Juan Nuiry, la FEU y el Ballet

Miguel Cabrera* (Especial para Granma)

Entre las páginas más hermosas de la historia del Ballet Nacional de Cuba figuran las surgidas de las relaciones mantenidas desde su creación, en 1948, con la gloriosa Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Fueron los sensibles y aguerridos centinelas de la colina universitaria habanera los primeros en solidarizarse con el empeño visionario de los Alonso de hacer de un arte secular y universal, un derecho de todo el pueblo cubano.


Collage con fotos inéditas de Syara S. Massip.

Frente a lo que la apatía gubernamental definía como una utopía o un empeño fuera de contexto, la masa estudiantil guiada por líderes preclaros, no vaciló en dar cuanta batalla fuera necesaria para que la semilla plantada no cayera en surco estéril. La FEU tomó la tarea de salvaguardar al novel conjunto con la misma entereza que combatió la corrupción gu-ber-na-men-tal, el latrocinio y los innumerables vicios que proliferaron en nuestro bochorno republicano.

Tuvieron clara visión de una grandeza que solamente esperaba el cauce propicio para emerger y devenir en lo que es hoy uno de los más grandes logros de la cultura nuestra: la escuela cubana de ballet; y por lograrlo lucharon denodadamente durante una década entera.

El paso de los años dio diferentes rostros para esa lucha, pero todos guiados por el mismo deber: Manuel Corrales, Alfredo Guevara, Baudilio Castellanos, Ángela Grau y Maruja Iglesias entre otros muchos, en los tiempos iniciales; y los de las nuevas hornadas, aceradas tras el cuartelazo del 10 de marzo de 1952. De esa pléyade de guerreros, por el decoro ciudadano y el derecho a la cultura surgió toda una cantera, la mayoría de ella, hoy en el altar de la patria como mártires o héroes: José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez, Joe Westbrook y Machadito.

Mucho se sabe de los combates que enfrentaron con los esbirros de la tiranía, en los que regaron la sangre y finalmente entregaron la vida, pero poco de la otra lucha, igualmente heroica, que sostuvieron porque las más altas expresiones de nuestra cultura tuvieran el justo sitial en el ámbito universitario y, lo más encomiable, por dar acceso a ella a un pueblo vilmente enajenado de ese derecho.

Como un heraldo, casi solitario, llegó a nuestro tiempo Juan Nuiry, a quien le correspondió, por derecho propio, ser la voz de la memoria. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo, de tenerlo siempre cercano y de aprender de su magisterio, sabemos que la parte heroica de los combates con los esbirros sanguinarios siempre pasaba en sus conversaciones a un segundo plano para hacernos saber que junto a José Antonio, la batalla tenía idea-les más complejos que doblegar culatazos, soportar apaleos, balazos y manguerazos brutales.

Eran parte de un pliego de demandas que incluía salvar el ballet de su agonía permanente, apoyar el teatro y el cine cubano, las manifestaciones corales, estimular el quehacer de la desamparada Orquesta Filarmónica, divulgar la grandeza de la obra de Lam y otros grandes de la plástica cubana entre los sectores mayoritarios de la nación, o estimular conferencias y el hábito de la lectura sobre los clásicos cubanos y mundiales.

Su nombre, junto a los de José Antonio, Raúl Roa Kourí, Marcelo Fernández y Raúl Amado Blanco, entre otros muchos, está ligado indisolublemente a los Festivales Universitarios de Arte, realizados en 1954 y 1955 y muy especialmente al Homenaje Nacional de Desagravio a Alicia, celebrado en el Estadium Universitario el 15 de septiembre de 1956.

En nuestros encuentros, Juan siempre se preguntaba, temeroso del olvido, si no sería suficiente prueba del porqué de esas luchas, que solo siete meses antes de su asesinato en Humboldt 7, Fructuoso Rodríguez arriesgara su vida al salir del clandestinaje para denunciar, desde ese mismo escenario la vesania de la tiranía contra Alicia y el Ballet de Cuba por no prestarse a ser un agente propagandístico de la dictadura.

"Nuestro otro gran deber —nos dijo muchas veces en citas formales o en las íntimas en su siempre acogedora casa— era que no nos definieran de forma peyorativa como alborotosos tiratiros, sino como soldados de una causa mucho mayor que las que implicaban los combates callejeros. Apoyamos a Alicia y al Ballet, porque teníamos idénticos objetivos. A ella, a pesar de su grandeza, no le importaba bailar en las improvisadas y modestas tarimas que le podíamos crear en el Estadium para bailar Giselle o El lago de los cisnes, con un Oso Polar en una esquina y una botella de cerveza al otro lado. Era la única manera de que el pueblo tuviera acceso a tan bella forma del arte. Eso se logró y nos hermanó para siempre".

Luego de la palingenesia del Primero de Enero de 1959 y hasta sus últimos días, Nuiry continuó esa misión pedagógica como los antiguos preceptores, mostrándoles a sus siempre alumnos-amigos-compañeros que aunque los tiempos eran otros, jamás debía existir un divorcio o una lejanía entre la FEU y las grandes manifestaciones del Arte y la Cultura. "A cada generación le corresponde su Yara y su Moncada", nos solía repetir.

Cuando hace días se efectuó su funeral en el Aula Magna, junto a las ofrendas florales enviadas por las más altas autoridades de la nación, al pie de sus cenizas estuvo una de Alicia y nuestro Ballet Nacional de Cuba. Al partir hacia el cementerio su ejemplar compañera Ana María, recogió emocionada todas las cintas con los nombres de los que las habían enviado. Y tomó unos pocos adornos florales. Mientras la acompañaba hasta la puerta de salida, con la pequeña urna entre las manos, me dijo emocionada: "Me llevo a casa las que enviaron Alicia y ustedes los del Ballet, a ambos los admiró y quiso mucho Juan". Yo solo podía añadir: "Y nosotros también a él".

*Historiador del BNC

 

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