Desesperación era la palabra que mejor reflejaba el estado de
ánimo de Tim Murname aquella tarde del año 1876, cuando aún el
béisbol andaba en pañales. Necesitaba a toda costa batear de jit
para elevar su average y mantenerse en la nómina del conjunto.
A su favor solo tenía su velocidad en el corrido de las bases. Y
esa fue su salvación. En su primer turno al bate conectó un
inofensivo roletazo que se quedó dando vueltas entre el home
y el box; Murname salió como una exhalación hacia primera y
llegó quieto. ¡Era un jit!
Terminado el partido, reflexionó sobre su futuro en el béisbol y
comenzó a practicar en secreto el tocar la pelota para colocarla
entre las líneas de foul de primera y tercera. La rapidez era
su principal arma y gracias a ella su promedio de bateo comenzó a
subir día tras día.
Han transcurrido muchas décadas desde aquel entonces para que el
toque de bola ocupara su lugar en el béisbol, no como una forma de
embasarse sino como estrategia con la cual se ganan juegos. Muchos
han calificado al toque de introvertido y discreto, la otra cara de
la moneda del jonrón, lo más espectacular de este difícil deporte.
Es indiscutible que un batazo de grandes dimensiones, especialmente
cuando decide un desafío, levante de sus asientos a las multitudes,
todo lo contrario del toque de bola, por muy bien ejecutado e
importante que haya sido.
Años atrás —especialmente en la década del
¢ 90 del pasado siglo—
el aumento del consumo de esteroides en las Grandes Ligas provocó un
desbordamiento de los jonrones¼
¡hasta un primer bate sacó 50 pelotas más allá de los límites!, y el
toque de bola cayó en desuso. Pero se adoptaron medidas, hubo
sanciones, y con la mayor especialización del pitcheo relevo, con
hombres capaces de tirar por encima de las 97-98 millas para cerrar
un choque, de nuevo el llamado "juego chiquito" volvió a tomar su
lugar.
Asignatura que en nuestro béisbol está falta de aprobación, pues
no abundan los bateadores que sepan tocar una pelota con
efectividad, mejor sería decir que escasean. Al extremo de que en la
etapa clasificatoria de la pasada 52 Serie Nacional solo se
produjeron 456 en 360 juegos, a 1,32 por desafío, a menos de uno por
equipo.
Hubo buenos tocadores en los inicios de nuestro clásico de las
bolas y los strikes, cuando la ofensiva brillaba por su
ausencia. De entre todos es justo mencionar a un artífice del toque,
Luis Ulacia. El pimentoso torpedero camagüeyano —campeón de bateo en
la Copa del Mundo efectuada en Taipei de China en el año 2001— era
un maestro colocando la pelota entre el box y la segunda
almohadilla. Otro pelotero sobresaliente en este importante elemento
del juego fue el ya desaparecido Eulogio Osorio, zurdo al igual que
Ulacia.
Larga historia la del toque de bola. Con muchos altibajos en su
deambular. Pero siempre presente por su utilidad, elemento táctico
de vital importancia en un deporte tan rico en jugadas como el
béisbol.