Ese es el Iraq "salvado" por Washington. El masacrado, mutilado,
destruido. Envenenado con uranio como para que muchas otras
generaciones conozcan y sufran lo que fue la invasión y ocupación.
Ya no se habla o se escribe por los grandes medios sobre la vida
de aquel hombre, conocido en el argot de la inteligencia
norteamericana y británica como "Curvebal", pero que en realidad es
un iraquí llamado Rafid Ahmed Alwan, quien confesó que "todos los
datos brindados por él sobre la existencia de armas de exterminio
masivo en Iraq y los vínculos del antiguo Gobierno de Sadam Hussein
con Al Qaeda eran totalmente falsos".
Reconocer esa verdad no es noticia, cuando se sabe que Estados
Unidos conocía por sus propias fuentes que ni Bagdad tenía esas
armas ni su Gobierno tenía relación alguna con la red terrorista.
Pero aun así lanzó sus ataques contra la nación árabe que, según
algunas fuentes, costaron un millón 455 mil 590 víctimas y la
destrucción de un país patrimonio de una cultura milenaria.
También se cuenta, según datos del Pentágono, con unos 4 488
norteamericanos muertos allí durante la ocupación, aunque nada se
dice de los cientos que regresaron a sus casas enajenados,
frustrados, y que algunos de ellos optaron por suicidarse.
Esas cifras mortales varían, entre otras cosas, porque aún mueren
por decenas aquellos —niños fundamentalmente— nacidos con
malformaciones o que padecen enfermedades cancerígenas debido al
uranio empobrecido lanzado por miles de toneladas en misiles y
bombas que cayeron sobre la población civil iraquí.
Esas pudieran ser las realidades que encabecen una inconclusa
lista de lo que ha dejado Estados Unidos en Iraq.
Solo en el año 2012 sumaron 4 571 los civiles muertos, en su
mayoría a causa de los enfrentamientos étnicos, lo que evidencia el
caos dejado por quienes se proclamaron "salvadores" del orden y la
estabilidad en esa nación.
Otro resultado de las acciones bélicas norteamericanas es que 2,7
millones de iraquíes se han visto obligados a abandonar sus hogares
—la mitad quedaron refugiados fuera de Iraq—, mientras que otros han
huido de sus casas pero permanecen en el país.
La ocupación militar foránea al destruir la infraestructura
productiva de la nación ha conllevado a una tasa de desempleo entre
el 10 y el 22 % de la población laboralmente activa, mientras que
hoy en día un 23 % de los habitantes pasa hambre, de acuerdo con un
informe de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano.
Aunque el 90 % de los niños comienza la educación primaria, solo
la acaba el 40 %. El 30 % de las mujeres de entre 15 y 25 años son
analfabetas.
La mortalidad infantil en niños menores de cinco años es de 37
por cada mil nacidos vivos y la esperanza de vida es de 69 años.
Un hogar promedio recibe ahora solo ocho horas de electricidad al
día y se constata que las pérdidas de distribución eléctrica son las
más altas del Medio Oriente, y esto se debe principalmente a los
daños sufridos durante la guerra.
Lo que sí han tratado de garantizar por todas las vías, tanto los
ocupantes como las transnacionales petroleras, es la producción de
crudo, que ya su-pera los tres millones de barriles diarios y que
significa el 95 % de la entrada de divisas que, si no existiera la
corrupción generalizada, pudiera ser una buena inversión para al
me-nos llevar los indicadores de salud, alimentación y educación a
los existentes antes de la invasión del 2003.
Hoy en día, el conflicto sectario entre chiítas y sunitas genera
una violencia jamás vista en una población que ahora sí conoce de la
existencia de Al Qaeda y que se disputa cuotas de poder entre un 60
% de chiítas, un 20 de sunitas y un 20 % de kurdos.