La leyenda del buque fantasma

A propósito del estreno este viernes de la ópera El holandés errante, por el Teatro Lírico Nacional, en la sala Avellaneda

PEDRO DE LA HOZ

La trama de El holandés errante, obra de Richard Wagner cuyo estreno cubano tendrá lugar este viernes y a lo largo del fin de semana en la sala Avellaneda por el Teatro Lírico Nacional, es mucho más cercana al imaginario del espectador común de nuestros días que las Walkirias, Brunildas, Isoldas y Sigfridos que poblaron la escena del compositor alemán en una saga mítica que se ha prolongado a lo largo del tiempo.

Imagen de El buque fantasma. foto: tomada de internet

Tiene que ver con ello la experiencia audiovisual. Dos de las entregas fílmicas de Piratas del Caribe presentan como antagonista del antihéroe Jack Sparrow, encarnado por Johnny Depp, al sórdido capitán Davey Jones, interpretado por un irreconocible Geofrey Rush, cuyo rostro de pulpo trasluce la maldad de un hombre despiadado que vaga por los mares y esclaviza a marineros moribundos y los obliga a sumarse a la tripulación de su navío.

En otro filme de moda y jugosa taquilla hace pocos años, Master and Commander, la invocación del holandés errante crea inquietud entre los aventureros. Para los cinéfilos nostálgicos, el personaje se les presenta todavía como el avatar melodramático de Pandora y el holandés volador, de la película rodada en 1951 por James Mason y Ava Gardner.

Todo proviene de un mito cuyo origen, al parecer, se remonta al siglo XVII, cuando las potencias europeas, en pleno auge de la fase capitalista mercantil y de acumulación de riquezas, se disputaban el predominio de los mares.

Unos hablan de Willem van der Decken, quien hacia la medianía de aquella centuria descendió por el océano Atlántico a lo largo de la costa africana a fin de encontrar el Índico, y ante la bravura del paso por el Cabo de Buena Esperanza y el peligro de un inminente naufragio, invocó al demonio. Algunos recuerdan la leyenda de otro navegante de Amsterdam, Bernard Fokke, célebre por hacer la travesía entre ese puerto y los de Java en plazos cada vez más breves, por lo que la marinería le atribuyó un pacto secreto con el maligno. Del nombre de su barco, El holandés volador, tomaron el apodo.

Hay estudios, sin embargo, de las tradiciones vikingas, que recogen historias de navegantes que desafiaron a los dioses en la búsqueda de caminos hacia tierra firme al oeste de Europa a fines del primer milenio, mientras no faltan en la tradición oral de las comunidades portuarias de Francia, Portugal, Flandes y Escocia relatos de embarcaciones fantasmales que navegan sin rumbo cierto en días de tormenta, con velas de rojo sangre henchidas por vientos huracanados acompañadas por tañidos de difuntos.

Otra es la historia de la ópera de Wagner. Nada de avistamientos fantasmales ni místicas revelaciones en el tránsito del compositor, muy joven aún, por el Mar Báltico desde Riga hasta Londres en 1839, con destino final en París, aunque la embarcación, para sortear una tormenta, recaló unos días en un punto del litoral noruego. El propio Wagner confesó cómo se apropió de la idea luego de la lectura del relato satírico de su compatriota Heinrich Heine, Las memorias del señor de Schnabelewopski y ante la urgencia de buscar sustento en la capital francesa. En la primavera de 1840 escribió el guion inicial y de un tirón la música de una obra en un acto bajo el título El buque fantasma, pero los directivos de la Ópera de París, demasiado apegados a la rutina, le pagaron 500 francos por la idea y encargaron la obra a un libretista y un compositor de moda que terminaron por banalizarla. Wagner no se dio por vencido y en 1843, al frente del teatro Semper, en Dresde, la estrenó en su versión definitiva, aunque sin el éxito esperado.

Sin embargo, el tiempo ha puesto en su lugar a El holandés errante, gracias al genio de Wagner, de quien conmemoramos en este 2013 el bicentenario de su nacimiento, y a su extraordinaria partitura. Clasifica como la ópera wagneriana más representada en el mundo a lo largo de la primera década de este siglo, la segunda en lengua alemana y la número 25 entre las producciones a escala universal.

Y entre los coleccionistas son altamente cotizadas las versiones discográficas del barítono Dietrich Fischer Dieskau de 1960 en la Berliner Staatskapelle y la que dirigió Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlín y José van Dam en 1983.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

Subir

 

 

ecoestadistica.com