: gestión y prevención de riesgos; en Disciplina: información y comunicación, y en Exigencia: supervisión y monitoreo. Todas son expresiones de ambiente de control, justamente por lo que él mismo afirmara: "exigir conlleva controlar, educar, orientar, prevenir y hacer cumplir lo dispuesto".

Por supuesto que el control no llega solo, demanda de que quienes dirigen vean a sus unidades como un todo, un sistema al cual hay que pasarle la mano diariamente, chequearlo, evaluarlo. Esa es la mejor y más efectiva manera de controlar, sin que nadie venga de afuera a decirle qué tiene por hacer o a descubrirle un faltante.

El control es asunto del Jefe, no es delegable ni a un subordinado ni a otra estructura, de lo contrario se pasaría todo el tiempo enterándose de los problemas, en vez de conducir los procesos de su entidad. Y ojo, el descontrol, con toda su carga letal para la economía, la sociedad y el deterioro de los valores, es su responsabilidad, y mientras mayor sea esta, con más rigor tendrá que responder y más severo se debe ser. Sin un buen Jefe, no hay control.

En otras palabras, el control más allá de una comprobación económica, se convierte en patrón o modelo de gestión en cualquier proceso de dirección. Es el que evita los análisis post mórtem, pues con una empresa o unidad presupuestada vista como un sistema y al control como guía para dirigir, donde se cae el mulo ahí mismo le dan los tres palos.

 

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