Documentos secretos del exjefe del Estado Mayor Conjunto de
Kennedy muestran que después de su traslado siguió conspirando con
el jefe de las fuerzas de Estados Unidos en Europa, el general
Lauris Norstad y otros oficiales de muy alto rango, para sabotear la
política del Presidente.
Antes de irse, el general ordena destruir todos los rastros del
proyecto Northwood, que preconizaba bombardear y hundir un navío
norteamericano en la Base de Guantánamo, similar al incidente con el
acorazado USS Maine en La Habana en 1898, que sirvió de pretexto
para declarar la guerra a España. Pero Robert McNamara, secretario
de Defensa, conservaba la copia. JFK opuso firmemente a la
alternativa de los militares el plan de los Kennedy, llamado
Mangosta, que los uniformados consideraban benigno e insuficiente.
Para los conspiradores, JFK se iba convirtiendo, de real o
supuesto adepto de la guerra, en adversario de ella.
Después de ese colapso primaveral de 1961 en Bahía de Cochinos,
JFK comenzó a cuestionar la competencia de los jefes de la CIA y el
Pentágono por la falta de rigor en la evaluación del Plan Pluto.
Los ultras de las fuerzas armadas se inmiscuían en la política,
llevaban una apasionada cruzada no solo contra las negociaciones con
la Unión Soviética, sino también en cuestiones de derechos civiles
como la segregación racial. Ya en 1961, el ejército de Estados
Unidos estaba atravesando por una crisis grave: el mayor general
Edwin A. Walker, se alzó contra el gobierno cuando el afroamericano
James Meredith, se inscribió en la Universidad de Mississippi para
romper la segregación. Walker lidereaba los enfrentamientos raciales
que originaron los disturbios de Little Rock. Antes de tomar el
mando de la infantería estacionada en Alemania, tuvo que ser
revocado por el Presidente. Militante de las ultrarracistas John
Birch Society y el Klu Klux Klan, el general estaba acusado de
desarrollar un proselitismo de extrema derecha en el ejército.
La situación era tan tensa que la comisión de Asuntos exteriores
del Senado abrió una investigación sobre el tema. Las audiencias
fueron dirigidas por el senador Albert Gore (D-Tennessee), padre de
quien después fuera vicepresidente del país y posteriormente
despojado de la presidencia ganada con votos contra George Bush II
en el 2000.
Los senadores sospechaban que el jefe de estado mayor conjunto,
general Lyman L. Lemnitzer, participaba en la conjura de Walker. En
1944 Lemnitzer encabezó con Allen Dulles las negociaciones secretas
con los nazis en Ascona (Suiza) para preparar la capitulación de
Alemania (Operación Sunrise) y participó en la crea-ción de la red
de agentes nazis para luchar contra la URSS. Con esos apoyos de
Lemnitzer, en particular los de Dulles y los Bush, el senador Gore
no logró demostrar su responsabilidad en la conspiración que tanto
pesó en los acontecimientos de 1963.
Los líderes de la tesis de bombardear e invadir a Cuba contaban
también con otro encarnizado enemigo de los Kennedy, el jefe de la
Fuerza Aérea, Curtis Le May, de quien se recordaba había provocado
250 mil muertos con sus salvajes bombardeos con fósforo vivo en
Japón. ¿No es también esta un arma de guerra química?
Sus planes para arrasar todo Japón superaban a los provocados por
los posteriores bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, para
impedir que los rusos, quienes ya habían comenzado a invadir Japón,
llegasen a Tokyo antes que el ejército de Estados Unidos, como había
ocurrido con Berlín. Le May se volvió fanático del golpe atómico y
presionó enormemente a JFK para dirigirlo primero contra la URSS y
después, durante la crisis de octubre de 1962, contra Moscú y La
Habana. Propuso hacerlo también contra Vietnam.
El hecho de que se haya ocultado y luego descubierto la presencia
de Le May en el vuelo que conducía los restos del finado Kennedy, en
el curso del cual juró Johnson como presidente, ha hecho renacer las
sospechas de una criminal complicidad, unida a la denuncia de su
presencia y sus palabras en el festejo la víspera del crimen de
Dallas que ha sido calificada como la coordinación final del
magnicidio.
Lyndon B. Johnson, la figura más favorecida con la muerte del
Presidente, no dudó en dejar sin efecto, solo horas después del
asesinato, una de las últimas decisiones de Kennedy: terminar con la
guerra de Vietnam. Veinte días después desautorizó también el plan
de JFK de normalizar las relaciones con Cuba, lo cual había
acelerado probablemente la decisión de matarlo.
El 12 de diciembre de 1963 Johnson enterró los contactos de
Kennedy con Fidel, al negarse a aprobar la iniciativa de Robert
Kennedy, aún secretario de Justicia, quien urgió al canciller Dean
Rusk, a dejar sin efecto la prohibición a los norteamericanos de
viajar a Cuba que consideraba inconstitucional. "Es impracticable
arrestar, acusar y comprometerse en persecuciones de mal gusto
contra los ciudadanos que buscan viajar a Cuba", sentenció RFK en su
memorándum desclasificado en el año 2005, tres años antes de que
Obama fuera elegido presidente.
Es tema de sospecha universal que Johnson haya designado nada
menos que a Allen Dulles, uno de los siniestros personajes que
odiaban a JFK, para presidir la Comision Warren que desinformó más
que investigó el magnicidio. El exjefe de la CIA fue el funcionario
más importante destituido por Kennedy después de Girón.
Robert Kennedy Jr., hijo del también asesinado candidato a la
presidencia en 1968, actualizó el pasado mes de septiembre la
convicción de su familia sobre la conspiración. Interrogado por la
revista Paris Match, en ocasión del próximo 50 aniversario del
magnicidio, denunció que "más de un millón de documentos ligados al
hecho no han sido desclasificados. Eso es un obstáculo a la verdad.
De todos modos, el examen profundo de los elementos de la encuesta
existentes, son suficientes para señalar a los probables sospechosos
—añadió— para demostrar que se trata efectivamente de un complot y
no la acción de un tirador solitario...
"En sus declaraciones públicas, mi padre apoyaba los trabajos de
la Comisión Warren, pero en privado, afirmaba que la Comisión Warren
era una broma y que sus conclusiones eran una muestra de un trabajo
para salir del paso.
"Al día siguiente del asesinato de mi tío, mi padre perdió el
control sobre la parte investigativa del Depar-tamento de Justicia.
Al patrón del FBI, J. Edgar Hoover, le molestaba enormemente que mi
padre lo obligase a pasar por él para acceder al Presidente. Después
del atentado de Dallas más nunca le dirigió la palabra".
De hecho, Hoover manifestó de ese modo sentimientos de odio a los
Kennedy que compartía con Dulles. Robert se impresionó con el modo
en que Hoover le comunicó la terrible noticia del asesinato de su
hermano y lo comentó con su gente de confianza; sintió como que
Dulles se alegraba. En realidad, Hoover aborrecía a los hermanos y
estos correspondían de modo idéntico. Desde el principio comentaron
que Hoover chantajeaba a políticos y funcionarios con los dossiers
de delicadas informaciones que almacenaba de cada uno, lo cual
complicaba sustituirlo como pensaban era una necesidad cuando fue
electo JFK.
La situación alcanzó el clímax cuando Hoover fue a almorzar con
ellos el 22 de marzo de 1962 y en el comedor de la Casa Blanca les
dijo en tono confidencial que tenía "evidencia desagradable" del
indiscreto affair del Presidente con una joven belleza nombrada Judy
Campbell, quien le fue presentada a JFK por Frank Sinatra.*
Hoover sabía que Kennedy, aparentemente desconociéndolo, estaba
compartiendo una amante nada menos que con el gángster Sam Giancana.
Robert Kennedy Jr. también confirmó que su padre, en uno de los
últimos mítines de su campaña presidencial anunció, a preguntas de
un estudiante, que se proponía reabrir la investigación del
asesinato del Pre-sidente.
Haber perdido su hermano era lo que contaba más en su vida. Tanto
que estaba decidido a dedicar el resto de ella a decir la verdad,
expresó el hijo de Robert, para confirmar las verdaderas opiniones
de su padre, reveladas por colaboradores del también asesinado
Kennedy y escamoteadas por quienes se refugian aún en una supuesta
razón de seguridad del país. Tal vez sea porque George Bush es el
más importante y casi único sobreviviente del crimen del siglo.
*David Talbot: Brothers, Simon & Shuster, New York, 2007, pp.
139-140.