"Aquello —recuerda— fue un trago amargo, porque no sabía con qué
cara iba a mirar al entrenador, pero por suerte apareció en la
habitación y al final pude competir sin problemas".
Hace algunos años, cuando el profesor Justo Noda lo vio por
primera vez, siendo un jovencito, en un Campeonato Nacional en
Cienfuegos, no pudo me-nos que pensar: "Ese muchacho tiene algo",
sin que entonces pudiera explicar bien qué.
Ese "algo", sin embargo, ahora lo tiene claro y sabe que su vista
de halcón para cazar el talento no lo engañó entonces: Asley reúne
las condiciones de un judoca excepcional. Trabaja bien las técnicas
de piernas y hombros, domina los contraataques, es difícil de tirar
y, gracias a una disciplina a rajatabla, siempre se apega al plan
táctico.
Tanto es así que si no le actualizan el plan de entrenamiento, él
sigue realizando el antiguo cabalmente, porque lo lleva a todas
partes, guardado en el teléfono, y uno de sus pasatiempos es ver
videos de judo para estudiar a sus rivales.
Tiene, además, un carácter especial que lo ayuda a manejar la
presión con calma, sin importar la tensión del momento, al punto que
en una ocasión, al enfrentar al multilaureado brasileño Tiago
Camilo, en Río de Janeiro, cuando Justo le advirtió que tuviese
cuidado porque no iba poder escuchar sus indicaciones debido al
bullicio ensordecedor de la grada, le contestó: "Profe, no se
preocupe que, cuando la gente grita, yo me hago la idea de que es a
mi favor".
De ahí que, llegados al Mundial de agosto pasado en la propia
ciudad carioca, ambos confiaban plenamente en que, esta vez sí,
podría escalar a lo más alto del podio, después de haber alcanzado
un bronce dos años antes (aun con una gastritis) y el subtítulo
olímpico en los Juegos de Londres 2012.
Y eso, a pesar de que el último tramo de la preparación distó de
lo ideal, pues después del Grand Prix de Miami, en junio, estuvo
aproximadamente un mes alejado de los tatamis, a causa de que el
gimnasio del judo (m) en la ESFAAR Cerro Pelado comenzó a inundarse
por las roturas en el techo —lo que llevó al equipo a entrenar en el
tabloncillo de baloncesto aledaño y en la EIDE de Ciego de Ávila— y
que también debió lidiar personalmente con los trámites de la
vivienda en su natal Placetas.
Como cualquier cubano, Asley enfrenta sus propios problemas a la
vez que entrena: su familia vive en Villa Clara, su esposa en
Santiago de Cuba, y antes de partir al campeonato del orbe, por
ejemplo, solo pudo ver a su hija de meses en tres ocasiones.
No obstante, supo mantenerse enfocado, afilándose sin descanso
durante diez días en la altura peruana de Arequipa, donde el oxígeno
es poco y el frío entumece el cuerpo, y el otro representante cubano
de los 90 kg, Yeslandis Echemendía, lo ayudó a ponerse a punto.
Hasta que llegó a Brasil y una vez allí se dijo que no iba a
perder, como admitiría después: "No me sentía al 100 %, pero todos
los días pensaba: ‘Voy a ganar el Mundial’".
Dicho y hecho. No lo tuvo fácil, porque un campeonato del mundo
es un torneo tremendo con todas sus letras y en su división, en
particular, pululan adversarios fortísimos. Pero al final pudo con
todos: con el griego Ilias Iliadis, que viene cosechando lauros en
todas las grandes citas desde Atenas 2004, y con el georgiano Varlam
Liparteliani, quien lo había vencido antes en el Grand Slam de la
capital francesa.
No en vano, pese a ocupar ahora mismo el primer lugar del
ranking en su división, con 20 victorias en 22 combates, Asley
aspira a seguir mejorando para defender su corona el año próximo,
tras demostrar con brillantez que un campeón surge del talento, pero
se forja siempre, sobre todas las cosas, a partir de la consagración
y el esfuerzo.