Con el arreglo logrado el miércoles Estados Unidos evitó el
desastre —no solo doméstico, sino global— que hubiera significado
entrar en una cesación de pagos. No obstante, la solución es apenas
temporal, pues el acuerdo prevé autorizar al Departamento del Tesoro
a emitir más bonos de deuda solo hasta el 7 de febrero, y reabrir
hasta el 16 de enero las entidades públicas que habían sido
cerradas. ¿Veremos entonces otro capítulo de esta telenovela?
Después de la batalla, el Partido Republicano cuenta apenas con
un 28 % de aprobación entre los ciudadanos, según la encuestadora
Gallup. Es la calificación más baja que jamás ha registrado un
partido en Estados Unidos; y eso no constituye solo un inconveniente
para los republicanos, sino otro ejemplo de que el sistema político
en ese país está en una etapa de crisis.
Dentro de un fraccionado GOP —como se conoce al Partido
Republicano—, los miembros del Tea Party han salido por la puerta
más estrecha. De acuerdo con el Pew Research Center —un tanque
pensante con sede en Washington—, el 49 % del público tiene una
visión negativa de ese grupo ultraconservador, y solo el 30 % un
criterio favorable.
Aunque esos números no son una bola de cristal, la imagen es
importante en la política, más aún en Estados Unidos donde pareciera
que están todos los días en campaña electoral.

El saldo no ha sido negativo para todos. Durante estos días una
figura descolló dentro de los miembros más intransigentes del Tea
Party: Ted Cruz, quien minutos antes de la votación en el Senado se
mantuvo desafiante y llamó al proyecto de ley que acabaría con el
cierre "un pésimo negocio". El mes pasado, ese Senador de origen
cubano habló durante 21 horas seguidas contra la reforma de salud en
la sede del legislativo. Habrá que seguirle la pista, pues se
perfila como uno de los aspirantes a la candidatura para las
elecciones generales del 2016.
Muchos analistas le atribuyen a Obama la victoria en este pulseo
político. Es cierto que el presidente cumplió su palabra de no
dejarse chantajear por los que le exigían recortes sociales
—especialmente en la reforma sanitaria— a cambio de aprobar el
presupuesto. Pero el acuerdo alcanzado no es aún definitivo.
Obama es más firme en sus discursos que en sus actos, y esta vez
volvió a mostrarse pusilánime a la hora de tomar decisiones. Insiste
en buscar soluciones bipartidistas a los problemas, pero es
ineficiente para construir consensos en un país cada vez más
polarizado.
"No hay vencedores ni vencidos", reconoció el propio mandatario,
y dijo que el default fue evitado "gracias a los demócratas y
a los republicanos responsables".
"No es una sorpresa que el pueblo norteamericano esté harto de
Washington", afirmó este jueves, y apuntó que la reforma migratoria
debería ser la segunda de las tres prioridades a las que el Congreso
tiene que abocarse inmediatamente. Durante una breve alocución desde
la Casa Blanca, señaló que la prioridad número uno es alcanzar una
solución sobre la deuda pública a largo plazo, aprobar luego una
reforma migratoria y una ley agrícola.
Pero si fue difícil lograr acuerdos en torno al presupuesto,
¿podrán avanzar en otros asuntos más espinosos como la migración?
No hay ganadores en esta guerra de desgaste. Los 16 días de
cierre parcial del gobierno costaron a la economía norteamericana al
menos 24 mil millones de dólares, según estimados de Standard & Poor
—una agencia de calificación de riesgo. Y lo peor es que fue una
herida autoinfligida e innecesaria.
Perdieron republicanos, demócratas y el presidente; y perdió,
sobre todo, el pueblo norteamericano, que no tiene un Congreso que
lo represente y trabaje para solucionar los problemas más
acuciantes, como el desempleo, que alcanza al 7,3 % de la población.