Abruptos disparos quebraron la aparente tranquilidad de la noche.
Eran las 2:00 a.m. del 8 de noviembre de 1958 y las fuerzas de la
tiranía ya habían sitiado el edificio de Goicuría y O'
Farrill, en la Víbora, donde se refugiaban cuatro combatientes
de la lucha armada: Ángel (Machaco) Ameijeiras, de 33 años, jefe de
Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en la capital, Rogelio
Perea (Rogito) y Pedro Gutiérrez, de 21 y 30 años respectivamente,
ambos combatientes clandestinos, y Norma Porras, de 19 años,
combatiente y compañera de Ameijeiras.
El sueño apacible fue interrumpido por una ráfaga de
ametralladora y los gritos de los esbirros los incitaban a rendirse,
pero la respuesta de los revolucionarios no fue otra que el fuego:
Nosotros no tenemos salida aquí. Así que aquí es hasta la última
bala. Fueron estas las palabras de Ameijeiras; otra opción resultaba
inconcebible.
En las calles, soldados cerraban los accesos, y en las azoteas de
los inmuebles colindantes, las fuerzas batistianas emplazaban
ametralladoras calibre 30. Pero los revolucionarios aún contaban con
algunas armas: unas pocas pistolas, una carga de TNT, parque,
cartuchos de dinamita, y se enfrentaron a decenas de policías bien
equipados. Lograron causar numerosas bajas al enemigo: cerca de diez
muertos, la voladura de una perseguidora y el impedimento de tomar
el edificio en que se encontraban hasta casi el amanecer.
Como alegó Norma Porras —única sobreviviente del suceso— tiramos
bombas de TNT y varias granadas, también tiramos bombas de dinamita
(...) los policías estaban temerosos y pedían refuerzos por los
altavoces. Solo después de cuatro horas de combate, y porque se
encontraban heridos, semiasfixiados por los gases lacrimógenos y sin
parque, los soldados pudieron tomar el apartamento. Antes de ese
momento, la desesperación de la policía llegó a ser tanta, que
pensaron en dinamitar todo el edificio.
Recuerdan los vecinos, que los jóvenes combatientes estaban vivos
cuando se los llevaron, sin embargo, aparecerían sobre las 11:00
a.m. en el piso de la antigua Casa de Socorros de Corrales,
baleados, como si hubieran caído en el enfrentamiento. Les habían
cortado los genitales y quemado las heridas, sufrieron una tortura
brutal, pero en los certificados de defunción decía otra cosa,
aparecían muertos en un tiroteo. Norma, herida y en estado de
gestación, fue hecha prisionera, trasladada al Hospital Militar y
posteriormente a prisión.
Todo un ejército de policías y miembros del Servicio de
Inteligencia Militar (SIM) fueron necesarios para derrotar a cuatro
personas. Durante más de cuatro horas mantuvieron fuego abierto
contra quienes los superaban numéricamente y en armas. El 8 de
noviembre de 1958 quedaría registrado en la historia como un día de
grandes, un día en que se combatió hasta el último aliento.