El deporte, como él mismo confiesa, lo lleva en la sangre por
herencia, pues su padre, Rey Salas, practicó atletismo de niño y
luego lucha en el Servicio Militar, sin alcanzar resultados de
relieve. Fue entonces cuando volcó toda esa energía en convertir a
su hijo en un campeón, y la posibilidad de materializarlo no era una
quimera.
Reinieri deshizo pronósticos, respondió a quienes depositaron su
confianza en él y despejó todo tipo de escepticismo en el Mundial de
Budapest, donde retornó a la elite de los 84 kilogramos estilo
libre, amparado en su presea de plata. Fueron cinco combates, con
éxitos consecutivos sobre el uzbeco Zaurbek Shokiev (8-0), el alemán
Gabriel Seregelyi (5-3), el iraní Ehsan Lashgari (9-6) y el español
Taimuraz Friev (5-1), antes de sucumbir 1-8 a manos del ucraniano
Ibragim Aldatov.
—Era en extremo inquieto. La gimnástica la practiqué desde los
cinco hasta los nueve años en Guanabacoa, pero tuve que dejarla
porque mi mentor tuvo un problema y se creó ese bache. Luego me
captaron para la EIDE José Martí en clavados, pero ahí le hice
rechazo al entrenador. El judo no me interesó, pero en séptimo grado
fui a una competencia provincial de lucha —solo le habían explicado
básicamente en que consistía— y obtuve plata. Así me captaron para
la Mártires de Barbados. Un profesor al que llamaban el zurdo, igual
que yo.
—¿Enseñanzas en el equipo nacional?
—Fue un tanto incómodo. Me habían dado baja técnica de la EIDE,
alegando pobre rendimiento. Mi actual entrenador, Julio Mendieta, me
reclutó en la ESPA Manuel Permuy y bajo su guía fui campeón nacional
juvenil de los 76 kg. Así, en febrero del 2005, entré al equipo
nacional. Fue una época dura. La primera figura de los 84 kg era
Yoel Romero. Lo observaba mucho; de él aprendí a defender la entrada
de tackle con una presa al tobillo de los contrarios.
Recuerdo que en una Gala de Campeones me derrotó 1-0, 2-1.
—¿Desde entonces gustas de la defensa y el contraataque como
sistema de pelea?
—Llegué al equipo nacional muy delgado; mi división siempre ha
sido de las más fuertes y perfeccioné la defensa; me sentía más
cómodo esperando la acción de los rivales. Claro, eso apoyado en la
velocidad, flexibilidad y explosividad en la ejecución de
movimientos técnicos.
— ¿Crucial la conducción de Mendieta?
—Es un entrenador muy preparado, con excelente capacidad de
anticipación pues avizora siempre las posibles variantes desde la
esquina. Nunca perdí el vínculo con él. Escucha nuestros criterios y
en lo personal me deja luchar suelto.
—Moscú 2010 y Budapest 2012.
—Moscú marcó el inicio; llegué bien preparado y me mantuve todo
el año en 89 kg. Recuerdo que ahí el ucraniano Aldatov abandonó el
combate por el bronce en el primer tiempo. Con él voy debajo 1-2 en
tres enfrentamientos. Casi siempre el sorteo nos pone a pelear, al
igual que con el uzbeco Shokiev.
Ahora regresé a la preparación sin pensar en el Mundial de
Budapest; había perdido con Yunieski Torreblanca en la primera
categoría y el internacional Granma-Cerro Pelado. Me sentía extraño,
de nuevo metido por completo en el rigor y la disciplina. A la
vuelta de tres meses volvimos a medirnos, y le gané en los tres
topes de control.
Llegué a la sede húngara nervioso; reaparecer en un mundial no es
cosa de juego, sin embargo, poco a poco les demostré a todos mi
calidad. El pleito con el iraní resultó el más tenso, por su nivel,
por su experiencia competitiva. Pero mi pensamiento positivo fue
constante. En la final se combinó el desgaste físico y la deuda de
entrenamiento con las emociones. Cuando quise concentrarme ya era
tarde.
—Dos momentos...
—Hoy duermo tranquilo; los entrenadores se jugaron una carta
conmigo y no les fallé. Mi regreso en enero a la preselección fue el
momento más feliz. Dos años alejado de tu rutina diaria; estuve a
punto de abandonar por completo la lucha, pero mis amigos y mi padre
me dieron las fuerzas necesarias. ¿Lo más triste?: esa Copa del
Mundo del 2011. Allí gané cuatro combates y perdí uno. No quiero
recordar nada. A mi regreso me aplicaron la sanción por
indisciplina. Tuve que ver la inauguración de los Panamericanos de
Guadalajara y los Juegos Olímpicos de Londres desde la casa de mis
padres, en la zona 21 de Alamar.
Así llegaron a su fin nuestros "seis minutos" de combate. Él con
la esperanza de un metal en Río de Janeiro 2016 en su horizonte de
aspiraciones. Yo deseoso de poder comentar otras hazañas.