La información sobre el vuelo fue hallada entre los papeles del
general Chester Clifton, principal asesor militar de Kennedy. Según
el Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que publicó la
cinta en Internet, un asistente trataba a todo precio de interrumpir
las transmisiones del avión presidencial Air Force 1 y comunicarse
con Le May. En la primera versión de esas cintas se tomó cuidado en
no mencionar al jefe de la aviación, lo cual levantó más recelos
sobre el magnicidio y las actitudes de Le May, uno de los más
belicosos adversarios de JFK.
La confrontación de los jefes del Estado Mayor y la CIA con
Kennedy comenzó el 18 de abril de 1961, cuando el almirante Burke y
el general Lemnitzer presionaron a JFK para bombardear a Cuba y
revertir la difícil situación de los invasores. (1)
Durante la crisis de los misiles en 1962 Le May abogaba por un
golpe nuclear preventivo, hasta insultar virtualmente al Presidente:
"¡Apesta como la cobardía de Neville Chamberlain! Sería casi tan
malo como el apaciguamiento de Munich". (2)
El jefe de la aviación se refería al incidente del padre de
Kennedy cuando era embajador en Londres y fue acusado de aconsejar
al primer ministro inglés que cediese Checoslovaquia a Hitler en
1938 para apaciguarlo. Joseph Kennedy fue separado de su puesto ante
las críticas.
Le May alegaba que la URSS no haría nada para impedir una acción
militar directa e inmediata. Contaba con el apoyo de todos los jefes
de los cuerpos armados, incluso del jefe del Estado Mayor Conjunto,
general Maxwell Taylor, nombrado por Kennedy en lugar de Lemnitzer
para tratar de contener sin éxito a los otros militares. A pesar de
todo, JFK se negó a bombardear e invadir a Cuba, pues le inquietaba
que la reacción soviética podría conducir a una guerra nuclear. Le
May calificó esa crisis como la más grande derrota en la historia de
Estados Unidos. Unos días antes Lemnitzer y Allen Dulles, director
aún de la CIA, habían propuesto en una reunión del Consejo de
Seguridad realizar un ataque nuclear sorpresivo contra la URSS. El
Presidente salió molesto de la reunión, según su asesor Athur
Schlesinger.
Lemnitzer actuaba asociado a Le May desde que en junio de 1962,
cuatro meses antes de la crisis de los misiles, fuera reemplazado
por encabezar un complot para derrocar al Gobierno. Subordinado a
Eisenhower en la II Guerra Mundial y considerado un héroe, había
sido ascendido por JFK, al tomar posesión en 1961, de jefe del
ejército a jefe del Estado Mayor Conjunto. A las 8 de la noche fue
citado a una reunión en La Casa Blanca, pues "el Presidente había
hecho un chocante descubrimiento: su Jefe del Estado Mayor Conjunto
complotaba para derrocar al Gobierno y reemplazarlo por una maldita
junta militar". (3)
La reacción de Lemnitzer en la reunión fue acusar a Kennedy de
haber perdido el respeto a la nación y conducido el país al filo del
desastre, por sus políticas con la Unión Soviética. The New York
Ti-mes publicó días después que Kennedy ordenó a agentes del FBI
tomar las oficinas de los jefes militares en el Pen-tágono.
El Presidente prefirió no denunciar el complot públicamente, a
cambio de la re-nuncia de Lemnitzer a la jefatura del Estado Mayor.
Taylor fue designado en su lugar y el altanero general asumió la
jefatura militar de la Organización del Tra-tado del Atlántico
Norte. La sedición fue ocultada y negada —se adujo— porque "el
acosado Kennedy no quería mi-nar más la confianza en su Gobierno".
(4)
La presencia de Le May en el avión presidencial ha sido señalada
como muestra de connivencia con el nuevo presidente Lyndon B.
Johnson. El hecho se vincula a los crecientes enfrentamientos de los
Kennedy con Johnson y la cúpula militar y de inteligencia,
agudizados en 1963. Ya iban a denunciar las corruptas conexiones
políticas y administrativas del tejano Billie Sol Estes, un
millonario que financiaba a Johnson y fue sancionado por los
tribunales después de ser investigado por Robert Kennedy como Fiscal
General. Estes declaró que el Vicepresidente lo obligó a silenciar
los negocios sucios que hacían juntos. Los hermanos habían decidido
dejarlo fuera de la candidatura en los comicios de 1964, por la
información que Robert había amasado sobre los corruptos asuntos de
Johnson.
Según Madeleine Duncan Brown, amante de Johnson, el 21 de
noviembre el Vicepresidente asistió a una fiesta privada en casa del
magnate petrolero de Dallas Clint Murchinson, donde Johnson le dijo
una frase enigmática: "A partir de mañana esos malditos Kennedy
nunca más serán un problema para mí". (5)
El conocido investigador Carl Oglesby ubicó siempre a Johnson
como el más beneficiado con el crimen y califica la reunión en esa
víspera del crimen como coordinación final del magnicidio en su obra
The Yankee Cowboy War. La señora Brown concedió una
entrevista de 80 minutos al autor Robert Gaylon Ross sobre sus 21
años de relaciones con Johnson y las revelaciones que han sido
bastante ignoradas por los medios. Hasta su muerte en el 2002, ella
nunca mostró hostilidad hacia Johnson.
Oglesby brinda una lista de los asistentes a la reunión, todos
personajes que odiaban o se oponían a los Kennedy, presuntos autores
intelectuales del crimen que el 22 de noviembre cumplirá 50 años sin
castigo. El principal es el director del FBI, J. Edgar Hoover, a
quien Robert Kennedy consideraba un chantajista, socio en negocios
de Meyer Lansky y amigo del gángster Frank Costello, a través del
cual ganaba apuestas en las carreras de caballos. Por eso negaba la
existencia de la Cosa Nostra; también se hallaban en la fiesta Allen
Dulles, exdirector de la CIA, Richard Nixon, ex vicepresidente, y
los tejanos John Connally, exgobernador del Estado, el millonario
petrolero H. L. Hunt, John J. McCloy, el general Charles Cabell y su
hermano, el alcalde de Dallas, Earl Cabell. Este último cambió, por
su cuenta, el recorrido de la caravana del Presidente, lo que
facilitó la tarea a los tiradores.
Robert estaba preparado para usar este arsenal cuando decidió
romper con la tradición de no retar a un miembro de su propio
partido en funciones de Presi-dente del país, al lanzar su
candidatura en las elecciones primarias de 1968, en la cual Johnson
aspiraba a reelegirse. Por-que LBJ no solo dio marcha atrás a la
decisión de JFK de ir reduciendo la guerra con Vietnam, sino que la
incrementó y se negó a mejorar las relaciones con Cuba, como Robert
le planteó cuando asumió la Presidencia.
Algo semejante a las acciones de Johnson realiza ahora Obama
cuando insiste en atacar a Siria y mantiene el asedio a Cuba, pese
al legado de JFK, que le confió su hija Caroline el 27 de enero del
2008 en las primicias del partido demócrata. Ella publicó en The New
York Times el artículo titulado Un presidente como mi padre,
que terminaba enfáticamente: "Nunca he tenido un Presidente que me
inspirase en la forma en que la gente me decía que mi padre los
inspiraba a ellos. Pero por primera vez yo creo haber hallado al
hombre que podría ser ese Presidente; no para mí, sino para una
nueva generación de norteamericanos". Fue esa la primera y única vez
que la hija de Kennedy endorsó a un candidato a la Presidencia. El
senador Edward Kennnedy a continuación se pronunció también por
Obama para inclinar la balanza, hasta entonces favorable a Hillary
Clinton, hacia el prometedor afroamericano.
Pero ahora, aliándose a grupos insanos, Obama complace a las
fuerzas guerreristas y a los ultraconservadores cubanoamericanos
que, de acuerdo a las investigaciones de Robert Kennedy, fueron
cómplices o participaron en el magnicidio, que se precipitó, entre
otras razones, porque la CIA conoció cómo su hermano estaba apurado
en normalizar las relaciones con Cuba.
Los Kennedy estaban atacando a la filosofía de la guerra que en
ese momento se proyectaba con más fuerza en Cuba y en Vietnam. Una
reciente revelación es la investigación de David Talbot, quien
mostró cómo Robert Kennedy, desde que conoció del atentado, sospechó
que la CIA, la mafia ítaloamericana y los pandilleros
cubanoamericanos fueron los magnicidas, porque los conocía en los
últimos años de muy cerca, y se dispuso a demostrarlo, cuidándose de
no mostrarlo hasta que pudiese estar al frente del Gobierno, porque
comprendía que estaba frente a un enemigo muy poderoso. Por eso lo
asesinaron en 1968.
En esencia esa es la conclusión a la que llegó en 1978 el Comité
del Congreso cuando orientó continuar las investigaciones. No es por
azar que los más públicos defensores del grupo de mafiosos cubanos,
sospechosos de haber participado en aquella conjura, sean
respaldados en eludir la justicia por Ileana Ros-Lehtinen, Mario
Díaz-Balart y un grupo de congresistas financiados con los recursos
que el Gobierno les concede en nombre de la libertad. Obama parece
olvidar que, recién electo, esos ultras se negaron a recibirlo. La
Ros fue más lejos al negarse a escucharlo por teléfono. Ese grupo,
apoyado por el lobby judío y el complejo militar industrial,
mantiene secuestrada la política hacia Cuba.