De
esos tácitos silencios que solicitan ser dichos alguna vez, y de
otros que se despeñan en "el pequeño tamaño de la duda", nos
advierte la poeta Leyla Leyva en su último poemario, Estado de
espera rubricado con el sello de Ediciones Unión.
La indagadora ansiedad que se percibe con solo echar un vistazo a
"El tragadero", primera de las setenta y cuatro piezas que componen
el libro, será leitmotiv de estas páginas en las que su
autora colinda con un escenario doméstico al que vuelve una y otra
vez no como único destino, pero sí como un derrotero por momentos
opresivo.
Sin ser la recurrencia a este entorno una novedad en la obra
poética de Leyva, el tratamiento de este mundo hogareño, las
revisitaciones a otras etapas de la vida y la perspectiva del tiempo
cobran en esta entrega una connotación mustia —que no es
necesariamente infelicidad—, como si el grito presto a estallar ante
las frustraciones —"Aquí no crecerá nada de nada, aunque me
desarticule en una franca contorsión emocional"— no sirviera,
siquiera, para desahogarlas.
El discurso lírico femenino, re-forzado con referencias comunes
como "la molestia en las ingles", "la curvatura del pie",
"el tiempo que no poseo para cuidar de todos/ ni de la paciencia
que es necesaria para hacer que florezcan las especies en parcela",
por solo citar algunas, levanta la voz que a veces "se me
acaba" y se hace inútil, para finalmente asumir cierta fatídica
suerte de sometimiento: "aguantar como única/natural tarea y
echar tierra sobre un olvido y otro".
A otros apartes —más o menos palpables, más obvios o menos
explícitos— donde sin duda nosotras (nos) hallamos entre líneas, o
en el propio verso, las experiencias personales que nos tocan hondo
por protagonizar en nuestra piel similares azares, nos invitan a la
lectura de
, donde el sarcasmo por momentos se contonea y
consigue mostrarse sin recato: "a veces me figuro que es primero
de noviembre y saco mi féretro a ventilarse, mi pequeña caja de
hormiga madre".
Sin embargo, aun cuando la voz lírica proyecta en no pocos casos
sus reclamos al cónyuge, y el resentimiento amoroso por las roeduras
del tiempo se deletrea sin paños tibios "con el pesar intacto
sobre el plato", el diálogo adopta su esencial misión
comunicativa, e irradiando desde sus resortes un haz de luz, hace
que "el deshielo no tarde".