No
es casual que el Consejo de Estado haya determinado, en 1980, que al
promulgar el Día de la Cultura Cubana se haya escogido para
celebrarlo la fecha del 20 de Octubre, día en que por vez primera se
entonase como Himno Nacional, en la ciudad de Bayamo, la histórica
melodía compuesta con anterioridad por el patriota Pedro Figueredo
bajo el título de La Bayamesa, con un aparente aire romántico
que al interpretarse por primera vez en una ceremonia religiosa
confundió a las autoridades coloniales, aunque se cuenta que
despertó dudas en el jefe militar de la plaza, quien le atribuyó
ciertos ritmos marciales.
Recuerdo que tras una conferencia en un país latinoamericano, un
amigo me dijo: "Tú crees que todo es cultura y eso no es así". Yo le
contesté: "Mira escúchame bien, todo no es cultura, pero la cultura
está en todo y donde no está, se halla el camino de la barbarie" y
la historia de Cuba muestra esto con elocuencia.
Es que en el caso de Cuba —como hemos señalado en anteriores
ocasiones— se evidencia claramente que los forjadores de la nación
fueron también los forjadores de la cultura nacional y esto propició
sin dudas que a lo largo de los tiempos y aún en las más adversas
circunstancias esta fuera una cultura de fundamentos patrióticos y
progresistas.
Puede afirmarse que en nuestro país el conjunto del movimiento
intelectual nunca ha entrado en contradicción con las ideas de la
justicia y el progreso social; al contrario, cuando levantó las
banderas de la cultura nacional en las diferentes etapas de la
historia, lo hizo también a favor del independentismo y el
pensamiento más avanzado y democrático hasta llegar al socialismo, y
en lucha abierta contra el esclavismo, el racismo y la escolástica.
En este aniversario 145 del Himno Nacional honramos a su autor,
Perucho Figueredo, quien fue hecho prisionero y fusilado por los
colonialistas el 17 de agosto de 1870. No siempre ha sido bien
difundido que Perucho fue uno de los selectos precursores de la
Patria dentro de aquel reducido comité revolucionario de Oriente que
organizó nuestra primera guerra de independencia; histórica gesta
que duró diez años de sacrificios y heroísmos sin nombre, concluidos
—según lo describió José Martí— en "aquel oprobio innecesario que
por envidia de los unos y desmayos de los otros, se rindió la guerra
floreciente a un sitiador sin esperanza".
En medio de aquella gesta se forjó la cultura nacional; en la
Asamblea de Guáimaro nació Cuba como nación y allí nació también una
república que reunió, en conjunción increíble y utópica para
aquellos tiempos, a los esclavos recién liberados, los campesinos
libres y los intelectuales de pensamiento avanzado. Todo eso nos
dejó una identidad y un pensamiento muy peculiares, un precedente,
una idea que se tradujo —no sin obstáculos, amenazas y peligros— en
esa arraigada cultura nacional que hoy defendemos, convertida en
escudo de la nación, y que no desdeña sino promueve la adquisición
de los más justos y legítimos valores de la cultura universal en
todas las esferas del saber.
No olvidemos que la cultura, aunque se expresa por lo general en
las artes y las ciencias, tiene un sustancial contenido en los
sentimientos, en el pensamiento y en las emociones. En nuestro caso,
es José Martí quien con mayor fuerza y racionalidad la representa en
los sentimientos y quien alcanzó mayor profundidad como intelectual
porque estuvo más en consonancia con las avanzadas ideas políticas
de su tiempo.
Nosotros los cubanos tenemos el pensamiento revolucionario y la
cultura universal de José Martí, nuestra vocación internacionalista
y de servicio a la humanidad —por ejemplo— nace de Martí y se
ratifica con el gran mérito histórico que ha tenido Fidel, de haber
articulado el pensamiento antimperialista martiano con el de los
clásicos del marxismo, en una fusión válida y políticamente
comprensible para el pueblo.
Sépase con claridad a qué nos referimos cuando hablamos de la
cultura cubana y de la necesidad de defenderla como parte esencial
de la identidad nacional; no hablamos de una cultura reaccionaria ni
conservadora. Se trata de defender las ideas que nos vienen de los
próceres y pensadores, de la historia de la Patria y que se ha
expresado de manera brillante y con repercusión internacional en la
música, las artes plásticas, la literatura, el cine o el
audiovisual, llevados de la mano por nuestros creadores.
Los forjadores de la Patria, que fueron también los artífices de
la cultura cubana, abrieron el camino por el que transitaron los
valores esenciales de esa cultura, que hoy debemos expandir y
defender; en nuestro caso, fue la cultura que nació en los
barracones, en la manigua y en la escuela cubana hace más de cien
años, cuando se unieron la pluma y el machete.
Sucesivas generaciones, incluidas las más recientes, somos sus
herederos y tenemos el deber de continuar la obra cultural de la
Revolución, lo que en estos momentos se convierte en urgente e
imprescindible como parte del re-clamo de orden, disciplina y
exigencia en que nuestro país está empeñado.
Esa es una premisa para el trabajo cultural y debe ser también el
aporte de nuestros actuales creadores, en el afán de que esta
sociedad cada vez más instruida llegue a ser efectivamente más culta
en todos los sentidos, donde la cultura sea no solo ornamento sino
instrumento y fragua.