Frente a lo que la apatía gubernamental definía como una utopía o
un empeño fuera de contexto, la masa estudiantil guiada por líderes
preclaros, no vaciló en dar cuanta batalla fuera necesaria para que
la semilla plantada no cayera en surco estéril. La FEU tomó la tarea
de salvaguardar al novel conjunto con la misma entereza que combatió
la corrupción gu-ber-na-men-tal, el latrocinio y los innumerables
vicios que proliferaron en nuestro bochorno republicano.
Tuvieron clara visión de una grandeza que solamente esperaba el
cauce propicio para emerger y devenir en lo que es hoy uno de los
más grandes logros de la cultura nuestra: la escuela cubana de
ballet; y por lograrlo lucharon denodadamente durante una década
entera.
El paso de los años dio diferentes rostros para esa lucha, pero
todos guiados por el mismo deber: Manuel Corrales, Alfredo Guevara,
Baudilio Castellanos, Ángela Grau y Maruja Iglesias entre otros
muchos, en los tiempos iniciales; y los de las nuevas hornadas,
aceradas tras el cuartelazo del 10 de marzo de 1952. De esa pléyade
de guerreros, por el decoro ciudadano y el derecho a la cultura
surgió toda una cantera, la mayoría de ella, hoy en el altar de la
patria como mártires o héroes: José Antonio Echeverría, Fructuoso
Rodríguez, Joe Westbrook y Machadito.
Mucho se sabe de los combates que enfrentaron con los esbirros de
la tiranía, en los que regaron la sangre y finalmente entregaron la
vida, pero poco de la otra lucha, igualmente heroica, que
sostuvieron porque las más altas expresiones de nuestra cultura
tuvieran el justo sitial en el ámbito universitario y, lo más
encomiable, por dar acceso a ella a un pueblo vilmente enajenado de
ese derecho.
Como un heraldo, casi solitario, llegó a nuestro tiempo Juan
Nuiry, a quien le correspondió, por derecho propio, ser la voz de la
memoria. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo, de tenerlo
siempre cercano y de aprender de su magisterio, sabemos que la parte
heroica de los combates con los esbirros sanguinarios siempre pasaba
en sus conversaciones a un segundo plano para hacernos saber que
junto a José Antonio, la batalla tenía idea-les más complejos que
doblegar culatazos, soportar apaleos, balazos y manguerazos
brutales.
Eran parte de un pliego de demandas que incluía salvar el ballet
de su agonía permanente, apoyar el teatro y el cine cubano, las
manifestaciones corales, estimular el quehacer de la desamparada
Orquesta Filarmónica, divulgar la grandeza de la obra de Lam y otros
grandes de la plástica cubana entre los sectores mayoritarios de la
nación, o estimular conferencias y el hábito de la lectura sobre los
clásicos cubanos y mundiales.
Su nombre, junto a los de José Antonio, Raúl Roa Kourí, Marcelo
Fernández y Raúl Amado Blanco, entre otros muchos, está ligado
indisolublemente a los Festivales Universitarios de Arte, realizados
en 1954 y 1955 y muy especialmente al Homenaje Nacional de
Desagravio a Alicia, celebrado en el Estadium Universitario el 15 de
septiembre de 1956.
En nuestros encuentros, Juan siempre se preguntaba, temeroso del
olvido, si no sería suficiente prueba del porqué de esas luchas, que
solo siete meses antes de su asesinato en Humboldt 7, Fructuoso
Rodríguez arriesgara su vida al salir del clandestinaje para
denunciar, desde ese mismo escenario la vesania de la tiranía contra
Alicia y el Ballet de Cuba por no prestarse a ser un agente
propagandístico de la dictadura.
"Nuestro otro gran deber —nos dijo muchas veces en citas formales
o en las íntimas en su siempre acogedora casa— era que no nos
definieran de forma peyorativa como alborotosos tiratiros, sino como
soldados de una causa mucho mayor que las que implicaban los
combates callejeros. Apoyamos a Alicia y al Ballet, porque teníamos
idénticos objetivos. A ella, a pesar de su grandeza, no le importaba
bailar en las improvisadas y modestas tarimas que le podíamos crear
en el Estadium para bailar Giselle o El lago de los cisnes,
con un Oso Polar en una esquina y una botella de cerveza al otro
lado. Era la única manera de que el pueblo tuviera acceso a tan
bella forma del arte. Eso se logró y nos hermanó para siempre".
Luego de la palingenesia del Primero de Enero de 1959 y hasta sus
últimos días, Nuiry continuó esa misión pedagógica como los antiguos
preceptores, mostrándoles a sus siempre alumnos-amigos-compañeros
que aunque los tiempos eran otros, jamás debía existir un divorcio o
una lejanía entre la FEU y las grandes manifestaciones del Arte y la
Cultura. "A cada generación le corresponde su Yara y su Moncada",
nos solía repetir.
Cuando hace días se efectuó su funeral en el Aula Magna, junto a
las ofrendas florales enviadas por las más altas autoridades de la
nación, al pie de sus cenizas estuvo una de Alicia y nuestro Ballet
Nacional de Cuba. Al partir hacia el cementerio su ejemplar
compañera Ana María, recogió emocionada todas las cintas con los
nombres de los que las habían enviado. Y tomó unos pocos adornos
florales. Mientras la acompañaba hasta la puerta de salida, con la
pequeña urna entre las manos, me dijo emocionada: "Me llevo a casa
las que enviaron Alicia y ustedes los del Ballet, a ambos los admiró
y quiso mucho Juan". Yo solo podía añadir: "Y nosotros también a
él".
*Historiador del BNC