Antes que ellos, en el XIX, el gran Chejov retintó la pluma antes
de dejar asentado que "no hay nada más terrible, insultante y
deprimente que la banalidad".
Siguiendo en un viaje hacia el pasado, la lista de opiniones
críticas de figuras de primer orden se multiplica en lo relacionado
a la banalidad en el arte, en la cultura, la política y otros
aspectos importantes de la vida.
Banal es lo común e insustancial y banalización es el ejercicio
que se ejerce a partir de la banalidad con tal de crear conciencias
uniformadas que reciban fácilmente, y sin cuestionamientos,
cualquier producto que se les ofrezca.
Es más viable vender lo frívolo y reiterado que vender retos a la
inteligencia y a la imaginación.
Las ganancias millonarias de la llamada Industria del
Entretenimiento pueden dar fe de ello, en especial después de que la
globalización convirtió al mundo en un solo mercado.
Inmediatez del "producto" mercantil aplicable igualmente a la
mayor parte de las redes informativas que envuelven al planeta y que
están sujetas a visiones reducidas y tendenciosas, como lo demuestra
la sostenida campaña contra Siria, parecida a aquella otra que se
libró hace unos pocos años como espaldarazo a W. Bush en cuanto a
que existían armas de destrucción masiva en Iraq y, por lo tanto,
"¡había que invadir!" (en los momentos en que escribo estas líneas
el portal en español de Yahoo le concede más importancia en sus
titulares al desnudo de una artista en un video musical que a la
amenaza invasora del gobierno norteamericano al pueblo sirio).
Bajo el pretexto de pulsar el sano entretenimiento se infiltraron
en la escena cultural las fuerzas de la banalidad. Después de todo,
no estaba mal un poco de visión frívola y distendida como
distracción y descanso a la mente.
Pero la banalidad, en su función simplificadora, se ideologizó,
se politizó, se vulgarizó, se propuso hacer tabla rasa del intelecto
y de cualquier reto artístico que requiriera de una participación
activa por parte del público.
La cultura, en manos de la banalidad estandarizada, se ha ido
convirtiendo cada vez más en un espectáculo vendible por paquetes
que en una fiesta del espíritu y del intelecto.
Hoy día la banalidad se extiende como un mal imparable gracias a
mecanismos publicitarios jamás pensados y que, en ocasiones, gastan
más dinero en campañas de promoción de un disco, de una pe-lícula, o
de un juguete, que en la misma producción de ellos.
Y se disfraza y hasta confunde la banalidad, queriendo hacer
pasar por cultura verdadera y creatividad artística sus engendros
deformantes.
De ahí la importancia de aprender a mirar detrás del paisaje y de
desentrañar no la letra, sino la complicidad de las lecturas,
mientras otros adormecidos se siguen contentando con la banalización
de lo banal.