Compartidas esperas

Madeleine Sautié Rodríguez

De esos tácitos silencios que solicitan ser dichos alguna vez, y de otros que se despeñan en "el pequeño tamaño de la duda", nos advierte la poeta Leyla Leyva en su último poemario, Estado de espera rubricado con el sello de Ediciones Unión.

La indagadora ansiedad que se percibe con solo echar un vistazo a "El tragadero", primera de las setenta y cuatro piezas que componen el libro, será leitmotiv de estas páginas en las que su autora colinda con un escenario doméstico al que vuelve una y otra vez no como único destino, pero sí como un derrotero por momentos opresivo.

Sin ser la recurrencia a este entorno una novedad en la obra poética de Leyva, el tratamiento de este mundo hogareño, las revisitaciones a otras etapas de la vida y la perspectiva del tiempo cobran en esta entrega una connotación mustia —que no es necesariamente infelicidad—, como si el grito presto a estallar ante las frustraciones —"Aquí no crecerá nada de nada, aunque me desarticule en una franca contorsión emocional"— no sirviera, siquiera, para desahogarlas.

El discurso lírico femenino, re-forzado con referencias comunes como "la molestia en las ingles", "la curvatura del pie", "el tiempo que no poseo para cuidar de todos/ ni de la paciencia que es necesaria para hacer que florezcan las especies en parcela", por solo citar algunas, levanta la voz que a veces "se me acaba" y se hace inútil, para finalmente asumir cierta fatídica suerte de sometimiento: "aguantar como única/natural tarea y echar tierra sobre un olvido y otro".

A otros apartes —más o menos palpables, más obvios o menos explícitos— donde sin duda nosotras (nos) hallamos entre líneas, o en el propio verso, las experiencias personales que nos tocan hondo por protagonizar en nuestra piel similares azares, nos invitan a la lectura de Estado... , donde el sarcasmo por momentos se contonea y consigue mostrarse sin recato: "a veces me figuro que es primero de noviembre y saco mi féretro a ventilarse, mi pequeña caja de hormiga madre".

Sin embargo, aun cuando la voz lírica proyecta en no pocos casos sus reclamos al cónyuge, y el resentimiento amoroso por las roeduras del tiempo se deletrea sin paños tibios "con el pesar intacto sobre el plato", el diálogo adopta su esencial misión comunicativa, e irradiando desde sus resortes un haz de luz, hace que "el deshielo no tarde".

 

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