Eritrea, por ejemplo, es uno de los países menos desarrollados de
la región y ha estado sometida a inestabilidades políticas desde que
se independizó de Etiopía en 1993. Ha sido golpeada también por
numerosas se-quías que han afectado la agricultura, actividad de la
que depende el 80 % de sus seis millones de habitantes, quienes han
iniciado éxodos masivos.
Mientras, la vecina Somalia tiene problemas similares, agravados
por la guerra civil y la ausencia de un efectivo gobierno central.
Decenas de miles de personas parten de estos países que forman
parte del Cuerno de África para atravesar el Mediterráneo rumbo a
Europa.
Las peligrosas rutas que establecen para llegar allí los
contrabandistas —que hacen millones de dólares con este letal
negocio— cambian con el tiempo. Una de las más activas actualmente
es la del Mediterráneo Central.
Aprovechando la inestabilidad causada por la guerra en Libia, con
la autoría precisamente de Estados Unidos y la OTAN, la cifra de
inmigrantes que utilizan esta vía se ha disparado hasta superar los
60 mil intentos anualmente, cuando antes del 2010 eran cercanos a
cinco mil, de acuerdo con cifras de la Agencia de la ONU para los
Refugiados (ACNUR).
Fuentes especializadas cifran en más de 20 mil los muertos desde
mediados de los años noventa hasta la actualidad, aunque el número
puede esconder un drama mucho mayor de casos no reportados.
Sin embargo, solo ahora, con la lamentable muerte de cientos de
inmigrantes durante el mes de octubre cerca de la isla italiana de
Lampedusa (uno de los puntos más cercanos entre el Norte de África y
Europa), la opinión pública del Viejo Continente parece haber tomado
conciencia de la problemática.
Esta tragedia ocupó la portada de todos los medios y logró agitar
a una Europa indiferente, que intenta quitarse responsabilidades con
un presupuesto de 3 520 millones de euros entre el 2014 y el 2020 en
programas como Frontex (Agencia Europea de Fronteras) y Eurosur
(Sistema Coordinado de Vigilancia) para hacer impermeable su
territorio.
La tesis de combatir el problema en las fronteras y no en el
lugar donde se origina la migración continúa imponiéndose.
Tras la tragedia en Lampedusa, donde cada semana se reportan
nuevos naufragios, la respuesta del gobierno italiano, que encabeza
Enrico Letta fue el plan Mare Nostrum (en referencia al mar
Mediterráneo).
El titular de Defensa de ese país europeo, Mario Mauro, dijo que
la operación es una forma de "dar ejemplo claro y fuerte" sobre el
control de la frontera exterior como base del accionar del gobierno,
pero nada más.
En la última cumbre del Consejo Europeo, Letta pidió más ayuda a
la Unión Europea para enfrentar la migración ilegal al considerar
que su país es solo la puerta de entrada y la responsabilidad es de
todas las naciones miembros. En el mismo sentido se pronunciaron
España y Grecia, que enfrentan una situación similar.
Poco o nada se habló sobre soluciones a las dificultades que
enfrentan las naciones africanas de donde provienen los migrantes,
con las cuales además Europa tiene una deuda histórica por su
explotación colonial.
En medio de la grave crisis económica que enfrentan los tres
países europeos más involucrados (Italia, España y Grecia), esa no
parece ser su prioridad.
El profesor y filósofo Santiago Alba Rico en su artículo
Lampedusa: perseguir a los vivos, premiar a los muertos,
denomina a la rutinaria abundancia de cadáveres cosechados en mares
y desiertos en las fronteras de Occidente: "genocidio estructural".
Según Alba Rico, la idea de "genocidio estructural" implica, por
supuesto, una acusación: las estructuras no se imponen solas, sino
que necesitan decisiones políticas que las mantengan en marcha.
LA RUTA DE LA MUERTE
La desesperación de los africanos es el material que explotan las
organizaciones criminales que controlan las rutas para el
contrabando de personas. Las corrientes del Mediterráneo sumadas al
uso de inestables embarcaciones y los propios traficantes son
algunos de los peligros iniciales.
Por su parte, los náufragos varados en alta mar juegan una
peligrosa ruleta rusa: ¿De quién es la responsabilidad de ayudar?
¿Qué país debe hacerse cargo de los inmigrantes?
Existen leyes que acusan al rescatador de promover la inmigración
ilegal si tiene el objetivo de ayudar a las personas. Italia aprobó
una ley en el 2009 que impone multas de cinco mil euros a sus
ciudadanos por inmigración clandestina y la expulsión de los
extranjeros. Mientras, la ley Bossi-Fini penaliza a quienes les
brinden asistencia en alta mar.
Entretanto, aquellos que logran escapar de las autoridades de sus
países de origen, evadir a los guardacostas y sortear la
impetuosidad del océano, corren día a día el riesgo de ser
capturados por las autoridades migratorias europeas y devueltos al
punto inicial.
Hasta que los trámites se completen, los inmigrantes son ubicados
en centros de detención, bajo condiciones pésimas de alimentación,
atención médica, hacinados y a expensas de maltratos.
Los únicos que han obtenido automáticamente la ciudadanía
italiana fueron los inmigrantes muertos en las costas de Lampedusa,
a quienes además se les hizo un funeral de Estado. Mientras, los
vivos son perseguidos y castigados.