Una selección aventajada

Lissy Rodríguez Guerrero

Recuerdo el diálogo de generaciones donde Graziella Pogolotti dijo a los jóvenes que cada estudiante escoge a sus maestros: "a ese que conoce del aula, y con el cual establece una relación dialógica". Fue una mañana inolvidable, en la que compartió además con el doctor Armando Hart Dávalos, y donde estuvo también, espiritualmente, Alfredo Guevara.

Entre palabras sobre el papel del intelectual, los retos de los medios de comunicación en la actualidad y el estudio del marxismo, la Pogolotti habló a sus discípulos del rol que desempeñan los maestros. En ese momento se suscitaron anécdotas del escogido por ella, un hombre que salió de la Revolución del ’30 y llegó a ser Canciller de la Dignidad: Raúl Roa.

Y describió cómo salía del edificio José Martí, de la colina universitaria, siempre abrazado de muchos libros al pecho; y de cómo tardaba en marcharse de la casa de altos estudios porque sus estudiantes se acercaban con preguntas, y le pedían consejos, en un intercambio don-de se producían opiniones de una manera informal y espontánea.

Sus palabras nos hicieron pensar a los participantes en esos maestros que ha-bíamos escogido: los convertidos en profesores-artistas que representaron una escena de la Ilíada; los que solo sentados en una silla frente a los alumnos, contra toda metodología, lograban atrapar la atención de un público, más que atento, absorto; o quienes un día rescataron los espacios naturales para impartir una clase fuera del ámbito formal de las cuatro paredes del aula.

Aquellos que llegaron a ser amigos y compartieron una taza de café a la salida de la Universidad, recomendaron un libro, convirtieron la curiosidad en motor de búsqueda, y asumieron la reciprocidad del aprendizaje en la indagación de nuevos conocimientos.

Cierto es que cada alumno escoge a sus maestros, y ese día lo ratificó un es-tudiante cuando habló de su profe Pedro, de filosofía, en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), donde se desarrolló el encuentro. Por ello cuando escucho de la necesidad de la autopreparación de los docentes pienso en esas clases magistrales que recibí de Historia, Literatura, Filosofía, Ensayo... , y en los primeros impulsores de que haya sido el periodismo y no otra, la carrera por la que me decidiera hace ya algunos años.

Tiene en el maestro el estudiante un ejemplo de profesional y persona, o tiene un paradigma de mala conducta. Si sabe ir el docente correctamente vestido al aula, el alumno se ve en la necesidad de imitarlo, o al menos, respetar la exigencia. Si logra constatar que su profesor se prepara para la clase y demanda de él los conocimientos, es probable que este se esfuerce por aprender cada día un poco más, sobre todo si alcanza a enseñarle que solo el saber puede engrandecer al hombre y hacer la diferencia entre unos y otros.

Por eso cuando observo que se empaña la realidad pública en los escenarios más diversos, incluso en las propias instituciones docentes, no puedo dejar de pensar en los maestros; así como cuando sucede el milagro de apreciar, como hace unos días, que una joven alcanzó del brazo a la anciana para ayudarla a cruzar la calle y le dijo luego: "tenga cuidado", no puedo dejar de pensar en los maestros.

Educar es un verbo apremiante en la sociedad cubana, y los docentes tienen no solo el reto de incorporarlo, sino de prepararse para imbricar la enseñanza de los ejemplos positivos con la instrucción. El reto es que cada día sean más los maestros escogidos por sus estudiantes, y menos los que escapen a esa selección.

 

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